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Las víctimas piden justicia: «Si el Gobierno hubiera actuado antes estarían vivos»

Los familiares de 3.275 fallecidos por coronavirus acusan a Sánchez y a todo el Consejo de Ministros de homicidio por imprudencia grave por la «negligencia de sus actos»

Familiares con las fotos de los fallecidos
Familiares con las fotos de los fallecidosLa RazónLa Razón

«Mi padre seguiría vivo si el Gobierno hubiese hecho lo que tenía que hacer. Sabían la gravedad de lo que ocurría y no tomaron medidas. Aún recuerdo las palabras de Fernando Simón diciendo que esto era una tontería...». Carolina Rojas es una de las miles de personas que han perdido a un familiar no sólo por el coronavirus, sino por lo que consideran una negligencia del Ejecutivo de Pedro Sánchez. Creen que de haber actuado antes el virus no se hubiese propagado tan rápido, no se hubiesen colapsado los hospitales y se habrían evitado muchas muertes.

De ahí que muchos familiares se hayan sumado a una querella colectiva presentada ante el Tribunal Supremo contra el presidente del Gobierno y todo el Consejo de Ministros por homicidio por imprudencia grave. Al menos 3.268 familiares de 3.275 víctimas lo han hecho (otras 2.700 tienen intención de adherirse) porque tienen claro que adoptaron medidas de forma «tardía», subrayando la «negligencia de sus actos y omisiones para conseguir frenar, reducir y paliar los efectos de la pandemia». LA RAZÓN quiere ponerles nombre y cara –a ellos y a sus familias– para que no sean sólo un número.

Carolina perdió a su padre adoptivo, Fernando Ortiz de Zugasti Fernández, de 87 años, quien se encontraba en una residencia junto a su esposa, Mari Carmen Llamas, de 82, y quien, pese a su edad, ha superado la enfermedad. Ella aún no sabe que su marido ha fallecido, pues continúa aislada en su habitación sin poder recibir la visita de su familia. Una «traumática experiencia», como la define.

Igual que la de muchos otros, que coinciden en esa «reacción tardía» del Gobierno. Como repiten los hijos de Manuel Leal, un guardia civil retirado de 72 años que falleció en Barcelona a pesar de no tener patologías previas y haber entrado por su propio pie a un hospital del que nunca salió y en el que «le dejaron morir», pues no le ingresaron en la UCI ni tuvo acceso a un respirador. «Queremos justicia, porque a mi padre no nos los van a devolver. Que no se repita jamás con nadie». Así explica Montse, su hija, porqué se sumó a la querella. «Si le meten en la UCI y muere luchando, duele, pero no le dieron la posibilidad de luchar».

Carolina Rojas posa con la foto de su padre, Fernando Ortiz, de 87 años
Carolina Rojas posa con la foto de su padre, Fernando Ortiz, de 87 añosCONNIE G. SANTOS ,LA RAZON
Fernando Ortiz de Zugasti (87 años)

«Era un ser espectacular, muy activo y muy sociable»

Fernando Ortiz se había dedicado toda su vida al mundo de la publicidad, al igual que su esposa, Mari Carmen, quien, aislada, sigue pensando que aún está vivo. «Él era muy activo y su vida ha sido muy intensa, con viajes, comidas fuera... Se movían mucho los dos», comenta Carolina Rojas, hija adoptiva de Fernando. Desde hace un par de años, el matrimonio vivía en una residencia de Madrid. El cuadro médico de su madre era algo más complicado y requería de asistencia constante. Su padre, sin embargo, era más independiente, «aunque iba con andador». «Mi padre era muy activo y muy sociable, con muchos amigos en la residencia con los que jugaba al dominó. Un ser espectacular», sentencia su hija, que vivía muy cerca y les visitaba con mucha frecuencia hasta que un día se encontró la puerta de la residencia cerrada y comenzó su «traumática experiencia».

Ella y muchos otros creen que esa inacción inicial y la no prohibición de actos multitudinarios provocó un riesgo que derivó en un «estrés asistencial brutal», en un colapso sanitario que impidió a miles de españoles luchar. Pero tampoco existían planes de acción en hospitales o residencias.

Es lo que vivió –y vive– Carolina. Hace dos años ingresaron a sus padres en una residencia de Madrid. Su vida era normal. Vivían en la misma habitación, su familia les visitaba todas las semanas... Pero el 8 de marzo, todo cambió de un portazo. «Llegué a la residencia y estaba cerrada. Me dijeron que habían confinado a los internos por un contagio», recuerda apuntando que los responsables no sabían qué ocurría, ni cómo actuar. Un caos que se tradujo en su padre ingresado en el hospital, en el que falleció tres días después. Está «convencida» de que se podía haber evitado.

