Análisis

La Reserva Federal ha de ser prudente

La Fed no tiene el control de precios como único objetivo, sino que se centra tanto en la buena marcha de la economía, como en la estabilidad de los precios

Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal
Jerome Powell, presidente de la Reserva FederalMICHAEL REYNOLDSAgencia EFE

La Reserva Federal ha bajado un cuarto de punto el precio del dinero en Estados Unidos, para dejar el tipo de referencia de la política monetaria del dólar en la horquilla del 4%-4,25%. Ya había advertido de ello hace algunas semanas el presidente de la Fed en la reunión de banqueros centrales de Jackson Hole, donde afirmó que quizás pudiesen darse las condiciones para que la Fed cambie su rumbo de política monetaria, priorizando el preservar el empleo -previamente, la actividad económica- frente al control de los precios.

Y eso es lo que ha hecho en su reunión de septiembre, bajar los tipos al anteponer el empleo a la inflación. Es cierto que el dato de empleo ha sido malo, mucho peor de lo esperado y que podría indicar que la desaceleración en Estados Unidos empieza a producirse, pues si el empleo, que actúa como indicador retrasado, empeora, la actividad, que es lo que permite que se generen puestos de trabajo, habrá comenzado a empeorar con anterioridad.

Y es cierto que la Fed, a diferencia del BCE, no tiene el control de precios como único objetivo, sino que se centra tanto en el seguimiento de la buena marcha de la economía, como en la estabilidad de los precios. Ahora bien, con una inflación que se está reactivando a raíz de los aranceles impuestos en Estados Unidos con la nueva política proteccionista allí aplicada, que presiona los precios al alza, tampoco parece la medida más apropiada, aunque la Fed se debate en qué hacer ante el riesgo de una estanflación.

Donald Trump, junto al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell
Donald Trump, junto al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powelllarazon

Aquí, nos encontramos con el problema de la necesaria independencia de los bancos centrales, que se ve socavada últimamente ante la presión de los gobiernos para que la autoridad monetaria adapte su política monetaria a las necesidades de la política fiscal, presión que es cada vez mayor, de manera que perderían su independencia de aceptar entrar en esa sumisión. Si hace unos meses Powell decía que seguiría vigilante la evolución del impacto de la guerra arancelaria en los precios de Estados Unidos a la hora de decir si bajaría más los tipos o si haría un descanso en los mismos por el posible incremento de precios derivado de los aranceles, cosa que hizo, ahora parece que podría estar cediendo a las presiones gubernamentales para reducir los tipos.

En este punto, ante esta nueva posible expansión monetaria de los bancos centrales, hay que señalar varias cuestiones. En primer lugar, no nos encontramos en una fase de política monetaria contractiva, como podía suceder en 2007, cuando estalló la crisis de las hipotecas basura, sino que ya se había comenzado a relajar, no habiendo reducido, previamente, lo necesario su balance.

En segundo lugar, hay que incidir de nuevo en la necesaria independencia de los bancos centrales. La política monetaria es una de las principales herramientas de política económica, sin duda. Su fuerza y potencia es muy elevada, de manera que sus efectos también lo son. Por eso hay que extremar el cuidado en las medidas que se adopten, y dichas medidas deben ser tomadas por los bancos centrales con absoluta independencia. Un banco central puede depender del poder político, como siempre defendió el Reino Unido, porque, al final, entendían que dependía de los ciudadanos a través de su voto, o puede ser independiente de la política, para que no tenga que obedecer mandatos que puedan provocar inflación, como siempre ha defendido Alemania. Una gran parte de los bancos centrales mundiales gozan de dicha independencia, que, a mi juicio, es esencial para evitar presiones inflacionistas, uno de los elementos más nocivos que puede haber para la economía.

Los bancos centrales pueden equivocarse o estar acertados -por ejemplo, se equivocaron, y mucho, al desdeñar el riesgo de inflación en 2022-, pero deben ser ellos los que acierten o se equivoquen. Se puede comentar, criticar o aplaudir una decisión, pero no se puede imponer desde el poder político qué política monetaria debe seguir un banco central independiente. Si eso sucediese, supondría un quebranto importante en la seguridad jurídica y en la confianza sobre las decisiones de política monetaria, perjudicando profundamente a la actividad económica y al empleo.

Y si los bancos centrales ceden ante la presión de los gobiernos, flaco favor habrán hecho a la economía, pues alimentarán una futura inflación y, además, no desincentivarán a los gobiernos a la hora de endeudarse. El problema es el déficit público, no la ortodoxia monetaria.

Si esta última se vuelve heterodoxa, los gobiernos se endeudarán todavía más y tendremos déficit y deuda públicos crecientes, presión sobre los precios, bajo crecimiento económico y potencial incremento del desempleo. Por eso, la Fed ha de mantenerse prudente e independiente.