Editorial

El veredicto de la calle contra el sanchismo

El saludable respeto a las instituciones es de doble dirección. Hay que ganárselo con un desempeño moral y no como socio de un prófugo de la Justicia

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez Alberto R. RoldánLa Razón

Las instituciones del Estado, todas ellas, merecen el respeto inherente a su representatividad y naturaleza como símbolos de la nación. Esa consideración vincula tanto a quienes las encarnan en cada tiempo histórico como a los ciudadanos que conforman la soberanía nacional. Es un honor que tiene aparejado deberes y obligaciones, y que por consiguiente somete a sus depositarios al escrutinio de la opinión pública. De esa fiscalización solo se encuentran a salvo en los regímenes autoritarios, cuyos titulares concentran todos los poderes y subyugan los derechos fundamentales consagrados universalmente. Por desgracia, hay demasiadas referencias en el mundo, varias que gozan de la admiración y el respaldo del gobierno en funciones o al menos de buena parte del mismo. Sirva este preámbulo para dejar constancia de que los pitos y los abucheos al presidente del Gobierno en funciones en la celebración del acto central de la Fiesta Nacional no pueden resultar agradables ni deseables en lo que debiera ser una democracia homologable. Y a partir de esa premisa, Pedro Sánchez y la izquierda en el poder tendrían que preguntarse el porqué de que esa contestación pública a su liderazgo se haya convertido en un clamor que recorre con mayor o menor intensidad la geografía nacional. Explotar el rol de víctima de los «nostálgicos del enfrentamiento», en infeliz expresión de Moncloa, o la fábula de los agitadores enviados por Alberto Núñez Feijóo, no altera la certeza constatada de que el presidente ha perdido la calle con una desafección que ni es coyuntural ni baladí, sino que está fundamentada y justificada en sus políticas y sus actuaciones. En el argumentario oficialista se ha mezclado también la figura del Jefe del Estado y la institución de las Fuerzas Armadas para desviar el foco de la bronca popular a Pedro Sánchez. La ocurrencia ha sido inútil y grotesca, pues el entusiasmo de los españoles presentes en la parada con el Rey, la Princesa Leonor y nuestros militares han dejado todavía más en evidencia la sombría figura del presidente en funciones. La pulsión autocrática de Pedro Sánchez, alimentada por sus cómplices, ahonda en esa brecha abisal con la gente; desatiende y desoye a esa inmensa mayoría de ciudadanos que censuran sus manejos con los enemigos de la España constitucional y que no votaron a favor ni de la amnistía de los políticos delincuentes ni de la autodeterminación de un territorio de la nación que es de todos. El 23J no ha supuesto mandato alguno en ese viraje hacia la autocracia del sanchismo, si acaso, lo contrario, una reivindicación de la democracia plena, del estado de derecho, la división de poderes, la libertad y la igualdad de todos los españoles. El veredicto popular resulta incontestable e inocultable, y la censura pública irá a más como síntoma de resistencia. El saludable respeto a las instituciones es de doble dirección. Hay que ganárselo con un desempeño moral y no como socio de un prófugo de la Justicia.