Lo mismo opinan Montse y Raúl sobre su padre, Manuel. Ella es la que más de cerca ha vivido todo, pues reside en Barcelona con David, otro de los hermanos, y su madre, Teresa. «Hay muchos como nosotros que han sufrido esto y vamos todos a una», apunta para dejar claro que con esta querella no quiere una indemnización: «Preferiría que cualquier dinero fuese para comprar mascarillas».

Montserrat, David y Teresa, hijos y esposa de Manuel Leal, de 72 años
Montserrat, David y Teresa, hijos y esposa de Manuel Leal, de 72 añosMiquel GonzálezMiquel González / Shooting
Manuel Leal Sánchez (72 años)

«Le encantaba pasear, el deporte... Siempre estaba haciendo algo»

Guardia Civil de primera retirado, Manuel estuvo cinco años destinado en el País Vasco, cuando la banda terrorista ETA comenzaba su época más sangrienta. En esos duros años pasó por Orio, Zarauz, Azpeitia... pero también se casó en esa época con su esposa, Teresa. En 1975, se mudaron a Barcelona y su destino pasó a ser el puerto de la Ciudad Condal. «Aún recuerdo como si fuese ayer cuando regresaba de trabajar en autobús», dice su hija, Montse, quien añade: «Sólo tengo recuerdos buenos de él. Le encantaba pasear, el deporte, la gimnasia... siempre estaba haciendo algo». Su otro hijo, Raúl, infante de Marina en Cádiz, lo confirma: «Era un gran deportista y estaba hecho un roble». Pero Manuel también deja a otros dos hijos: David, que vive en Barcelona, y Rubén, en Suiza. Montse fue la única que pudo despedirse: «Le dije “papá, ya estoy aquí”. Él sólo me apretó la mano».

Entre esos «otros» está Policarpo Raúl Cruz Brito, de 80 años y quien vivía en Santa Cruz de Tenerife. Se contagió en el hospital en el que había ingresado a raíz de otra patología. «No se sabe quién le contagio, pero si hubiese habido un protocolo en los hospitales o si se hubiesen tomado medidas desde el primer momento esto no hubiese pasado. Pero los políticos decían que esto era como una gripe, que no pasaba nada». Habla su hija, Alejandra, quien narra su dolorosa vivencia de más de un mes.

Su padre estuvo en la misma habitación que otro paciente que tenía coronavirus y creen que es quien pudo contagiárselo. «Tenía las defensas débiles y le ponen con un infectado... Siento impotencia, rabia...». A él tampoco le ingresaron en la UCI, ni tuvo respirador ni ella pudo despedirse. Sólo quiere, como el resto, que esto «sirva para que no vuelva a repetirse. Que se sepa. El daño ya me lo han hecho».

Alejandra posa con una fotografía de su padre, Policarpo Raúl Cruz, de 80 años
Alejandra posa con una fotografía de su padre, Policarpo Raúl Cruz, de 80 añosLa RazónLa Razón
Policarpo Raúl Cruz Brito (80 años)

«No podía estarse quieto. Siempre estaba de buen humor»

La de Policarpo fue una vida dedicada a la contabilidad en diferentes sitios, con negocios hasta en Venezuela, donde pasó varios años. Pero al volver, como persona tan «activa» que era, «pasó los últimos años de su vida laboral, hasta los 67, repartiendo pan». Su hija, Alejandra, le recuerda como un padre «cercano y cariñosísimo». «Me enseñó contabilidad cuando estaba en la universidad, a conducir... Hasta me tomé mi primera cerveza y me emborraché con él para que aprendiera», recuerda su hija, quien no olvida los «juegos de sumas» que hacíamos. Yo le decía que era como una calculadora». Ella le define como una persona «alegre, que estaba siempre de buen humor y que no podía estarse quieto. Todo el mundo le quería». Igual que Policarpo quería a su tierra, España, cuando en Venezuela le llamaban «isleño». «Él, respondía orgulloso: «Español de Canarias».

