Especial 2021

4M: Las elecciones que lo cambiaron todo

Isabel Díaz Ayuso situó a los populares al borde de la mayoría absoluta apenas dos años después de sufrir el «sorpasso» socialista

Noche electoral en la sede del PP. Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado en el balcón de la sede del PP en la Calle Génova en la noche electoral de las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid
Noche electoral en la sede del PP. Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado en el balcón de la sede del PP en la Calle Génova en la noche electoral de las elecciones autonómicas de la Comunidad de MadridAlberto R. RoldánLa Razón

La protagonista indiscutible del año en la política española cerrará 2021 con un discurso, este 31 de diciembre, desde el kilómetro cero de la capital. Será el punto final a doce meses de vértigo para Isabel Díaz Ayuso. Un laberinto que arrancó a los mandos de un inestable Gobierno de coalición con Ciudadanos, sometida a los embates de la campaña orquestada desde Moncloa para desgastarla y sin poder sacar adelante los presupuestos que permitieran a la Comunidad de Madrid afrontar los retos sanitarios, sociales y económicos derivados de la pandemia del coronavirus. Termina el año, sin embargo, como jefa de un Ejecutivo en solitario y liberada de la hipoteca de sus ex socios, con la iniciativa ganada en su pulso permanente con el presidente Pedro Sánchez y habiendo alumbrado las primeras cuentas desde que es presidenta, fruto del pacto formalizado con Vox para acometer la mayor bajada de impuestos en la historia de la región.

Se trata de una transformación difícilmente comprensible sin empezar el relato por lo que sucedió el primer martes del mes de mayo. Día 4. Los madrileños habían sido llamados precipitadamente a las urnas y el tsunami de votos a favor de Ayuso dejó incluso cortas las encuestas que eran más favorables a la hoja de ruta trazada desde el cuartel general de la Puerta del Sol. Terminaron convertidas en las elecciones que lo cambiaron todo a pesar de que, en su génesis, fueron sólo una de las réplicas del terremoto que sacudió Murcia en forma de moción de censura. Abiertas las urnas en Madrid, el golpe de Ayuso en la mesa –madrileña y española– fue triple: situó a los populares al borde de la mayoría absoluta apenas dos años después de haber sido superados por el PSOE, sumó más votos y diputados que los tres partidos de izquierdas juntos y contuvo el avance de Vox en uno de los territorios clave para los de Santiago Abascal. Pero hubo más: la candidata popular logró imponerse en 176 de los 179 municipios de Madrid, también en feudos tradicionales del socialismo en los que aventajó en casi 20 puntos al candidato de Sánchez, un Ángel Gabilondo en horas bajas, «sorpassado» en la recta final del recuento por Más Madrid. Ninguna otra circunstancia como el éxito de Ayuso en estos enclaves «obreros» del sur explica mejor el fenómeno político que personifica y cuyo elemento esencial tiene que ver con la forma en la que ha hecho saltar por los aires los límites del electorado tradicional del PP en Madrid, ensanchando su base a ambos lados del eje izquierda-derecha y, al mismo tiempo, taponando y revirtiendo la fuga masiva de jóvenes que, en la última década, habían emigrado a Ciudadanos y a Vox. Tras situar el terreno de juego del 4-M en la disyuntiva entre «socialismo o libertad» –mantra reconvertido en «comunismo o libertad» una vez entró en escena el ex vicepresidente Pablo Iglesias como candidato al rescate de Unidas Podemos–, Ayuso construyó su relato electoral en torno a esta idea. Con la que vino también a reivindicar la manera con la que el Gobierno de Madrid, al contrario de lo sucedido en otras comunidades, había gestionado la pandemia, con menos restricciones, con una apuesta por la apertura de sectores especialmente golpeados como la cultura, el comercio y la restauración y, en definitiva, con un mayor equilibrio entre salud y economía. A la bandera de la «libertad» sumó otros dos elementos: un discurso desacomplejado frente a la izquierda y la reivindicación del modo de vida de Madrid. Lo habrán oído: «Vivir a la madrileña». Que se trata, según explicó a LA RAZÓN, de «una forma de vivir muy concreta, madrugando mucho, trabajando mucho, con muchísima presión, pero, a la vez, con muchas oportunidades y libertad». Superado el 4-M y tras una investidura exprés, para la que contó con el «sí» de Vox, Ayuso ha mantenido esos tres ingredientes como eje central de su acción de Gobierno.

A nivel nacional, el subidón del 4 de mayo tuvo un efecto contagio a nivel demoscópico, con un consenso casi unánime –el CIS de Tezanos es la nota discordante– en torno a que si ahora se convocaran unas elecciones generales anticipadas el PP conseguiría ser la fuerza más votada y Pablo Casado podría ser presidente del Gobierno si lograra el apoyo de Vox. Un empuje, el protagonizado por los populares en las encuestaas, que parece estrechamente vinculado con otra de las consecuencias del 4 de mayo en Madrid. La que concierne a Ciudadanos: los naranjas pasaron de ser tercera fuerza, empatados casi con el PP, a quedarse sin representación en la Asamblea de Vallecas. Cero diputados y apenas un 3,5% de los votos. Sin citas con las urnas desde mayo, el termómetro que mejor determinará si la tendencia al alza de los populares y la progresiva desaparición de los naranjas puede generalizarse en todo el país llegará con motivo de las elecciones autonómicas, también anticipadas, en Castilla y León del próximo mes de febrero.

Con todo el viento a favor tras el impulso de mayo, el Partido Popular ha cerrado el año enredado en tensiones internas con aroma a épocas pasadas. El anuncio de Ayuso de querer aspirar a la Presidencia del PP de Madrid, hecho oficial a la vuelta del verano, chocó con aquellos que apuestan por un modelo en el que no sea la presidenta autonómica la que esté también a los mandos de la formación a nivel regional. El poco entusiasmo inicial de la dirección nacional hacia la candidatura de Ayuso fue dando paso, con el transcurrir de las semanas, al fuego cruzado y al intercambio de dardos. Por si le faltaba algo de picante al contencioso, comenzó a cobrar fuerza la posibilidad de una candidatura liderada por el alcalde de la ciudad de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, para enfrentarse a Ayuso. O lo que es lo mismo, los «partners» convertidos en rivales. Los dos protagonistas de ese eventual duelo, presidenta y alcalde, se conjuraron en una comida secreta para que las tensiones internas no amenacen ni lastren un ticket electoral de garantías en la tarea de revalidar Cibeles y Sol en mayo de 2023. Aunque, a priori, las aguas bajan más calmadas en estas últimas semanas del año, la realidad es que el Congreso del PP de Madrid continúa sin fecha. La cita tiene, eso sí, dos certezas. Tendrá lugar a lo largo del primer semestre del año. Y Ayuso concurrirá como candidata a la Presidencia. Falta por saber si tendrá o no rivales. La forma en la que los populares sepan cerrar o no esta crisis interna condicionará en parte sus expectativas de cara al carrusel electoral que se avecina y de que, por tanto, el balcón de Génova vuelva a acoger celebraciones, sonrisas y abrazos como los del 4 de mayo.