El antecedente
30/1/1986: el juramento sin precedentes de Don Felipe
Por primera vez en la historia, el entonces Príncipe de Asturias acató la Constitución antes de ascender al Trono
Por primera vez en la historia de España, las Cortes Generales tomaron juramento a un Príncipe Heredero, Felipe de Borbón, que se comprometió, según reza el artículo 61 de la Carta Magna, a «guardar y hacer guardar la Constitución, respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas, con fidelidad al Rey». En dos siglos de periodos de Monarquía Parlamentaria, los Herederos de la Corona española nunca habían anticipado su acatamiento al texto constitucional hasta que subían al Trono. En el umbral de sus 18 años, con testigos de excepción, bajo un Gobierno socialista presidido por Felipe González, el entonces Príncipe de Asturias oficializó su mayoría de edad y su rango en una ceremonia minuciosamente preparada en todos sus detalles de protocolo durante tres meses entre La Zarzuela, La Moncloa y las Cortes. Veinticuatro horas antes de la jura, el 29 de enero de 1986, el Boletín Oficial del Estado publicó un Real Decreto que, según nos confesó el propio Príncipe a un grupo de periodistas, fue su mejor regalo de cumpleaños. En este Decreto, firmado por el Rey Don Juan Carlos y a iniciativa del presidente del Gobierno, Felipe González, se concedía al Príncipe de Asturias el Gran Collar de la Orden de Carlos III al alcanzar su mayoría de edad y con motivo de su jura ante ambas cámaras como Heredero de la Corona de España.
Aquel 30 de enero de 1986 amaneció frío y soleado. A las once en punto de la mañana llegaron al Congreso de los Diputados los Reyes de España, el Príncipe de Asturias, las Infantas Elena y Cristina, y Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, escoltados por el Escuadrón de Lanceros de la Guardia Real. Desde muy temprana hora centenares de personas abarrotaban la Carrera de San Jerónimo y, tras pasar el Rey revista a las tropas que le rendían honores, toda la Familia Real fue recibida por los presidentes del Congreso, Gregorio Peces-Barba, y del Senado, José Federico de Carvajal. En medio de una enorme solemnidad, los Reyes, sus hijos y el Conde Barcelona entraron al hemiciclo acompañados por los presidentes de ambas cámaras y el jefe del Gobierno. Acordes al estricto protocolo cuidado al detalle, los Reyes se situaron en dos lugares centrales del estrado presidencial, flanqueados a su izquierda por Peces-Barba, De Carvajal y los miembros de la Mesa del Congreso, y a su derecha por el Príncipe de Asturias, Felipe González, las Infantas, el Conde de Barcelona y la Mesa del Senado. Recuerdo muy bien cómo diputados y senadores en pleno, puestos en pie, prorrumpieron en aplausos mientras sonaba el himno nacional. Idéntica actitud se observó en las tribunas de invitados, donde se encontraban los presidentes autonómicos, cuerpo diplomático y representantes de cuatro confesiones religiosas: católica, protestante, musulmana y judía.
En su discurso, el presidente del Congreso, el socialista Gregorio Peces-Barba, ensalzó el significado de la Monarquía parlamentaria como símbolo de la unidad y permanencia de España y la definió como «el sistema más racional y adecuado en una democracia». Tras sus palabras, solicitó a todos los asistentes que se pusieran en pie.
Eran exactamente las 11:30 horas, el Príncipe de Asturias saludó a su padre con una inclinación de cabeza y avanzó con paso firme hasta situarse frente al presidente del Congreso, separados por una mesa en la que descansaba un ejemplar de la Constitución. Con voz segura leyó el artículo 61 de la Carta Magna que fija la fórmula de juramento de los Herederos de la Corona y, pronunciadas sus palabras, el presidente del Congreso enfatizó: «Las Cortes generales acaban de recibir el juramento que Vuestra Alteza ha prestado en cumplimiento de la Constitución como Heredero de la Corona. Señorías, ¡Viva la Constitución!, ¡Viva España!, ¡Viva el Rey!». La triple propuesta de vítores fue secundada por todos los asistentes, sin un solo gesto de desacato, mientras el Príncipe dirigía una mirada hacia sus padres, visiblemente emocionado. Acto seguido, los representantes de todos los Poderes del Estado, diputados, senadores, presidentes autonómicos e invitados, entre los que se encontraban las hermanas del Rey, las Infantas Doña Pilar y Doña Margarita con sus esposos, y el hermano de Doña Sofía, Constantino de Grecia, corearon un unánime aplauso.
