Cristian, en la piscina del colegio San José de Madrid, donde además de aprender realiza terapia

Cristian, un chico especial menos para Celaá

LA RAZÓN visita el colegio San José, donde solo 10 alumnos de 51 podrían integrarse en un colegio ordinario. «No tienen sensibilidad ni recursos suficientes», dice el director

¿Tiene hipertensión? ¿Enfermedad pulmonar crónica o cardiovascular? ¿cáncer?, obesidad, diabetes, dolor de cabeza, cansancio, dolor al tragar... ¿Ha estado con alguna persona diagnosticada de covid-19?, ¿le han hecho alguna vez alguna prueba PCR?... Es parte de una lista interminable de preguntas para toda persona que acude al colegio de educación especial San José después de la toma de temperatura y de la desinfección obligatoria con gel hidroalcohólico en el acceso a cada aula.

Los padres que llevan a sus hijos hasta este centro, situado en el madrileño barrio de la Fortuna, muy próximo al aeródromo de Cuatro Vientos, conocen muy bien el protocolo y saben que no tienen que acudir ni llevar a sus hijos si tienen alguno de los síntomas que figuran en la lista que les han remitido. Casos de Covid ha habido, pero pocos. Ahora no hay aulas confinadas, ni alumnos infectados. Hoy la clase es en la piscina y los alumnos están contentos porque se lo pasan en grande.

Ángel está metido en el agua con su gorro negro y se afana por soplar una bolita amarilla que flota en el agua. Estefanía, la logopeda, le ha dicho que la bolita tiene que llegar hasta el borde de la piscina. El objetivo del ejercicio es que Ángel aumente su capacidad respiratoria para que mejore la articulación de las palabras y pueda comunicarse mejor.

En el otro extremo de la piscina han sacado los pupitres acuáticos y Cristian repasa con José, su maestro en pedagogía terapéutica, los países y los continentes. Cristian ha tenido que bucear y nadar por la piscina para buscar las letras que conforman los países. Al mismo tiempo, Marian practica con Rocío, la fisioterapeuta especialista en terapia del agua, cómo saltar unos steps que están sumergidos en el agua. La niña lleva unas tobilleras lastradas. Así que, a la vez que fortalece las piernas para conseguir una mejor movilidad, repasa los números en inglés con unas arandelas de colores.

Las actividades forman parte de lo que se llama «Programa Poseidón». En 2015 lo ideó un equipo del colegio, que pertenece a la Fundación Instituto San José, de los Hermanos de San Juan de Dios. Creó una metodología pionera conjugando los beneficios de la terapia acuática con el aprendizaje fuera del aula.«Se puede impartir todo el currículo educativo dentro del agua y se ha demostrado que no sólo relaja a los niños, sino que también es un elemento motivador. Cada alumno tiene su propio profesor, logopeda o terapeuta. No sólo es un programa pedagógico, sino asistencial», asegura Pascal Ramos, pedagogo y director del colegio.

Una alumna con su terapeuta dentro de la piscina del colegio concertado, donde se aprende inglés o matemáticas a la vez que se realizan terapias
Una alumna con su terapeuta dentro de la piscina del colegio concertado, donde se aprende inglés o matemáticas a la vez que se realizan terapiasJesús G. FeriaLa Razón

Durante estos días, en el centro los profesores comentan entre sí qué va a pasar con los colegios especiales con la «ley Celaá» que acaba de aprobarse en el Congreso. De los 51 alumnos que tiene el centro, en el que se encuentran niños de 3 a 21 años con discapacidad intelectual, con trastornos graves de desarrollo, epilepsia, trastornos de salud mental, problemas de conducta y/o lenguaje, sólo 10 o 12 podrían acudir a un centro ordinario, comenta el director. Algunos alumnos de los alumnos matriculados en el colegio proceden de colegios ordinarios que llegaron «rebotados» al colegio San José precisamente porque los padres creyeron que en éstos sus hijos no recibían la atención que merecían, cuentan en el centro.

«¿Cómo van a desaparecer los colegios de educación especial? ¡Es imposible! La inclusión es muy importante, pero sin los recursos y servicios necesarios, no se puede y, ahora, en los colegios ordinarios los profesores no tienen suficiente formación para atender a estos niños. Muchos están gravemente afectados y, en consecuencia, tienen grandes necesidades de apoyo a nivel asistencial. Los colegios ordinarios no responden a sus necesidades, no ofrecen el traje a medida que sí hacemos nosotros para cada niño, no tienen sensibilidad ni recursos», dice el director.

En este centro, si un alumno da un bofetón a un profesor no está expulsado; en uno ordinario sí. «Se valora lo que sucede, el porqué ha ocurrido y, a partir de ahí se trabaja en reordenar la conducta», añade Pascal Ramos.

