Investidura de Pedro Sánchez

El nuevo cordón sanitario

Detrás de una España federal lo que une a esta coalición es una fobia compartida: a la derecha, con la que el progresismo español es incapaz de dialogar

Pedro Sánchez, ayer en un momento de su discurso de investidura en la tribuna del Congreso
Pedro Sánchez, ayer en un momento de su discurso de investidura en la tribuna del Congreso© Alberto R. RoldanLa Razon

Dos partes tuvo la intervención de Pedro Sánchez en la sesión de investidura de ayer. Una primera, el discurso inicial, y la respuesta a Casado, en la que dejó ver el motivo último de su actitud. En el discurso inicial combinó un tono amable, que corresponde a lo que él piensa que pide la sociedad española, y la exposición de un programa en el que las propuestas socialistas incorporan elementos procedentes del nacionalismo y el podemismo. La importancia de estas últimas indican hasta qué punto el PSOE ha abierto la puerta a todo lo que hasta hace poco tiempo era considerado ajeno, por no decir contrario, al régimen constitucional. Desde la perspectiva podemita, el nuevo socialismo habla de abolición de la reforma laboral, de igualdad de género, de memoria histórica, de nuevos derechos… Son matices en un discurso que venía renovándose desde que Sánchez volvió a la cabeza del PSOE y culmina el giro que ha justificado, desde el primer momento, la negativa a pactar con el PP y con Ciudadanos un gobierno ante la situación catalana. Obligará a un equilibrio complejo entre una demagogia discursiva y gestual, muy apoyada en lo simbólico y las guerras culturales, y unas medidas que habrán de tener en cuenta los estrechos márgenes marcados por la Unión Europea y la «economía social de derecho» que el propio Sanchez invocó en su discurso.

Los nacionalistas catalanes, por su parte, han logrado imponer algunos elementos que requerirán una habilidad aún mayor. Ya están reconocidas las identidades nacionales dentro de España y se apela a un federalismo que afecta a España (en un sentido descentralizador) y a la Unión Europea (en otro centralizador).

El candidato ha hecho suya también la bilateralidad, y la igualdad entre los gobiernos catalán y español. Son realidades, no ya promesas, que el independentismo catalán le va exigir sin tregua durante toda la legislatura que viene. Se acepta la hegemonía nacionalista en las correspondientes comunidades y se abre el camino al nacionalismo en las demás. Con el PNV en los talones, Sánchez va a tener que atender a socios sumamente exigentes, en un terreno que muchas veces estará más allá de las fronteras que impone la Constitución, por mucho que el nuevo socialismo se empeñe en llamarla marco legal o seguridad jurídica. En el fondo, detrás del proyecto de una España confederal y social, lo que une a esta coalición es una fobia compartida: a la derecha, con la que el progresismo español es incapaz de dialogar ni siquiera cuando lo que está en juego es la propia nación, y a la idea de nación española, sólo aceptable si se somete a una transformación radical.

Ahí llegó la segunda parte del discurso de ayer, en el que se vio el fondo de la actitud de Sánchez, del Partido Socialista y de los populistas de izquierdas. En realidad, Sánchez equipara la idea de la nación española con la de la derecha. Es un automatismo que le ha aupado hasta Moncloa al frente de una coalición compuesta en parte fundamental de partidos que quieren acabar con la nación. Le permite simplificar las cosas y justificar su propuesta política, que se permite pasar por alto el hecho de que está basada en personas y partidos abiertamente antinacionales y anticonstitucionales. Todo vale contra la derecha y el centro derecha. Sánchez vuelve a la antigua idea del cordón sanitario, ahora encabezado por él mismo desde la Presidencia del Gobierno. El nuevo Presidente se encargará de impedir cualquier posibilidad de que la derecha y el centro derecha estén cerca del poder. El momento más grave de la historia reciente de España se utiliza, no para tender puentes y abrir espacios de negociación y diálogo, sino para dinamitarlos todos. La aparente novedad de Sánchez supone así, no la traición, sino el último fruto y la culminación de una larga trayectoria que se ha nutrido siempre del núcleo mismo de su ideario y su actitud. La volvemos a encontrar en el podemismo y es lo que facilita la «conversación» con nacionalistas, independentistas y filoetarras.

Es exactamente el mismo movimiento que llevó a Rodríguez Zapatero y a Rubalcaba a negociar el fin de ETA con los propios terroristas y el nacionalismo, pero, eso sí, en contra del Partido Popular. Y el mismo que llevó al socialismo de Rodríguez Zapatero al cordón sanitario contra el PP. Cuando Sánchez habla de diálogo, lo está negando con quienes son sus interlocutores naturales y lo fía todo a quienes niegan la base misma de su posición. El gesto, suicida, se ha cumplido varias veces en la historia de España. Lo nuevo es así la repetición de lo que ya conocemos. Disfrazado de buenas intenciones y de amabilidad… hasta que, como se demostró ayer, se descubre el significado último de la propia posición.