Complicidades
Durante el solemne acto, el Príncipe y el presidente del Gobierno, sentado a su izquierda, intercambiaron palabras y gestos de complicidad. Después del juramento en el Congreso, ya en el Palacio Real, donde el Rey impuso a su hijo el Gran Collar de Carlos III, Felipe González, en conversación informal con los periodistas, nos confesó su satisfacción por este juramento, que en su opinión, además de cumplir una previsión constitucional, venía a saldar una fractura histórica y cerrar el capítulo de una transición dinástica en paralelo con la transición política en España.
En su discurso previo a la condecoración, el jefe del Ejecutivo defendió que en una España democrática y libre la persona del Heredero garantiza el futuro constitucional. «Vuestra Alteza sabe que cuenta con lealtad y simpatía del Gobierno de la Nación», aseguró. Y allí, en el Palacio de Oriente, estuvo en pleno, con su presidente, el vicepresidente Alfonso Guerra y ministros como Javier Solana, Paco Ordóñez, Narcís Serra, Joaquín Almunia, Javier Sáenz de Cosculluela, Virgilio Zapatero o el luego tristemente asesinado por ETA, Ernest Lluch. Todos cumplimentaron a la Familia Real y ensalzaron un acto de enorme contenido institucional, continuidad dinástica y refuerzo del proceso democrático. Aquel 30 de enero de 1986 fue un día para la historia, pleno de simbolismo, respeto y consenso político, ahora tan fuertemente añorados.
El Príncipe nos contó que aquella mañana se había despertado más temprano de lo habitual, a las siete en punto del reloj que le regaló el violinista Yehudi Menuhim. Era muy consciente de la transcendencia de la jornada, pues a partir de esa mayoría de edad ya nada sería igual en deberes y responsabilidad, y así se lo había confesado dos meses atrás a algunos compañeros en la Academia General Militar de Zaragoza, donde también ahora realiza la formación castrense su hija, la Princesa Leonor. Muchos de ellos acudieron como invitados al acto del juramento y le regalaron algunos objetos con motivo de su cumpleaños: libros, discos y un equipo de informática. Pero la sorpresa mayor se la dio su padre el Rey al término de los actos oficiales: un Seat Ibiza de color dorado metalizado con tapicería interior gris, modelo GLX I-5. Al Príncipe, como a Don Juan Carlos, le gusta mucho conducir. Y también recibió cartas de otros compañeros durante su estancia en el Lakefield College de Canadá. Allí dejó muchos amigos que aún conserva, de diferentes nacionalidades.
El día estuvo lleno de anécdotas. El Príncipe pronunció un vibrante discurso: «España es prodigiosamente única y única debe ser la entrega para reinar en ella». Pidió paz, libertad y justicia para su engrandecimiento y añadió: «Está viva en mí la emoción de unos momentos inolvidables». Su familia estuvo también muy emocionada. El Rey y Don Juan lucían la Orden del Toisón de Oro, este último muy orgulloso tras sus largos años de exilio en Estoril, donde siempre anheló la restauración democrática. La Reina Sofía, en especial, estaba radiante con un elegante vestido en terciopelo azul. Las infantas Elena y Cristina, con vestidos rosa y fucsia. A su entrada en el hemiciclo, la Familia Real fue recibida con todos los asistentes en pie mientras sonaba el himno nacional. En el mismo momento del juramento las campanas de iglesias y carrillones de relojes en Oviedo comenzaron a repicar en una tradición como señal de júbilo por el evento protagonizado por el XXXV Príncipe de Asturias desde 1338 como Heredero de la Corona. Más de 200 periodistas nacionales y extranjeros se habían acreditado en el Congreso para seguir el acto en el que el Rey Don Juan Carlos protagonizo una graciosa anécdota, pues había olvidado en Zarzuela la Medalla del Congreso que debía lucir. Al percibir el olvido, en el curso de una conversación informal en el Salón de Pasos Perdidos con los miembros de la Mesa de ambas cámaras, se dirigió al letrado mayor de las Cortes solicitando se la prestase y así pudo lucirla tal y como establece el protocolo.
La vigilancia en torno al palacio del Congreso fue intensa y la Policía Nacional, con uniforme de gala, permanecía en el interior, dónde se agolpaban periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión. El Príncipe pudo comprobar el calor del pueblo de Madrid pues, tras el desfile de unidades de los tres Ejércitos, un grupo de personas le entonaron el «Cumpleaños feliz». Después, en el Palacio Real, ataviado ya con el Gran Collar de Carlos III, posó con todo el Gobierno de Felipe González. El Rey y su hijo se fundieron en un emotivo abrazo. Era el broche final de una jornada sin precedentes que cerraba una previsión constitucional y un capítulo en la historia de una dinastía secular. Ese 30 de enero de 1986 Felipe de Borbón inició su verdadera etapa como digno sucesor de Rey.
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