El colegio San José es gratuito. Está concertado por la Comunidad de Madrid, pero hay programas, como el «Poseidón», de aprendizaje en el agua, que precisan de más recursos. Por eso el colegio se busca la vida para conseguir que programas como éste puedan ofrecerse gratis. Este año las familias no pagan gracias a la ayuda económica de entidades como Las Damas Suizas, Laboratorios Lipoid o el Banco Sabadell.

En cada aula del colegio hay un mínimo de cuatro alumnos y un máximo de seis, más una tutora y una auxiliar, además de otros profesionales de apoyo. Se imparte la educación obligatoria adaptada a estos alumnos y, a partir de los 16, los alumnos pasan a un programa de transición a la vida adulta que les permite ganar autonomía personal y mejorar su integración social. También se trata de conseguir que accedan a un empleo.

El centro está ubicado en el recinto de 110.000 metros cuadrados donde también se encuentra el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios. Así que, ante cualquier emergencia sanitaria, es posible recibir atención médica de manera inmediata. El colegio cumple el año que viene 60 años, pero hace 121 que el marqués de Vallejo, el primer senador vitalicio de España, cedió el espacio a San Benito Menni para que se encargase de investigar la epilepsia después de que su hijo falleciera como consecuencia de una crisis nocturna.

Esto explica que el colegio San José sea el único centro especializado de toda España en atender a niños epilépticos que tienen resistencia a los fármacos. De hecho, el 74% de los alumnos padecen este problema y sus los profesores están preparados para cualquier crisis que se pueda producir. La última, esta misma mañana, apunta el director. Un alumno se dirigía en la ruta al centro y tuvo que ser atendido por una crisis tras enfadarse con un compañero. «Momentos de agitación pueden producir una crisis epiléptica. No hay un único motivo y cada alumno tiene el suyo. Precisamente, este niño no había tenido ninguna en cuatro años, pero los profesores que van en la ruta están preparados para atender casos así», dice.

La vida en el colegio se desarrolla con normalidad pese a la Covid. En las clases algunos alumnos llevan mascarilla; otros no, por las dificultades para mantenerla. La doble mascarilla que llevan los profesores tampoco es que ayude mucho. «Nos quita expresividad con los alumnos y empleamos una parte importante del tiempo de clase en desinfectar cada uno de los juguetes que utilizamos con los alumnos antes y después de utilizarlos», dice María José, una de las profesoras. La distancia interpersonal con los alumnos realmente es imposible de mantener. En la clase de José Pascual, donde hay alumnos con problemas de conducta, César abraza a josé, su profesor, después de haber propinado una patada a su compañero por debajo de la mesa. Acababan de hacer un taller de lectura de periódicos y una de las noticias que han comentado y colgado en el tablón de clase es una relacionada con la vacuna contra el Covid-19.

En la clase de Isabel y Charo, los niños están viendo a Miliki en la tele, para relajarse. Tienen alumnos con autismo, trastorno de conducta, problema motor y epilepsia. Es hora de salir al patio y Alejandro tiene un problema que le obliga a ir pegado las 24 horas a una medicación de rescate de la que en un momento dado depende su vida. ¿Puede un centro ordinario ocuparse de esto?

Lectura en el pinar y poesía con solo mirar una fotografía

«Avanzan por el agua/con el empuje de los deportistas/grandes edificios/ de formas diversas/se elevan hacia las montañas/que miran al cielo/árboles bordean la ría...». Es la poesía que ha escrito la poetisa Carmen Paredes que desde hace años acude como voluntaria al colegio San José para llevar un taller. Sus poemas los construye partiendo de los comentarios que hacen los alumnos de la clase de Nuria a partir de una foto. En este caso, la poesía surgió a partir de una fotografía de una competición de remo en la ría de Bilbao. Hoy la foto es de la torre Eiffel. Y cada uno dice lo que le sugiere: «Es alta y grande», dice un alumno. «París me gusta porque es la ciudad del amor...», dice otro. «A los alumnos les encanta y es la manera de trabajar cuestiones gramaticales o la expresividad», dice Nuria, la tutora. El director del centro quiere que el colegio no se limite a las cuatro paredes del centro. Por eso hacen talleres de lectura en el pinar que hay en el recinto, se utilizan las TIC en la que se apoyan los más mayores con discapacidad intelectual para tener una vida independiente. Una aplicación les ayuda a gestionar su salud, su economía o sus problemas. En otros casos, es la pintura, el teatro, el baile o la música lo que está permitiendo a los alumnos mejorar su inclusión y potenciar sus capacidades.