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Los barones piden a Casado “madurez” y cambios en su equipo

El poder territorial apunta directamente contra el entorno del líder del PP, aunque Génova atribuirá el mal resultado al desgaste de la corrupción y la coincidencia con el juicio de Bárcenas

Pablo Casado tendrá que enfrentarse este martes a un Comité Ejecutivo del partido que contendrá difícilmente la exigencia de cambios en la estructura de la dirección nacional.

La primera revuelta llegó tras las elecciones generales en las que el PP se quedó en 66 escaños. Los resultados de Cataluña son la gota que hace derramar el vaso de un malestar acumulado internamente desde aquellas elecciones, y contenido gracias a los virajes al centro de Casado para frenar la embestida del poder territorial.

Las maniobras de Génova con los congresos provinciales y regionales para aumentar el control territorial no cambian la realidad. La alianza entre Galicia y Andalucía es decisiva, y es mucho más fuerte de lo que indican las apariencias. Y con ellos están otros barones, con poder o sin poder, que también comparten la idea de que Casado sólo puede ganarse una vida extra si remodela su entorno.

Una decisión muy complicada de ejecutar para el líder popular porque en ese entorno también tiene sus hipotecas, que no se reducen a lo que a simple vista parece, es decir, a su victoria en el Congreso en el que se decidió la sucesión de Mariano Rajoy. Aquel Congreso, Casado lo ganó no por el apoyo de Adolfo Suárez Illana, de Javier Maroto o de Teodoro García Egea, sino por el pacto al que llegó con María Dolores de Cospedal para hacer de barricada contra Soraya Sáenz de Santamaria. Las hipotecas se extienden a otros ámbitos y afectan a otras estructuras de Organización y hasta jurídicas del PP.

Pero el resultado de las elecciones catalanas le coloca ante esa disyuntiva: cambios para la supervivencia o revuelta. Que no haya nadie dispuesto en estos momentos a lanzar el ataque a la Presidencia del partido no reduce el alcance del problema. Porque lo que se temen en el partido es que el PP entre en un proceso de decadencia, sin que sirva como coartada la idea de que la salvación no está en ellos, sino en el supuesto negro futuro de Pedro Sánchez.

La campaña de estas elecciones ha tocado además la credibilidad de Casado incluso dentro de su partido. La rectificación pública sobre su apoyo al 1-0 no ha servido para contener la deriva electoral, como se temían dentro del PP, pero es que, además, han dañado su imagen entre los suyos. El pasado está ahí, y es de todos conocido el papel de cada uno en la gestión del referéndum ilegal de Cataluña.

Durante los meses previos, los vicesecretarios del partido, Casado entre ellos, tenían una comunicación directa y fluida con Moncloa, para recibir instrucciones y repetir el mismo argumentario. No por orden, sino que él mismo así lo reclamaba: lo mejor era mantener la unidad de acción y un alineamiento perfecto, defendía entonces. Casado explicó en esta campaña que él no salió el 1-0 a defender la gestión del Gobierno de Rajoy porque no la compartía, pero él, y quienes estuvieron en la gestión de aquellos difíciles momentos, saben que en ningún momento se planteó que él diera la cara. No estuvo en la agenda su comparecencia y no tuvo que negarse, por tanto, a defender la acción de las Fuerzas de Seguridad del Estado ni el hecho de que no se hubiera podido impedir que se colocaran las urnas ilegales.

Génova explicará los resultados de este domingo en el desgaste de la corrupción de nuevo en escena del ex tesorero Luis Bárcenas, por el juicio en la Audiencia Nacional a la «caja B», y por el lastre del viejo PP, del que Casado ha renegado expresamente en campaña, incluso con la advertencia de que expulsaría del partido hasta a Mariano Rajoy si se probara judicialmente algo en su contra.

Los discursos están ya escritos, aunque por debajo de ellos Cataluña confirma una realidad, que el Partido Popular sólo puede volver a gobernar sin Ciudadanos y sin Vox. Y el partido de Santiago Abascal parece que ha llegado para quedarse, al menos durante la presente Legislatura y hasta que las urnas decidan su futuro en unas próximas elecciones generales.