Además de esta macro querella colectiva contra el presidente y sus ministros, los particulares también están tramitando otras demandas contra parte del Ejecutivo, las administraciones, residencias de ancianos o contra centros hospitalarios por omisión de socorro o negligencia médica. Es el caso de Pedro Eugenio Caro Gutiérrez, abogado de profesión y residente en Huelva, que pide responsabilidades penales al presidente del Gobierno y a cuatro ministros por el fallecimiento de su suegro, un marinero jubilado de 79 años. Desde Huelva responde a este medio con el dolor de haber perdido casi de la noche a la mañana a su suegro. De primera mano lo sabe la familia del primer fallecido por la covid-19 en la provincia de Huelva, un vecino de Punta Umbría que falleció tras pasar por el hospital de la capital provincial, donde fue ingresado una semana antes tras dar positivo por coronavirus.

Su yerno, Pedro Caro Gutiérrez, le recuerda como «un hombre con gran calidad de vida y una salud de hierro». Este marinero puntaumbrieño a mediados del mes de marzo sintió los primeros síntomas: «sobre todo fiebre, delirios, desorientación y descoordinación», detalla su yerno. Varios días después acudió al centro de salud y ante el temor a que sufriera hipoxia lo trasladaron a un hospital de Huelva, donde fue ingresado y donde al día siguiente le hicieron el test de coronavirus, que dio positivo y en cuestión de días murió. Superado el duelo, ha puesto en marcha una querella junto con otras 20 familias en la que culpa al Ejecutivo central, entre otras cosas, de no tomar medidas pese a estar informado de la letalidad del virus y de que la OMS ya había indicado en enero la necesidad de adquirir test.

La querella, presentada ante el Tribunal Supremo, va dirigida contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, los vicepresidentes, Pablo Iglesias y Carmen Calvo, los ministros responsables de la gestión de la crisis: ministra de Defensa, Margarita Robles; el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska; el ministro de Transportes, José Luis Ábalos; y el titular de Sanidad, Salvador Illa. Su enfado aumenta a medida que hablamos y recuerda cómo los miembros del Ejecutivo jaleaban a la gente para que acudieran a la manifestación del 8M pese a poner en riesgo la salud de los españoles. «A principios de marzo, aquí en Punta Umbría, se celebró un evento deportivo en el que participaron atletas llegados de varios puntos de Europa. ¡no debió celebrarse!», insiste. Pedro se refiere al campeonato europeo de Duatlón que se celebró en la localidad onubense entre el 7 y 8 de marzo.

Pedro, con un retrato de su suegro, José Martín, de 79 años
Pedro, con un retrato de su suegro, José Martín, de 79 añosLa RazónLa Razón
José Martín Mendoza (79 años)

«Estaba hecho un toro. Le quedaban 15 años de vida»

«Era un toro, me ayudaba a subir las bolsas al primer piso». Así recuerda Pedro a su suegro «Era marinero, sus padres fueron longevos; estoy seguro de que si no se hubiera infectado por el covid le hubieran quedado unos diez o quince años más de vida». Tras enterrar súbitamente a su suegrro en la más absoluta intimidad con la presencia de tan solo cuatro familiares y rodeados de fuerzas de seguridad, ahora ha iniciado su cruzada contra el Gobierno «Había responsables políticos que tenían información para calibrar el impacto en la sociedad del coronavirus y no hicieron nada», explica. Consciente del largo y tedioso proceso al que se enfrenta insiste en que al menos con la querella logrará algo que ahora mismo no tienen los españoles: datos. «Vamos a tener acceso a mucha información documental que será provechosa para dirimir responsabilidades».

La ofensiva judicial no solo tiene al gobierno como objeto. Los centros hospitalarios y las administraciones también están recibiendo denuncias que abarcan desde la negligencia médica a la negación de una cama UCI pese a contar con varias libres. Es el caso de Carla Domínguez. Con entereza, pero con la voz un poco entrecortada por la emoción y el dolor que supone recordar la pérdida repentina de su padre, asegura que «solo quiero que se asuman responsabilidades». Ha interpuesto una denuncia a través del Defensor del Paciente y en estos momentos está recopilando toda la información necesaria para continuar de manera individual con las acciones legales pertinentes contra el Servicio Extremeño de Salud por negarle un respirador a su padre pese a que, según dice, había camas libres de UCI en el Hospital Universitario de Badajoz.

