España
La España “desfasada” de Sánchez
Los ciudadanos viven sumidos en el caos: unos pueden pasear sin franjas horarias, salir de bares y reunirse con amigos y familiares, mientras que en las ciudades «estigmatizadas» llevan aislados 70 días. Esto ha desatado la ira y la envidia entre territorios. Así es el retrato de la desescalada asimétrica
Lo que hace un par de meses era un país que avanzaba al unísono salvando las diferencias idiosincrásicas, ahora es una nación que vive en un desfase delirante. El plan de desescalada planteado por el Gobierno ha convertido España en un Sudoku difícil de resolver, un enrevesado mapa que ya no se delinea según las cifras económicas sino en cuadrículas sanitarias que despiertan la envidia entre territorios, la ira contra las autoridades y la impotencia generalizada.
Hasta mañana habrá nada menos que tres planes diferentes activados en el territorio. Hay quienes a día de hoy pueden vivir sin estar sometidos a franjas horarias, ir de bares, de compras y organizar cenas en casa con amigos y familiares, mientras que en las «zonas cero» llevan aislados 70 días. La noticia de que por fin Madrid, Barcelona y Castilla y León se sumarán a la fase 1 ha supuesto un chute de energía a los residentes de estos territorios, que ya comenzaban a sentirse estigmatizados. «He perdido la cuenta de los días que llevo encerrado, es una locura. Lo más duro ha sido no saber hasta cuándo sería», explica Eduardo, de 31 años, desde Barcelona, que, junto a Madrid y la práctica totalidad de Castilla y León, van a la cola de la recuperación. Él vive con sus padres y, como son personas de riesgo, ha limitado al máximo sus salidas. Hoy se ha levantado pronto para dar el paseo en la franja matinal permitida. «Como estoy colaborando con un grupo de voluntarios para fabricar mascarillas y batas, he aprovechado para recoger un paquete y llevarlo al punto de entrega. Yo me encargo de los transportes para no estar en contacto con nadie», explica.
El resto del día lo pasará en casa hasta las ocho de la tarde, que saldrá a correr un rato. Por suerte, ya quedaron atrás los 10.000 pasos diarios por el pasillo de casa. Luego, ducha, cena, a dormir y vuelta a empezar. «Es todo surrealista, me dejan ir a la playa a caminar pero no puedo trabajar, absurdo», reflexiona. Precisamente, los que viven en la «zona cero» están especialmente preocupados por la recuperación económica y el regreso a la vida laboral. Eduardo montó hace un año una aplicación para liguillas de fútbol, una especie de bolsa deportiva para «suministrar» jugadores. «De repente, las ligas se cancelan y no se sabe cómo ni cuándo se reanudarán. También me dedicaba a la producción de eventos, y ese sector imagínate cómo está», lamenta.
«Quiero estar con mi novia»
Esta semana se han visto en Barcelona playas atestadas de gente infringiendo la normativa de tomar el sol. Se puede ir tan solo a caminar o para practicar deporte, pero hay quien aprovechando el calor ha querido pasar directamente a la fase 2 sin permiso: «Será un milagro que no haya un rebrote del virus», vaticina. Lo primero que hará Eduardo el lunes cuando entierren la etapa inicial de confinamiento será ir a ver a su novia, Emma, que reside a 1,3 km de él. «Si se respetase la normativa a la perfección, no podríamos habernos visto porque solo se permite la movilidad de 1 km. Aun así,tengo que reconocer que hemos quedado para saludarnos, con mascarilla. Ella me dice: ‘‘Oye, al menos, que mi choque de codos sea con más cariño que con el resto de personas’’», comenta entre risas.
