Editorial
Las raíces cristianas en la España actual
Los españoles conservan profundamente arraigadas esas raíces cristianas, católicas, acervo de bienes morales y culturales que nos distinguen ante cualquier observador imparcial de otras sociedades, incluso, las más próximas culturalmente.
Es un hecho que España, como el resto de Occidente, sufre un proceso de secularización, con inflexiones laicistas, cuya influencia en las relaciones sociales no conviene desdeñar, especialmente, por el desarrollo de un corpus legislativo que en demasiadas ocasiones desdeña las raíces cristianas que han conformado históricamente la Nación española socapa de la defensa de unos derechos individuales que, per se, en ningún momento estaban en contradicción con los principios religiosos del Cristianismo.
En realidad, y pese a la concepción marxista de la Historia, no es posible entender el orden de libertades y progreso científico que ha desarrollado la civilización occidental sin la filosofía de base que impregna la doctrina de las iglesias que siguen la senda del Evangelio, notablemente, la Católica. Pero si es cierto que la acción de ese laicismo militante, no sólo en la izquierda, opera con fuerza sobre el cuerpo social, también lo es que los españoles conservan profundamente arraigadas esas raíces cristianas, católicas, acervo de bienes morales y culturales que nos distinguen ante cualquier observador imparcial de otras sociedades, incluso, las más próximas culturalmente.
El concepto español de familia nuclear extensa, las relaciones interpersonales y la convivencia abierta son manifestaciones que, con todas las excepciones que se quieran señalar, dotan de una significación especial a la sociedad española que, insistimos, no se entiende sin el concurso de la fe heredada de nuestros padres. Por eso, hoy, España conmemora la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, preludio glorioso de la Resurrección, desde la arraigada tradición católica, fenómeno popular en el que se mezclan armónicamente cultura, creencias y costumbres.
Procesiones, vía crucis, vigilias, autos sacramentales se extienden por todo el territorio nacional –y, por supuesto, en Iberoamérica–, y reúnen a millones de españoles en torno a los símbolos de la fe cristiana. Son muestras de devoción, curiosidad y respeto por unas tradiciones que tienen su origen en la Edad Media y que han acompañado a la Nación a lo largo de los siglos y que no están reñidas con el ocio de una sociedad moderna ni suponen imposición alguna a quienes no comparten el hecho religioso, ni siquiera como expresión cultural.
Son los mismos que, contra la evidencia de la mayoritaria aceptación de la ciudadanía, clamarán un año más contra la «ocupación» del espacio público y exigirán el recogimiento al ámbito meramente privado de las manifestaciones religiosas. Los mismos que denuestan la Semana Santa, pero felicitan con entusiasmo a quienes celebran el Ramadán. Los mismos, en definitiva, que, año tras año, desde un concepto equivocado del laicismo, dan la espalda a la mayoría de la sociedad española, que estos días vibra en las calles de España.
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