Política

Venezuela

Cuarto y mitad de libertad

La Razón
La RazónLa Razón

A la vicepresidenta nadie la objeta su idoneidad como catedrática de Derecho Constitucional pero ha debido estudiar en diagonal el derecho a la libertad de expresión en las Constituciones democráticas occidentales y obtener «cum laude» en el análisis de las libertades informativas en los regímenes totalitarios y en el nuevo socialismo del siglo XXI instalado en Venezuela y emergente en la izquierda española. Antes de que a Pablo Iglesias le regalaran el mismo cargo de facto que ahora ostenta doña Carmen aquel censuró la legitimidad de los medios privados por no responder a un correcto uso social. En el primer Gobierno de Felipe González un joven secretario de Estado de Interior, malogrado por la muerte, me citó para ilustrarme: «Si el PSOE ha obtenido del pueblo la mayoría absoluta, también la mayoría de las informaciones deberían alinearse con el Gobierno o quedar descolgadas de la opinión pública». Hacia el final del «felipato», Felipe arguyó que una cosa era la opinión pública y otra la opinión publicada, denunciando vanamente la existencia de un «Sindicato del Crimen» de periodistas presididos por el Nobel de literatura Camilo José Cela. Los políticos a la defensiva, como los «avances elásticos sobre la retaguardia» del maestro Goebbels, son impredecibles y hasta disparan sobre si mismos. Siendo ministra de Cultura de Zapatero doña Carmen dijo aquello inefable de «el dinero público no es de nadie» y los medios no la crucificaron porque todo nacido de mujer tiene derecho a proclamar alguna imbecilidad aun quedando los demás sin saber si la fiscalidad es como la materia que ni se crea ni se destruye y sólo se transforma. Mucho antes que Nixon o Trump, el presidente estadounidense Thomas Jefferson padeció la inquina de los diarios de su época y abandonó la Casa Blanca con esta sentencia: «Prefiero periódicos sin Gobierno a un Gobierno sin periódicos». Hay que mirar muy atrás para recoger una gavilla de auténticos hombres de Estado. Siempre que se ha planteado la reglamentación del multimedia que llamamos Prensa libre se coloca en segundo plano la autocensura y se alzaprima la regulación de las informaciones ejercida desde partidos políticos gubernamentales. Por obvia es preferible la censura que en el Régimen anterior levantaba por subversivos artículos de Franco enviados a «Arriba» sin que el dictador se quejara de lo suyo. Escribía Francis Bacon que «la libertad de expresión incita y excita a un nuevo uso de la misma libertad, con lo que contribuye considerablemente al conocimiento del hombre» y ya había subrayado Tácito que «son raros aquellos tiempos felices en los cuales puedes pensar lo que quieres y decir lo que piensas». Doña Carmen no alcanza al filósofo inglés pero su discurso ante un foro de informadores es nada entre dos platos ni hay que personalizar lo obtuso; lo peligroso es que esa forma de pensar anida en otros principales que con su doble lenguaje y su afición al disfraz pretenden reeditar de hecho el Frente Popular victorioso en 1936. Doña Carmen mete en la batidora el cambio del modelo productivo de la Prensa escrita, el irresistible ascenso de las nuevas tecnologías, la rumorología y los comentarios irresponsables obteniendo una detestable mahonesa, a menos que estuviera pensando en la TV3 catalana. Seguro que la disensión de sus repetidos dislates será tenida por machista, única línea de defensa que la queda a esta quejosa de la libertad de información que miente cuando asegura, muy suelta de cuerpo, que Francia, Reino Unido, Alemania e Italia plantean regular los medios en la Unión Europea. Y peor que mentir es no saber lo que se dice.