Quien también ha celebrado el nuevo paso hacia libertad es Paloma, de 66 años. Reside en Madrid y su vida hasta ahora se ha limitado a los paseos en su franja horaria y las videollamadas con los familiares, «que son a los que más echo en falta». Pese a lo anómalo de la situación, reconoce que se ha organizado bien, «hago muchas cosas, y si me quiero quedar en el sofá mirando las musarañas. pues también lo hago». Además de ver a sus nietos y sus hijos, pasear con sus amigas e ir a un cine o teatro, sueña también con esa primera «cañita». «He vivido 26 años fuera de España, trabajaba como funcionaria de la Comisión Europea en Bruselas, y siempre añoraba el no salir de bares. Así que lo primero que haré el próximo lunes será ir de paseo por Madrid, tomarme mi cervecita, mi pincho de tortilla y mis bravas». Eso sí, lamenta que, cuando ponga el primer pie en la calle en la fase 1, sabe que Madrid «no será la misma ciudad que conocíamos, estará muy polarizada, será más triste. Ahora nos obsesionamos con salir de casa, pero con lo que nos vamos a encontrar no será bonito: cierres de negocios, crisis económica y la gente crispada», reflexiona.
En Segovia, otro de los territorios en fase cero que verán la luz en dos días (y donde el Covid-19 se ha cebado con especial virulencia), Aldona Ziaja reconoce que se necesitará mucho tiempo con el fin de sanar todas estas heridas. En primer lugar, para superar el vacío que han dejado las personas fallecidas y, después, para aprender a vivir de una manera que aún desconocemos. Ella es psicóloga y desde el primer día, a través de sus consultas (virtuales inicialmente y ahora ya también presenciales), ha confirmado los daños que esta enfermedad está dejando no solo en nuestro cuerpo sino también en nuestra psique. «En Segovia, la gente está ya muy cansada, quiere libertad, poder salir sin estar restringidos a un tramo horario. Es necesario el contacto humano. Al mismo tiempo, existe miedo y el ser humano se debate entre esa necesidad de abrazar y ese temor a lo que pueda pasar», matiza.
Estrés postraumático
Aldona reconoce que si Segovia no hubiera pasado a la fase 1, la ciudad hubiera explotado: «Nos habríamos derrumbado porque se hubiera generado una sensación terrible de frustración. Es duro ver cómo otros territorios avanzan de manera más rápida», reconoce. En estos dos meses ha tenido jornadas de trabajo de más de 11 horas y a través de sus conocimientos trata de hacer ver a sus pacientes que, pese al dolor y la impotencia, debemos sacar lecciones y encontrar oportunidades en esta crisis.
«Es el momento de replantearse la vida», sentencia. Relata cómo ha influido en su profesión el no poder atender de manera física a todos sus pacientes: «Los más jóvenes no han tenido problema en hacerlo a través de las consultas online, pero la gente mayor, sí. Además, se ha perdido la intimidad y privacidad que requieren el trato con un psicólogo. El estar encerrados impedía a muchos pacientes desahogarse porque su familia escuchaba desde otra habitación. He tenido a gente que se bajaba al garaje para hablar conmigo o incluso cuando iban al supermercado aprovechaban para llamarme y hacer terapia», dice. Se han disparado los casos de ansiedad, estrés postraumático y la depresión, «por eso es necesario comenzar una nueva fase para establecer nuevas rutinas».
Un ánimo diferente se respira entre los que ya residen en fase 1 desde hace una semana como mínimo. El simple hecho de poder relacionarse con grupos reducidos, organizar cenas en casa en petit comité, salir a tomar un café o un vino al bar supone un importante aliciente. A Nacho le pillamos en medio de una partida de Monopoly en casa de una amiga. Este «maño» es auxiliar de vuelo y cuando se decretó el estado de alarma viajó de su lugar de residencia, Madrid, a Zaragoza, de donde es natural. Ahora se congratula por su decisión, ya que si hubiera permanecido en la capital «otro gallo cantaría».
«Aquí la gente hace más o menos lo que quiere, la calle está como antes de la crisis, los bares están abiertos y las tiendas también, eso sí, con las medidas de seguridad y la distancia impuestas. Para mí, ir a tomar un café a una terraza es una felicidad, puedo pasarme más de una hora sentado yo solo. Luego hay cosas que a veces se te olvidan, como el no tocar. Si te encuentras con alguien, en ocasiones le sueltas un abrazo, pero no es que no sea responsable, es algo normal. Todavía no estamos acostumbrados del todo», reconoce.
