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Génova minimiza la celebración ante la «herencia recibida»

La pandemia sirve de excusa para no celebrar un gran homenaje que coloque en primera línea el pasado que se juzga en los tribunales. Génova: «Trabajamos para celebrar el primer año de gobierno de Casado, no los 25 años de Aznar»

Pablo Casado y José María Aznar hoy durante la convención del PP. Foto: David Mudarra larazon

El «padre» y el «hijo» político, el ex presidente del Gobierno José María Aznar y el presidente del PP, Pablo Casado, se encontrarán este martes en un acto universitario. Un «cara a cara» que coincide con la celebración de los 25 años de la primera victoria de Aznar en unas elecciones generales, aniversario al que la dirección popular ha dado perfil bajo.

La pandemia sirve de escudo para una decisión estratégica que tiene otro componente político superior, y que liga con la decisión del equipo de Casado de levantar cortafuegos contra una herencia en la que lo malo se impone mediáticamente sobre lo bueno por el calendario judicial al que se enfrentan los populares en los próximos meses.

Si se quiere escenificar que se pone bombo y platillo a la celebración, se puede, incluso con pandemia, pero la cúpula del PP prefiere limitar el alcance de los fastos y mirar más hacia el futuro que hacia el pasado.

«Estamos trabajando para celebrar el primer año de gobierno de Casado, no los 25 años de Aznar». La explicación es de ayer y de un alto mando de Génova, y resume perfectamente cuál es la estrategia y la posición del equipo que dirige en la actualidad al principal partido de la oposición.

Los éxitos de los Gobiernos de Aznar y de Rajoy han quedado empañados por la mancha de los escándalos de corrupción que vienen de aquella época. Para romper con el pasado, el líder popular ha anunciado hasta la venta de la sede nacional del partido, cuyas obras de reforma están sometidas a investigación judicial dentro de la causa que aborda la financiación ilegal del PP.

En la actual dirección se quejan de que Aznar recogió del PSOE lo mismo que Pablo Casado recibió de su antecesor: corrupción. Las estructuras de poder que le quedan a ese PP de antes de Casado devuelven la pelota y señalan que el problema es que el nuevo equipo no sabe lidiar con la situación creada por la pandemia ni fijar una posición política.

Casado llegó a Génova con el peso de la sombra de Aznar sobre sus espaldas. En las primeras elecciones generales de abril de 2019 el ex presidente del Gobierno tuvo un papel central, convertido en secundario en la repesca electoral de noviembre, después del batacazo que dejó a las siglas en los 66 escaños. En el equipo de Casado se vio desde el primer momento la mano de Aznar, sin considerar que por formación y evolución política sus más afines y de más confianza pertenecen, inevitablemente, a la órbita del «aznarismo», con independencia de que los recomendase o no el ex presidente del Gobierno.

La necesidad de Casado de proteger su liderazgo –sometido a vaivenes que lo han debilitado– ha afectado también a la relación con los ex presidentes del Gobierno. En política no hay «hijo» que no necesite acabar matando al «padre», y en estos momentos las figuras de Aznar y de Rajoy restan más que suman a Casado y al proceso de refundación al que tiene que agarrarse para lograr el impulso político que le acerque a La Moncloa, a pesar de Vox.

También las relaciones personales se han visto afectadas por las circunstancias políticas. Y el cese de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en el Congreso, por ejemplo, dejó su huella. El equilibrio entre la reivindicación del pasado y la necesidad de pasar página es complicado, y así lo prueba el debate que hay dentro del partido sobre cómo gestionar ese pasado. Nadie niega que Casado recibió una herencia «envenenada», pero no hay unanimidad sobre si es un acierto no refrendar la unidad de acción del centro derecha en un gran acto de unidad, al que se invitase no sólo a Aznar y a Rajoy, en muy malos términos personales, sino también incluso a Carmen Fraga, la hija de Manuel Fraga.

En Génova, sin embargo, consideran que Casado debe estar centrado en ejercer el liderazgo de la oposición, y que las fotos que necesita tienen que ser de presente, y no de pasado. Además, «la coyuntura es distinta, y las recetas políticas del pasado tampoco sirven para el momento presente», explican. Es verdad que Aznar no tenía competidores dentro de la derecha y que tuvo que pelear por un electorado diferente al votante que tiene que ganarse hoy Casado. Hasta el problema de Vox lo ven hoy en Génova como una herencia producto de la mala gestión de sus antecesores, y, en concreto, de las políticas y la falta de perfil político de Rajoy y de su equipo.

En el discurso oficial el PP salva el 25 aniversario del primer triunfo de Aznar con la reivindicación de las esencias, pero revisando, asimismo, lo que se ha hecho mal para reformarlo. Ayer, desde Génova insistieron en que el PP ha decidido poner una línea roja con «su pasado malo y oscuro». Y por ello ha decidido salir de la sede de Génova para apostar por un PP renovado.

Esa sede donde el PP ha celebrado hasta ahora todos sus triunfos electorales. ¿Cómo se recoge lo mejor del pasado y se abandona lo peor? Es una pregunta en la que el PP se juega su futuro político y hasta su convivencia interna porque esa ruptura con la etapa anterior abre costuras que Casado no podrá cerrar si no tiene el apoyo de la victoria en las urnas.

El vicesecretario de Política Territorial del PP, Antonio González Terol, abogó ayer por tender un puente con el mejor pasado de su partido, del que dijo sentirse orgulloso y que está representado por el presidente fundador, Manuel Fraga, por el presidente de honor, José María Aznar, y por el ex presidente del Gobierno Mariano Rajoy. Y por tantos ex ministros que «gestionaron bien y decentemente».

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, dijo que el Partido Popular debe defender «sus esencias», pero mirar hacia delante «con ideas claras y firmes».

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