Su historia es muy parecida a las muchas que hemos escuchado estos días. «Mi padre regresó de un viaje del Imserso a Sanlúcar de Barrameda y empezó a sentirse con mal cuerpo. Empezó con 37 de fiebre que fue subiendo hasta llegar a 39. Le recetaron paracetamol y nolotil, pero no le bajaba y le afectó a presión», describe. Luís Manuel Domínguez, de 71 años, padeció la enfermedad entre la segunda y tercera semana de marzo, cuando el virus enseñó su peor cara. Tras varios angustiosos días de llamadas cruzadas entre el centro de salud y la familia Domínguez les dijeron que ingresaban a su padre en el Hospital de Zafra. «La ambulancia tardó en llegar tres horas y cuando llegamos al hospital los celadores se negaron a acceder a la zona sucia del hospital porque no tenían EPI», describe.

Se quedó ingresado en el hospital porque le detectaron neumonía en los dos pulmones. «La internista me dijo que estaba muy mal y que estaban esperando a ponerle el tratamiento pero hasta que no tuvieran autorización no podían». En cuestión de horas todo se precipitó. «Al día siguiente me llamaron y me dijeron que entró en media parada cardíaca. Necesitaba una UCI, un respirador». Sin embargo, según denuncia Alba, a su padre –un hombre lleno de vitalidad– le negaron el traslado al hospital Universitario de Badajoz pese a contar con camas libres.

Carla con la foto de su padre, Luis Manuel, de 71 años
Carla con la foto de su padre, Luis Manuel, de 71 añosLa RazónLa Razón
Luis Manuel Domínguez (71 años)

«Era un hombre lleno de energía y vitalidad»

Carla Domínguez solo quiere una cosa: que alguien asuma responsabilidades por la muerte de su padre. «Mi padre regresó de un viaje del Imserso a Sanlúcar de Barrameda y empezó a sentirse con mal cuerpo. Empezó con 37 de fiebre que fue subiendo hasta llegar a 39. Le recetaron paracetamol y nolotil, pero no le bajaba y le afectó a la presión», describe. Asegura que durante días a su padre solo le atendieron por teléfono hasta que se puso realmente mal. «Tenía dificultad para respirar y se encontraba muy flojo, era incapaz de comer», recuerda. «Nos denegaron el test y dijeron que fuera o no fuera coronavirus, se quedara en casa». «Yo solo espero que alguien asuma responsabilidades porque a mi padre le dejaron morir. Temían que se colapsaran los centros hospitalarios como en Madrid y por eso no le trasladaron a uno», sostiene.

Algunas residencias de personas mayores son las que más duramente han sufrido los embates del covid-19 en razón de la proporción de afectados y el numero de fallecidos. El virus se llevó al padre de Carlos José Vecino un residente de Garrobillas de Alconeta. Según cuenta durante más de mes y medio dio positivo sin recibir ningún tipo de tratamiento médico.

«He presentado una queja ante el Defensor del Pueblo y estamos recogiendo firmas para presentar otra ante el ayuntamiento por dejarnos desprotegidos». Asegura que a su padre lo trasladaron desde el geriátrico a la Hospedería Puente de Alconétar.» El lugar estaba abandonado y no estaba medicalizado. "Allí se juntaron positivos y negativos sin ningún tipo de control», denuncia.

Carlos José con una foto de su padre, Carlos, de 87 años
Carlos José con una foto de su padre, Carlos, de 87 añosLa RazónLa Razón
Carlos Vecino González (87 años)

«Ni le llevaron al hospital, ni le vio un médico»

El padre de Carlos vivía en una residencia de mayores porque tenía alzheimer de alto grado. «Cuando estalló la pandemia, aún no se cómo, se infectó y estuvo más de mes y medio dando positivo en el test, sin embargo, ni fue al hospital ni le vio un médico», explica. «Simplemente le dejaron morir por inacción». Insiste en que no recibió información de la evolución de la enfermedad de su padre y que le llamaron simplemente para comunicarle su muerte. «Nos decían que no había positivos cuando ya había decenas, entre los trabajadores y los residentes», denuncia con indignación. Además, sostiene que trasladaron a los residentes a una antigua hospedería que estaban en ruina y sin medicalizar. «Allí nadie usaba equipos de protección individual». Ahora solo quiere denunciar «el sentimiento de desprotección» que sintió durante tantos días.

Estos nubarrones judiciales amenazan cada día más al Gobierno, por lo que se prevé un colapso en los juzgados que tendrán que tramitar centenares de denuncias y querellas a raíz de sus actuaciones en los últimos meses e inactividad para combatir la pandemia. En el punto de mira está la manifestación del 8 M y otros eventos culturales y deportivos que no se cancelaron. Es probable que muchas acciones queden en nada, porque la propia juez ha dicho que es imposible establecer una conexión directa entre aquella manifestación y los contagios. No obstante, el lío judicial está servido y va para largo.