Jorge Vilches

A tomar viento político el 2021

El partido socialista se ha convertido en 2021 en una máquina al servicio del Presidente, incluso en Cataluña, que se resistió a González y a Zapatero.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la declaración institucional que ha realizado hoy en el Palacio de la Moncloa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la declaración institucional que ha realizado hoy en el Palacio de la Moncloa.JOSE LUIS ROCA

Repaso al mal año de menor a mayor. 2021 ha sido para Ciudadanos el año de la mortaja. Inés Arrimadas no ha sabido insuflar esperanza de vida a la formación. En Madrid pasó de ser el factótum de la comunidad desde 2015 a ser extraparlamentario. El peor síntoma es la desbandada de sus cuadros, muchos de ellos de aluvión, arribistas en algún caso, que en cuanto vieron el hundimiento se fueron a otros partidos. La impresión fundada es que con cada elección habrá menos representantes de Ciudadanos. El epítome de la nueva política cool ahora solo genera columnas sobre su despedida.

Unidas Podemos es el contenedor de la extrema izquierda totalitaria, por mucho que Yolanda Díaz difunda la trola del «nuevo laborismo». Este año ha sido el adiós del grupo que alumbró aquel populismo bolivariano que quería dar «ejemplo de democracia» a Occidente. Pablo Iglesias ha pasado de cabalgar contradicciones a inscribirse en el registro con un simple «de profesión, sus labores».

Belarra, Montero, Echenique y comparsas no sacan ni el voto de su servicio doméstico. Lo que permanecerá de Podemos este año es su repudio a las costumbres y mentalidad de los españoles, como ha demostrado la patosa ingeniería social de los ministerios de Igualdad y Consumo en 2021. Su única labor positiva ha sido que cada palabra republicana suya ha conseguido un monárquico más.

Vox ha tenido su particular Gran Salto Adelante. La formación nacionalpopulista ha vivido su año de gloria gracias a tener al contrincante adecuado: el sanchismo aliado al nacionalismo rupturista, que, por supuesto, necesita a Vox. Si Carl Schmitt viviera tendría un ejemplo magnífico para la dialéctica amigo-enemigo. Este año ha consolidado su fama de partido de feligreses, a veces cierta, lo que proporciona a Vox una alta lealtad de voto.

A esto ha unido un líder sólido, que encarna el dogma de combate, encumbrado por encima de las peleas internas, y que se dosifica para no meter la pata. Las encuestas dicen que Vox va a ser decisivo para la formación de gobiernos en las elecciones municipales, autonómicas y generales. No hay mejor propaganda para crecer.

El PP no ha tenido un año fácil. Todavía huele la pólvora del tiro en el pie. Cuando se haga la historia de este periodo los analistas se harán dos preguntas: por qué se disparó y quién se benefició. Para lo segundo voy a hacer un spoiler: Sánchez. Lo primero es una constante en la vida política: ambiciones y personalismos. Podríamos recordar lo que pasó con el Partido Liberal británico a comienzos del siglo XX. Quedó dividido en cuatro y cedió su puesto en el bipartidismo a los laboristas. O a los partidos dinásticos de la Restauración española. En fin.

No obstante, Pablo Casado ha conseguido algo que nadie puede negar: ha cambiado la imagen del partido en tres años, de desahuciado a resucitado haciendo maletas para La Moncloa. Las encuestas son positivas, y aunque queda mucho trabajo por hacer, como sintonizar la estructura territorial o que el líder pase de «amabile» a frizzante, las elecciones venideras consolidarán el proyecto.

El lema del PSOE podría ser «Todo por Sánchez». El partido socialista se ha convertido en 2021 en una máquina al servicio del Presidente, incluso en Cataluña, que se resistió a González y a Zapatero. Depuró el Gobierno y el Gabinete a mitad de legislatura, tras quemar a quienes dieron la cara por él.

Esa purga ha sido en vano porque Sánchez ha confundido el parecer estadista con ser distante. No ha sido el líder de la recuperación económica ni de la lucha contra la pandemia. Este fracaso se une a su desencaje con las prácticas de la democracia: dos estados de alarma declarados inconstitucionales, gobernar por decreto para no rendir cuentas a las Cortes, reprendido por la Unión Europea por querer controlar el poder judicial, amén de mesas «bilaterales» con los golpistas o la permisividad con los filoetarras.