Opinión
Sánchez, el relato, ¡estúpido!, y la auditoría
El gran objetivo de Pedro Sánchez, también con su balance de final de año, es convencer a su clientela y a la cada vez más afín al PSOE de Iglesias, de la buena gestión de su Gobierno. Lo decisivo es lo que se logra comunicar como realizado, al margen de que lo sea así o no
Pedro Sánchez, el martes 29 de diciembre, pero también el año pasado ya, aunque parece que todavía ha transcurrido más tiempo, presentó su balance del ejercicio recién terminado, con la novedad, sobre todo para la galería, de que su gestión aparecía «auditada» por nueve expertos, en teoría –solo en teoría– independientes y todos vinculados al ámbito universitario: Ismael Blanco, María Bustelo, Cristina Elías, Daniel Innerarity, Javier Lorenzo, Cristina Monge, Carles Ramió, Paula Rodríguez Modroño y Manuel Villoria. El inquilino de la Moncloa, aunque tuvo instantes de duda en su comparecencia, volvió a demostrar su dominio de la situación y del escenario político.
El equipo de estrategas de Sánchez, con Iván Redondo –¡doce y más horas de trabajo diarias!– a la cabeza, ha puesto en marcha su versión siglo XXI del ya histórico «¡La economía, estúpido!», que James Carville alumbró para Bill Clinton en las elecciones americanas de 1992, en las que el demócrata se impuso a Bush padre que no solo había orillado los asuntos económicos sino que subió impuestos después de su famoso: «Lean mis labios: no más impuestos». La economía, en la estrategia de Sánchez, ha sido sustituida por las emociones pero, sobre todo, por el relato, por la comunicación. Importa, en este caso, lo que el Gobierno haga, pero es más relevante, más decisivo, lo que la gente –los votantes en definitiva– crean que ha hecho, más allá incluso de la realidad. Es decir, comunicación, relato como ahora se lleva, y si el presidente logra transmitir que su labor está avalada –auditada con todos los parabienes– por expertos, todo lo demás es casi accesorio.
Sin embargo, a veces no todo es tan sencillo. El inquilino de la Moncloa, por ejemplo, ha presumido, desde el inicio de la pandemia, de que el Gobierno ha movilizado ingentes cantidades de dinero, cerca incluso de 150.000 millones de euros, para luchar contra la crisis y el martes explicó que hasta medio millón de empresas se han beneficiado. Eludió decir que ese dinero son créditos, que los empresarios tendrán que devolver, como España tendrá que hacer con la mitad de los fondos de ayuda que lleguen de Europa y que, cuando toque, el Gobierno recibirá con banda de música –comunicación– para apuntarse el tanto de que han llegado. El relato, dicen los empresarios, no aporta ayudas directas –fondos contantes– como ocurre en otros países, Alemania por ejemplo, que compensa, entre otros, a comerciantes, hoteleros y restauradores.
El tándem Sánchez-Redondo, en cualquier caso, va por delante y, aunque sea para su público y el de Iglesias –que empieza a escorarse hacia un PSOE irreconocible para muchos–, se ha apuntado el tanto de los auditores. Redondo aplica a rajatabla la regla de Pablo Picasso, de que la «inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando», que es como espera ganarle la partida al líder de Unidas Podemos. Los «auditores» gubernamentales han cumplido y volverán a estar disponibles, pero su dictamen tiene el valor que tiene, como tantas otras auditorías. La auditoría moderna surge en el siglo XIX, en el Reino Unido y los Estados Unidos, cuando los propietarios de grandes empresas necesitan encontrar una forma de controlar a los gestores que están al frente de sus negocios. Desde la segunda mitad del siglo XX, algunas compañías crecieron tanto, se hicieron tan mastodónticas, que la propiedad se diluyó entre infinidad de accionistas y, aunque algunos mantuvieron su relevancia, todo el poder pasó a manos de los gestores. Las auditorías pasaron a ser muy relevantes, pero con la paradoja de que ahora es el equipo gestor el que contrata al auditor –y lo paga con fondos de la empresa– para que avale su trabajo, algo muy similar a lo que ha hecho el Gobierno.
Auditorías y auditores son esenciales, pero también hay muchos ejemplos en los que no descubrieron problemas importantes. Arthur Andersen desapareció tras la quiebra de Enron, en donde no detectó problemas. En España, las grandes cataclismos bancarios, desde Rumasa a Bankia, sin olvidar Banesto, llegaron sin advertencias, al menos entendibles, de los auditores. Para Sánchez son solo un elemento más, ahora novedoso, para avalar su mensaje. «¡El relato, la comunicación, estúpido!»
Fusión Unicaja-Liberbank y reparto aplazado de poder
La fusión entre Unicaja y Liberbank se firmó tras solventarse el último escollo –y quizá el primero–, el reparto del poder y acordarse que el presidente de Unicaja, Manuel Arzuaga, mantendrá el puesto dos años en la entidad fusionada, y el consejero delegado de Liberbank, Manuel Menéndez, seguirá como CEO. Después, el consejo decidirá y Braulio Medel, presidente de la Fundación Unicaja, que tendrá la mayoría, y sin duda hará valer esa posición. Al tiempo.
Recuperación heterogénea e incompleta y transformación digital
BBVA, Telefónica e Iberdrola han unido esfuerzos para estudiar y analizar las consecuencias, sobre todo económicas de la pandemia. Un grupo de economistas, integrado por José Ramón García, Tomasa Rodrigo, Javier Cerro, Álvaro Portellano, Pedro A. de Alarcón y Alejandro Manzanares, han elaborado un documento en el que concluyen que, a pesar del repunte de las compras con tarjeta, la actividad comercial, la demanda eléctrica y la movilidad, la recuperación durante la primera ola de la pandemia fue «heterogénea e incompleta, sobre todo en las provincias más dependientes del turismo y en los grandes centros urbanos». Consideran desincentivador el rebrote de la COVID-19 y constatan la aceleración de dinámicas sociales asociadas a la transformación de la sociedad, como el auge del teletrabajo.
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