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Editorial

Ni una explicación ni media respuesta

Sánchez ni cree ni practica la rendición de cuentas. Lo suyo es el relato, ejercer la oposición de la oposición y faltar al respeto a los españoles

Comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez para informar sobre las medidas que el Ejecutivo va a Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Hay que arrancar nuestras reflexiones por el modus operandi del presidente para diluir la dimensión de toda polémica en su decidida vocación de planificar sus comparecencias parlamentarias en sesiones popurrí maratonianas en las que se pasa del apagón a la Defensa, con aromas de aranceles y caos ferroviario, y la guinda de una sesión de control descafeinada por agotamiento. Cuando se apuesta por el cajón de sastre como estrategia, lo que se persigue en realidad es convertir el Congreso en mero atrezo y el parlamentarismo en un trámite. Se habla de todo para decir nada. Pedro Sánchez ofreció otra de esas intervenciones que tan bien conocemos por redundante y reincidente en las gravísimas crisis que jalonan su mandato. El patrón y el guion están prefabricados y se limita a ceñirse a los mismos. Por eso, esperábamos tan poco de la jornada que nuestra decepción no es distinta a la de otros soliloquios de Sánchez durante la pandemia, el volcán de La Palma, la guerra de Ucrania, la Filomena, la dana... En esencia, el presidente ni respondió ni explicó. Condenó a los españoles a las tinieblas mientras se centró, como es habitual, en señalar culpables y atribuirse el éxito de una siempre extraordinaria respuesta del Ejecutivo ante la adversidad. Si los ciudadanos padecieron incomunicación y oscuridad, se debió a la oposición, los operadores privados y los ultrarricos presidentes de las eléctricas, si bien minimizó los efectos de la gran desconexión que conmovió y conmocionó al país con resultado de varios fallecidos. El presidente, que no pierde oportunidad, incidió en el chivo expiatorio. Aprovechó para lanzar un alegato contra la energía nuclear, a la que volvió a señalar como problema y no como solución en una narrativa falseada, tendenciosa e inmoral de lo acontecido. En el mismo registro que hemos metabolizado, la falacia, muchas de ellas groseras, vertebró un discurso dogmático de tintes soberbios que negó la realidad conocida y la ciencia y la experiencia probada sobre el debate energético en favor del sectarismo ideológico. Mintió, por ejemplo, sobre el silencio de las empresas ante el apagón nuclear, como lo hizo con el uranio del que somos la segunda reserva de Europa, y calló sobre las advertencias de Red Eléctrica acerca de «la entrada masiva de energía renovable». Nos remitió a meses vista para saber las causas del apagón, pero sí confirmó que las renovables son buenas y la nuclear, cara, mala e insegura. Ignoraba qué ocurrió, pero avanzó que no se repetirá. Una pirueta insultante. En cuanto al rearme y la Defensa, cantó tantas bondades que no entendemos por qué los ha demonizado estos siete años. Sánchez ni cree ni practica la rendición de cuentas. Lo suyo es el relato, ejercer la oposición de la oposición y faltar al respeto a los españoles al recurrir al 11-M, el Yak-42 o el Prestige. La democracia es un juguete roto en sus manos.