Ahora que ha conseguido la «seudolibertad», A Nacho, de 24 años, lo que más le preocupa es su futuro laboral. No sabe cuándo se comenzará a volar de nuevo, «prefiero ni pensarlo porque me amargo. Como ‘plan b’ podría retomar mi experiencia en el sector hotelero, pero tampoco es que en éste haya mejores expectativas», lamenta. Confiesa que aunque ya se había acostumbrado a estar encerrado en casa, «en cuanto ves el sol y que la vida comienza a volverá a la normalidad, no quieres entrar en casa. De hecho, hago todos los planes que puedo. El otro día iba a ir a un museo, pero al llegar estaba cerrado, así que nos fuimos de compras. Se nota que la gente tiene ganas de calle y de recuperar su vida».
Aunque desvela que en la fase cero estuvo «un poco deprimido», ahora ya empieza a ver «la luz al final del túnel», más aún sabiendo que en tres días pasará a fase 2. «Ya estamos hablando de qué hacer en vacaciones. El pasar de fase da esperanzas», afirma. Esa misma sensación de alegría y optimismo tiene Marta, que desde La Coruña nos confiesa que «esto ya es otro rollo». Para ella, la experiencia de la fase cero «fue un horror», y ahora respira feliz mientras camina por la playa o queda con amigos para tomar algo. «Es verdad que el primer día que abrieron los bares fue de locos, parecía un festival, pero ahora está todo más normalizado».
Cuenta que la «primera caña me sentó genial, es que no es lo mismo tomarse una cerveza en casa que en una terracita» y que ya ha ido también de compras. «Estoy casi todo el día fuera y como podemos movernos dentro de la provincia este fin de semana me escaparé a un pueblecito de las afueras a pasar el día». Aun así, revela que hay mucha gente desconfiada por la calle «y te miran con lupa para ver cómo llevas la mascarilla, los guantes, si respetas la distancia social. Pese a estar en una fase más relajada hay gente que sigue teniendo miedo». Marta, a quien fotografiamos de paseo con su hija de cuatro años, afirma que aunque la flexibilidad del confinamiento ayuda, también es extraño enfrentarse a la nueva normalidad: «Te adaptas o te hundes, esto es la ley de la supervivencia», asevera.
Una norma que conocen bien en Roda de Bará, un pueblo costero de unos 6.000 habitantes en Tarragona, donde nos recibe Alberto Giral, que ya da los últimos coletazos de la fase 1. Aquí no hay horarios y los chiringuitos lucen con esplendor. «El cambio de una fase a otra es brutal, aunque haya que guardar las distancias y tomar medidas de prevención es una gozada poder salir a hacer deporte cuando desees o quedar con amigos», asevera.
Recelos del vecino
Alberto, de 25, trabaja en una empresa de energías renovables y por suerte ha podido seguir haciéndolo en la modalidad de teletrabajo. «Creo que será bueno implementarlo a largo plazo, aunque no se debe perder del todo el contacto con los compañeros porque hay detalles que se escapan en la distancia. Una modalidad intermedia sería perfecto», dice. A punto de salir de casa para ir a la playa nos cuenta que todavía hay mucha gente «escéptica, que no quiere juntarse mucho porque no sabe con quién ha estado en contacto la otra persona. Lamentablemente no todo el mundo ha cumplido a rajatabla el confinamiento. También hay a quienes no les importa nada y tienen unas ganas locas de relacionarse con gente». Eso sí, las conversaciones en grupo suelen centrarse todas en cómo evoluciona la crisis. «Es inevitable, pero según pasa el tiempo vamos olvidando un poco el tema y tratamos de retomar la normalidad también en las charlas porque es un poco aburrido estar hablando siempre de lo mismo».
Quienes están sumidos en una normalidad casi absoluta son los afortunados de La Gomera, La Graciosa, El Hierro y Formentera, que hasta ahora eran los únicos que gozaban del desconfinamiento casi total de la fase dos y a la que se sumará el 43% de la población el lunes. En ésta última isla balear charlamos con Lucas, que reconoce la envidia que suscita en el resto de los españoles, «pero no todo es positivo». En esta pequeña isla todos los comercios y locales de hostelería están abiertos, «pero los hoteles se encuentran vacíos, es triste y muy raro, podemos hacer lo que queramos pero estamos solos», lamenta. Así que no es oro todo lo que reluce. Aquí pueden salir cuando lo deseen, quedar con amigos, familiares y hacer deporte a la hora que les plazca. «Yo salgo todos los días pero hay veces que no me cruzo con nadie. Somos una isla que vive del turismo y eso se nota. Estamos un poco aburridos», afirma.
