Opinión
Tú a Sol y yo a Moncloa
Ayuso vale más y dispara mejores ideas que sus rivales. Casado ha demostrado su inteligencia estratégica y ha exhibido un músculo inesperado
Hablaron de fuego amigo, rencillas e insurrecciones. Pero Génova desembarcó con todo en la consagración de Isabel Díaz Ayuso. Las noticias del conflicto eran francamente exageradas. No hubo guerra. Tampoco oteamos una bicefalia de facto. Aunque conviene siempre recordar a Pío Cabanillas: «Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros». A los madrileños no les gusta que los mangoneen. Desconfían de los cuentos identitarios. En lugar de santos lugares tienen un riachuelo con patos envenenados, un censo de poetas y rockeros digno de Atenas cruzada con el Bowery, los mejores bares a este lado del paraíso, cielos para morirse y una presidenta que ha llegado para quedarse.
Con su verbo a rato sulfúrico y a veces atropellado, Ayuso prolonga las guerras culturales que ya pronosticó Cayetana Álvarez de Toledo, la mujer de las preguntas difíciles, inaugurales. Ayuso carece de su biblioteca mental, pero la suple con un carisma supersónico, entre arrojado y frágil, propio de una estrella muy pálida y rebelde en una de Nicholas Ray. A diferencia de tanto político deshuesado, tiene discurso, principios y un par de ovarios. Los que desplegó para zafarse del abrazo constrictor monclovita. Los aprendices de brujo al servicio de la madrileñofobia quisieron transformarla en muñequita de caza mayor y meme estúpido. Salió mal porque el supuesto títere, catalogado con la vulgar zafiedad de unos machistas, vale más y dispara más y mejores ideas que sus rivales. Dos meses después muchos todavía gatean buscándose los piños, desperdigados por la lona azul, tras unas elecciones que acabaron como un guateque entre Mohammed Alí y un mariachi de sparrings.
Pablo Casado, al que algunos ya enterraban hace dos meses y que ha demostrado una inteligencia estratégica que acabará por llevarlo a Moncloa, encontró la fórmula para convivir con quien no deja de ser una amiga. Parece consolidarse la fórmula del poli bueno/poli malo que tantos réditos rindió a la dupla formada por Felipe González y Alfonso Guerra. Con la diferencia de que Casado ha exhibido un músculo inesperado frente a los cantos de sirena de unos empresarios decepcionantes. Ayuso, por su parte, reventó la caricatura de bruja thatcheriana con su magnífico hospital público para pandemias y sus ayudas a la maternidad. Lo siento por los adictos a la etiqueta fácil y el brochazo automático.
La guerra fue menos cruenta de lo que nos dijeron los listos de guardia. No hubo disparos, choque de sables, mal rollo. Claro que el trallazo del 4 de mayo puede haber provocado cefaleas entre los partidarios de unas baronías sumisas, que prefieren Madrid sometida a los caprichos y designios de un comando central. Ni modo. Con su empaque de maja, su verbo de cristales machacados y esa flamenca facilidad para navegar entre el desafío y la boutade, el deslumbramiento y el tropiezo, Ayuso tiene al votante enloquecido. Con la carne del alma de gallina, por decirlo con el monstruo en Tirso de Molina. Los mismos que reniegan de la xenofobia separata, los gatos de la capital de la gloria, rompeolas y más, se rompen las palmas con el orgullo renacido y unos números espléndidos a pesar de la peste. Llevan el ánimo subido gracias a la leona en Sol, que supo rodearse de los mejores asesores científicos y aceptó encantada el órdago sanchista, cuando los asesores del presidente decretaron que había que convertir unos comicios autonómicos en zona cero de todas las contiendas. Como le dijo Raúl del Pozo a Carlos Alsina, Isabel se presentó con una pancarta devastadora de puro sencilla: «Madrid, la más libre y la casa de todos los españoles».
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