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Editorial

Tragedia pavorosa, respuesta histórica

España no es una nación tercermundista, sino que dispone de los medios humanos y materiales, y de la fortaleza financiera, para afrontar la emergencia y satisfacer las necesidades

Una calle de Paiporta, en Valencia Manu BruqueEFE

España sufre de nuevo horas críticas zaherida por un fenómeno meteorológico desatado que se ha cebado con el este y el sur de la Península. Los efectos de esta suerte de destructor de vida en que se ha tornado la última DANA han resultado pavorosos e inasumibles para una potencia europea y una sociedad avanzada que en demasiadas ocasiones se cree a salvo. Las inundaciones provocadas por las lluvias torrenciales en las últimas horas en la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha nos han mostrado el rostro cruel y los efectos desgarradores de esa naturaleza desbocada que la memoria colectiva conservaba por episodios precedentes. La de este 2024 ha sido ya la mayor tragedia provocada por las lluvias en lo que va de siglo y figura entre las más dañinas de los últimos 75 años. El balance es provisional a la hora de cierre de esta edición, más de 24 horas después de que estallara el temporal, con decenas de fallecidos y un número desconocido de desaparecidos, con núcleos y zonas aislados con gravísimas carencias de comunicación y de acceso para los equipos de salvamento. Es de justicia ponderar en este punto la respuesta, el sacrificio y el coraje de todos los miembros de los diferentes cuerpos de seguridad y socorro que se encuentran sobre el terreno para salvar vidas y rescatar en el más amplio sentido del término a los territorios embestidos por una gota fría brutal e inmisericorde. También es hora del reconocimiento al personal de las administraciones que se han visto desbordados en horas luctuosas y que se han multiplicado hasta la extenuación en el auxilio de sus convecinos. La España real ha exhibido, de nuevo, su empática y sobrecogedora alma solidaria con las autonomías solícitas en aportar toda la ayuda posible. Y con el Rey, también, como el primero de los españoles, al frente de ese luto activo y emocionado del conjunto de la nación. Queremos pensar y deseamos creer en la mano tendida del presidente del Gobierno. Que en verdad cumplirá con su promesa a los cientos de miles de compatriotas que hoy sufren y que se asoman al futuro con miedo e incertidumbre. España no es una nación tercermundista, sino que dispone de los medios humanos y materiales, y de la fortaleza financiera, para afrontar la emergencia y satisfacer las necesidades. Preferimos cerrar filas, aunque el episodio del volcán de La Palma, con tantas palabras incumplidas y tantos viajes en vano, no sea el mejor presagio. Tiempo habrá para analizar y reflexionar sobre la idoneidad y la eficacia de los protocolos de comunicación y actuación, si nuestra cultura de la prevención responde a la máxima exigencia que merece la ciudadanía en línea con los estándares de referencia y si los responsables políticos estuvieron a la altura. Las prioridades son otras en este día. Son las víctimas, las familias, las ayudas, la reconstrucción... convencidos de que ninguna administración puede doblegar la cólera de la naturaleza, pero sí socorrer al último de los damnificados. Debemos denunciar por último las voces políticas indeseables y desalmadas de la izquierda que han pretendido arañar votos en un ejercicio de la política basuriento y miserable.