Sabino Méndez

La nueva Convergencia

El objetivo de Esquerra en Cataluña es convertirse en la nueva Convergencia y Pedro Sánchez está totalmente dispuesto a ayudarles en la creación de esa red siempre que ellos, a cambio, le garanticen su permanencia en el gobierno central. Es una historia y un trayecto que los catalanes, de uno u otro signo, conocemos ya muy bien: primero se exige una serie de prebendas con la excusa de que se defiende a la propia región. El segundo paso es dar por sentado que solo el partido particularista manda en esa región y no permite control o mando alguno externo. Lógicamente, el tercer paso inevitable es que, en torno a todo ese sistema, acabe creándose una opaca red clientelar que favorece al propio partido y conforma un escenario de caciquismo local.

Cuando digo que esa dinámica es bien conocida por los catalanes de todo signo, me refiero a que a unos les parece muy bien y a otros muy mal, según su ideología más o menos nacionalista. Pero lo que está claro es que ninguno de ellos pretendería disimular y hacer ver que no sabe de qué le están hablando.

Muchos, muchísimos catalanes, se han colocado extra-muros de ese panorama de favoritismos caciquiles. Unos lo han hecho por razones sociales, porque no les quedaba más remedio al no disponer de contactos, enchufes o amigos dentro del nacionalismo. Otros lo han hecho por razones morales, porque piensan que todo ese sistema que popularizó en el lugar Convergencia es perjudicial, injusto, destructivo y detiene el avance de la región.

Por eso, lo que más nos llama la atención a todos los catalanes (de uno y otro signo, insisto) es preguntarnos cómo puede pensar Pedro Sánchez que es posible disimular esa táctica bien conocida de todos y hacer ver que todo el fenómeno no se está dando, una vez más, con su complicidad y aquiescencia. Los nacionalistas desearían que fuera valiente y reconociera que ese apoyo es una obligación, obligación que han forzado ellos por la valía que creen tener. Los no nacionalistas desearían vivir en un mundo de política más higiénica, menos hipócrita, donde el disimulo y la farsa no fueran la principal herramienta del Gobierno que debe administrarnos. Esa es la palabra clave: administración. Cuando se administran caudales públicos hay que ser muy serios, no valen entonces teatrillos de congresistas dados a crear escenas sensacionalistas en las comparecencias publicas de las instituciones.

Si Pedro Sánchez piensa con convicción que ERC debe mandar en la escuela pública catalana a su antojo y homenajear las iniciativas coercitivas sobre los discrepantes, como ha hecho el consejero regional (representante del Estado, al fin y a cabo), debe ser valiente y decirlo en el Congreso. Si piensa, por el contrario, que eso es un cromo que a él no le importa mucho y que puede intercambiar por otros apoyos más importantes para su interés, también estaría bien que nos lo diera a conocer. Pero en los presupuestos que se supone nos deben ayudar a salir de la crisis que se nos viene encima en 2022 debería estar claro a qué obedece cada una de las cantidades que van a beneficiar a los diferentes colectivos (sociales, territoriales, incluso políticos y culturales).

A los catalanes que ya sufrimos la red clientelar de Pujol no nos va a disminuir gran cosa la habitual capacidad de resiliencia, pero Sánchez no debería olvidar algo. Y es que la Convergencia de Pujol jugaba a maquillarse de centro, lo cual le permitía jugar a derecha y a izquierda, pactar con unos, una vez, y con los otros la siguiente. Pero ERC, aunque sea un partido metafísicamente derechista, solo sabe posar de izquierda y no tiene tanto margen de maniobra. Se van a pegar a él como una lapa para crear su red, convirtiéndose en una rémora, en un descrédito constante y en su peor pesadilla. Tu sabrás con quien estás, Pedro.