
Tribuna
España necesita la energía nuclear
Precisamos una estrategia realista: combinar las renovables con la nuclear, que actúe como base firme del sistema

España se enfrenta a una encrucijada energética que marcará su futuro económico, industrial y social. Mientras otros países europeos reconsideran sus políticas de cierre nuclearante la evidencia del fracaso del modelo basado exclusivamente en renovables intermitentes, España insiste en un camino que nos conduce a una dependencia energética insostenible. El caso de la central de Almaraz, cuya clausura está prevista próximamente, simboliza esta contradicción entre el discurso político y la realidad económica.
Cerrar Almaraz sería un error estratégico de enormes proporciones. La central extremeña, con más de cuatro décadas de funcionamiento y una gestión ejemplar, aporta alrededor del 7% de la electricidad que consume España. Lo hace de forma continua, estable y sin emisiones de CO₂. Sustituir esa energía por renovables intermitentes no sólo es técnicamente inviable sin respaldo fósil, sino que elevará los costes para familias y empresas. En un país con una de las tarifas eléctricas más altas de Europa, renunciar a una fuente estable y barata de energía es un acto de populismo ideológico más que de racionalidad económica.
La nuclear no es una cuestión de nostalgia tecnológica, sino de sentido común. Las nuevas generaciones de reactores son más seguras, eficientes, rápidas en su puesta en marcha y sostenibles que nunca, además de menos costosas. Su ciclo de vida es largo y permite planificar con visión de Estado, algo que la política energética ha olvidado en las últimas décadas. La improvisación y el cortoplacismo se han impuesto al análisis económico y a la responsabilidad intergeneracional.
Los defensores del apagón nuclear suelen apelar a la transición ecológica y a las metas de descarbonización, pero cerrar centrales como Almaraz no reduce las emisiones: las aumenta. Cuando se apaga un reactor, su hueco lo cubren gas y carbón, como ya ocurrió en Alemania. El resultado es una factura eléctrica más alta, mayor contaminación y una dependencia creciente del gas argelino. España, que apenas produce una fracción de la energía que consume, se volvería aún más vulnerable a los vaivenes geopolíticos y a las crisis de suministro.
Según estimaciones del sector, sustituir la capacidad nuclear por renovables requeriría inversiones superiores a los 40.000 millones de euros, además de una enorme cantidad de materiales críticos –litio, cobre, silicio, tierras raras– cuya extracción y transporte generan un impacto ambiental considerable. En cambio, prolongar la vida útil de las centrales existentes, con las actualizaciones necesarias, y abrir otras nuevas sería mucho más económico y sostenible. Países como Francia, Suecia o Finlandia lo han entendido: allí la energía nuclear es parte esencial de su estrategia climática y de su competitividad industrial.
La energía barata y estable es la base de cualquier economía avanzada. Sin ella, la reindustrialización es una quimera. Las empresas manufactureras y tecnológicas necesitan previsibilidad en sus costes energéticos para invertir y crear empleo. La volatilidad que introducen las renovables, cuando no hay respaldo suficiente, desincentiva la inversión y obliga al Estado a intervenir con subsidios, distorsionando los precios y aumentando el déficit público.
La nuclear, en cambio, ofrece una electricidad constante, libre de emisiones y con una tasa de retorno energética muy superior a la solar o eólica. Además, genera empleo cualificado y mantiene un ecosistema industrial propio en ingeniería, física, metalurgia y gestión de residuos. España fue pionera en este campo durante los años ochenta y aún conserva capital humano de altísimo nivel. Renunciar a él sería otro desperdicio de talento, como tantos que hemos cometido en nombre de una falsa modernidad.
El debate energético no puede reducirse a consignas ideológicas. La sostenibilidad no es sólo ambiental: también es económica y social. Un modelo energético que encarece la electricidad y pone en riesgo la seguridad de suministro es insostenible, aunque se disfrace de verde. La experiencia alemana lo demuestra: tras cerrar sus reactores, el país ha incrementado sus importaciones de gas ruso y reabierto centrales de carbón, al tiempo que ha perdido competitividad industrial. Francia, en cambio, con más del 70% de su electricidad procedente de la nuclear, mantiene precios más bajos y una mayor autonomía.
España necesita una estrategia realista: combinar las renovables con la nuclear, que actúe como base firme del sistema. Cerrar Almaraz –una central que funciona con seguridad, eficiencia y sin emisiones– es una incoherencia económica, industrial y climática. No hay transición ecológica posible si destruye el tejido productivo y empobrece a las familias.
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