Doñana

Doñana

El problema no es ni nuevo ni del Gobierno actual de la Junta

La marisma no es cualquier cosa, te puedes hundir a poco que andes nada, sólo unos metros dentro del fango y ya no hay manera de salir. Lo saben bien los que se atreven en la espesura del bosque cuando llega la noche en los meses de verano con el barullo de los mosquitos y el calor sofocante.

Hay mucha literatura, bellísima por cierto, sobre la vida de los pobladores del Parque Nacional que rompe los tópicos de la arcadia perdida y del paraíso terrenal. Siéndolo, porque en aquel triángulo fantástico que vio nacer a la cultura tartésica, vive el mayor humedal de Europa. Una joya de la biodiversidad que disfruta de una protección especial pero que siempre está en el punto de mira de la política como reclamo de votos o azote del contrario.

Ahora vuelve la polémica por la aprobación en el Parlamento andaluz de una norma que busca legalizar el regadío en una zona adyacente al parque. La iniciativa salió adelante con los votos del PP, Ciudadanos, Vox y la abstención de los socialistas, que se han marcado un tanto al ir por su cuenta.

¿Qué es ir por su cuenta? No hacerle caso a la ministra Teresa Ribera, que encendió la llama de la bomba de Doñana. ¿Por qué? Pues porque conocen el paño de lo que pasa en Huelva y saben que ponerse en contra de los propietarios de las explotaciones les hace perder votos. No tienen ni un pelo de tontos, como el resto. ¿Estamos tontos o qué? El problema de Doñana no es ni nuevo ni del Gobierno actual de la Junta, si no que se lo pregunten a los que apoyaron montar allí un almacén de gas, a los que permitieron el desastre de Aznalcóllar o a los que quisieron dar el pelotazo del ladrillo con un proyecto llamado Costa Doñana.