Afganistán

Con Kabul, Occidente pierde su crédito

Millones de afganos que confiaron en Washington están a merced de la barbarie

Las escenas del aeropuerto de Kabul, con centenares de aterrorizados afganos tratando de aferrarse al fuselaje de cualquier avión que pueda sacarles del país, no es más que el dramático augurio del dolor que aguarda a millones de afganos tras la incalificable actuación del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, país que, es preciso recordarlo, arrastró primero a la ONU y, luego, a la OTAN en una intervención exterior compleja y costosa en términos humanos y materiales que no ha podido terminar de peor forma, para la población a la que, supuestamente, se pretendía liberar de un régimen terrorista y opresor, pero, también, para el crédito de los países que conforman Occidente, en el que buscan reflejarse todos aquellos pueblos que aspiran a vivir en libertad y democracia, bajo sistemas políticos que respeten los derechos humanos.

Porque la decisión de retirarse prácticamente a la carrera de Afganistán, tomada por el actual inquilino de la Casa Blanca, cuando era de conocimiento público que ni el Ejército ni la Policía afganas, que han sufrido más de 60.000 bajas en combate contra los talibanes, iban a poder contener a un enemigo crecido moralmente y continuamente apoyado desde los feudos pastunes de Pakistán, transmite al resto del mundo que la defensa de los principios occidentales sólo responde a cuestiones de coyuntura política o de intereses meramente internos.

Porque no hablamos sólo de los problemas que afrontaban los líderes de Washington enfrentados a parte de una opinión pública, cansada de una guerra que devenía interminable, palidecen ante el futuro que espera a aquellos millones de afganos que confiaron en las promesas occidentales, que abrieron la vida laboral y las universidades a las mujeres –el 60 por ciento de las matriculaciones universitarias eran de alumnas–, que crearon los primeros medios de comunicación independientes y que, en definitiva, estaban sacando a su país de un sistema feudal, pese a que en demasiados casos suponía un riesgo cierto de morir asesinados.

Pero en último caso, aceptando el hecho de que la retirada era inevitable, la manera con que se ha llevado a cabo, dando carta de naturaleza a quienes nunca han respetado los derechos civiles más básicos y quemando etapas, sin obtener el menor compromiso por parte de los talibanes del cumplimiento de los acuerdos de paz, carece de la menor justificación y retrata la estulticia. Afganistán volverá a ser un agujero negro, eso sí, en el que velarán China y Rusia.