Antonio Martín Beaumont
Vista a La Moncloa
Ambos se la juegan. En sus respectivos equipos no hay duda de ello y así lo han interiorizado. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Pablo Casado, arrancan un curso político que va a ser decisivo para sus objetivos. Uno y otro corren riesgos. Por supuesto. El líder del PP puede y debe seguir pidiendo cuentas al presidente del Gobierno por su errático modo de gestionar. No debe hacerle mella que los estrategas socialistas intenten que cale el mensaje de que encabeza una oposición rupturista sin sentido de Estado. El papel de Casado, desde luego, debe ir ya más allá para destapar su condición de alternativa, poniendo de relieve sus ideas, de momento muchas de ellas a medio cocinar en la sede de Génova. Sin descuidar, claro, el ir sorteando las trampas que le va a tender el sanchismo, pero alzando las banderas propias de un centro derecha moderno, atractivo, con rumbo fijo, que aporte certezas en un momento en el que tanto se necesitan. Es condición indispensable para alcanzar La Moncloa.
Frente al márketing de Sánchez, que ya ha dado la medida real de sus posibilidades, Casado está en disposición de ofrecer iniciativas contantes y sonantes, muy del gusto de los españoles de a pie que reflexionan –cada día en un mayor número– sobre la desgracia de que les haya tocado un mal Gobierno en el peor momento posible. En aquellas cuestiones esenciales que afectan de lleno a los ciudadanos, Pedro Sánchez está haciendo toda su política de espaldas a ellos. Hablamos de las cosas de comer. Fijémonos en el salvaje aumento del precio de la luz, que pone en riesgo el ya sobradamente asfixiado bienestar de las familias españolas. Y ello en un panorama donde las consecuencias de la inacabada lucha contra la pandemia siguen muy presentes en los hogares.
El equipo gubernamental prefiere restar importancia a los problemas. Cree que aplazarlos es la mejor fórmula para evitar el incendio social. ¡Qué error! Continúa erre que erre considerando los fondos europeos como su bálsamo de Fierabrás. De hecho, ya ha preparado a Sánchez este miércoles en la Casa de América uno de sus actos de autobombo rodeado de todos sus ministros. La puesta de largo servirá para marcar las prioridades, mientras bajo cuerda negocia, al margen de controles, unos nuevos Presupuestos con sus socios, desde Unidas Podemos a ERC pasando por el PNV. Son sus costaleros, cabe recordarlo, quienes han evitado la semana pasada la comparecencia parlamentaria del presidente para rendir cuentas sobre el operativo en la crisis abierta por la vergonzante fuga de Afganistán.
Porque Pedro Sánchez quiere sortear debates monográficos, incluido el del estado de la Nación. Teme que se evidencie su debilidad. Así que sólo desea acordarse ya de Pablo Casado, y sin tan siquiera mediar una llamada de teléfono, para imponerle una renovación a su gusto de los diferentes órganos constitucionales, entre otros el Consejo General del Poder Judicial. Movimientos en el seno del órgano de gobierno de los jueces prometen sucederse entre bambalinas para incrementar la presión sobre el jefe de la Oposición. El líder socialista busca la remontada de unos sondeos que pintan bastos para él. La estrategia es que pise más calle que nunca –habrá que ver con qué resultado, después de verse obligado a acortar su reciente intervención en un centro de mayores de Navalmoral de La Mata, en Cáceres, ante las protestas de la gente– sin descuidar en ningún caso su perfil internacional. Si en España ya no logra lanzar sus mensajes propagandísticos buscará «colarlos» desde fuera del país. Así están las cosas.
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