Él reside en el hotel en el que trabaja y en el que tan solo hay otros cuatro compañeros: «Cada uno hace su vida, hay días que ni nos vemos. La verdad es que esta soledad pesa a nivel psicológico, genera ansiedad. Tienes todo el día para pensar porque no hay otra cosa que hacer. Estamos aislados en una isla paradisíaca», apunta. A Lucas le da tristeza ver cómo los hoteles que deberían estar acogiendo ya a miles de turistas, son estancias fantasma. «Pese a que ahora estoy un poco cansado de esta situación reconozco que soy afortunado de que me haya pillado aquí la crisis. He tenido desde el primer día una libertad que no se ha experimentado en ningún otro sitio de España. Es más ,en Formentera casi ni se usan las mascarillas», afirma. Lo mismo ocurre en El Hierro donde todo trascurre de manera «tranquila y relajada, sin mascarillas, con apenas colas en los establecimientos ni carreteras atascadas». Lo confirma Raúl Álamo, funcionario y empresario herreño que coincide con Lucas en el paraíso de este territorio donde residen unas 7.000 personas.
Libres, pero aislados
«Aquí solo ha habido tres personas contagiadas y no han estado ni siquiera ingresados en la UCI. Aun así, al principio sí había miedo. Ahora está todo calmado. Pese a tener la posibilidad de abrir locales y restaurantes, muchos han optado por permanecer cerrados porque los lugareños, por lo general, prefieren estar en sus casas de campo donde tienen espacio para caminar, trabajar en su huerto y hablar con el vecino de enfrente», relata este hombre de 59 años.
De hecho, él ha quedado en ocasiones contadas con familiares: «El otro día fui a tomar algo al parador con mis ocho sobrinos. Hicimos una merienda y todo fue perfecto, pero en general aquí la gente prefiere no salir hasta que haya pasado la tormenta», reconoce. La tienda de electrodomésticos que regenta tan solo abre en turno de mañana y atiende a través de un mostrador que han instalado en la puerta de local. «Así funcionamos bien. Los clientes tocan a la puerta y les sacamos los productos para que elijan. No hay necesidad de abrir», dice. Lo que sí desean es que se reabra la conexión interinsular, sobre todo por el tema sanitario ya que hay muchas especialidades médicas que no se practican en El Hiero y hay quienes deben ir a Tenerife. «Tan solo hay un vuelo de ida y otro de vuelta pero los horarios no facilitan que se pueda coger el mismo en un solo día así que estamos obligados a hacer noche en otra isla si tenemos que movernos», asevera.
Con la misma calma se lo toman en La Gomera, donde se detectó el primera caso de Covid-19 en España pero que, gracias a una buena gestión, no han registrado más de siete casos en total. «Aquí llevamos una vida casi normal, hay una gran responsabilidad individual, lo cual es fundamental para no volver atrás, porque supondría un duro golpe», comenta Héctor Cabrera, de 41 años. Las medidas de limpieza son tan precisas como la voluntad de los gomeros por tratar de pasar página a una crisis que les dejará una huella importante en el turismo. «Los bares han reducido el aforo, pero se puede estar en el interior siempre que no se supere el 40% y en las terrazas, al 50%. También hay que mantener siempre los dos metros de distancia, es una realidad a la que tenemos que acostumbrarnos», reconoce.
A pesar de estar en fase dos, el baño en la playa no está permitido y Héctor, que trabaja en el Cabildo, nos cuenta que ya se están estudiando los protocolos para la apertura de las playas: «Habrá que delimitar las zonas para tomar el sol, quizá con unas marcas en la arena o bien con las sombrillas. Es algo que todavía no está claro. Por otra parte, entiendo que haya gomeros que teman la reapertura de la isla al turismo, por si acaso se importa el virus, pero otros, principalmente los hosteleros, están deseando que se retome. Yo les pido a todos calma, hay que hacer las cosas con prudencia», concluye.
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