Editorial

¿Qué es para el PSOE libertad de expresión?

Los socialistas deberían entender la inevitable reacción de protestas de una parte de la opinión pública que no está dispuesta a sufrir en silencio el atropello y no se resigna a asistir pasivamente a una compraventa del cargo de presidente del Gobierno.

Manifestación en Ferraz, Madrid
Manifestación en Ferraz, Madrid La Razon

Si por algo se caracterizan las unidades de intervención de la Policía Nacional es por la serenidad, capacidad táctica y contención frente a situaciones de violencia callejera que, en otros lares, se resuelven con el uso excesivo de la fuerza. Es proverbial entre las unidades antidisturbios españolas la orden de ¡aguantar!, en demasiadas ocasiones dictada por razones políticas, que ponen a los agentes en situaciones límite para su propia seguridad.

Dicho de otra forma, el uso de gases lacrimógenos, pelotas de goma o botes de humo es la excepción y no la norma, como señalan los sindicatos policiales, hasta el punto de que no llegaron a emplearse en los graves disturbios de Barcelona del año 2019.

A nuestro juicio, es importante retener estos datos ante la nueva campaña de propaganda gubernamental, que se rasga las ropas ante las concentraciones de protesta en las sedes del PSOE y que, una vez más, busca la criminalización del adversario político, el «malvado» Partido Popular, al que se acusa de convocar manifestaciones al margen de los procedimientos administrativos. No es cierto, por supuesto, y el que algunos personajes vinculados al PP hayan participado a título particular en las protestas no cambia los hechos.

Debe preocuparnos, también, porque afecta a un derecho fundamental como es la libertad de expresión, que las cargas policiales en Madrid hayan venido precedidas por comentarios de prohombres socialistas en los medios de comunicación y en las redes sociales señalando como «vandalismo» unas convocatorias en las que los actos de violencia, al menos hasta ahora, son anecdóticos y, como explicábamos al principio de esta nota editorial, son rápidamente reprimidos por los agentes actuantes, a quienes el delegado del Gobierno en Madrid no tiene que explicar cómo «encapsular» a los grupos de exaltados o de extremistas, los famosos «incontrolados» de las manifestaciones salvajes de la izquierda, sin gasear a unos ciudadanos que se comportan pacíficamente en su inmensa mayoría.

Entendemos la preocupación del PSOE y la sorpresa del Gobierno ante las crecientes muestras de rechazo ciudadano a la indignidad nacional que suponen las concesiones a unos golpistas que atentaron contra la Constitución y el Estatuto de Cataluña. Pero, del mismo modo, esos mismos socialistas deberían entender la inevitable reacción de protestas de una parte de la opinión pública que no está dispuesta a sufrir en silencio el atropello y no se resigna a asistir pasivamente a una compraventa del cargo de presidente del Gobierno por encima de las leyes y, además, con dinero público. Pero el problema más grave, de fondo, estriba en responder a la pregunta de ¿qué es para el PSOE la libertad de expresión? Porque ya cansa esa política del doble rasero con la que las izquierdas miden a esa población que no les vota.