Jorge Vilches

Desprecio al PSOE

Solo García-Page ha levantado un leve susurro, una exhortación a lo Gila pidiendo que alguien debería reflexionar algo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante su encuentro con el ministro de Exteriores chino, Wang Yi celebrado este lunes en La Moncloa,© Alberto R. Roldán / Diario La Razón.19 02 2024
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante su encuentro con el ministro de Exteriores chino, Wang Yi ceAlberto R. RoldánFotógrafos

No cabe más explicación. Es evidente que Sánchez desprecia al PSOE. De hecho, le ha arrebatado la vida interna y lo ha dejado en una mera compañía de títeres patrocinada por Moncloa. Quizá ese odio proceda de cuando el partido le puso de patitas en la calle en 2016 por plantear lo que ahora está haciendo. Sin duda volvió para vengarse de todos, como un Montecristo de pacotilla. Destituyó personas incómodas y pervirtió los mecanismos para asegurarse que nunca más sería echado. El resultado es el batacazo en Galicia este 18-F, después de perder en 2023 siete gobiernos autonómicos y trece capitales de provincia.

Ese repudio al partido explica el menosprecio a su organigrama y a la autonomía de sus federaciones. El Partido Socialista es hoy un partido sin pulso, que diría Francisco Silvela. Solo García-Page ha levantado un leve susurro, una exhortación a lo Gila pidiendo que alguien debería reflexionar algo. En esa forma críptica de hablar del que se sabe a merced del amo, el castellano-manchego ha dicho que le gustaría una pizca de autocrítica para evitar que el ciclo sea ciclón. Vamos, lo que teme es que el PSOE desaparezca en las regiones porque Sánchez ofrezca a los nacionalistas su sacrificio a cambio del apoyo en el Congreso.

Dice bien, porque la reflexión de Moncloa es que los resultados en Galicia no son extrapolables al resto de España, que no ha sido un referéndum sobre la amnistía ni acerca del liderazgo de Alberto Núñez Feijóo.

El mensaje torticero es que la responsabilidad de la derrota no ha sido de Pedro Sánchez, sino de los gallegos, que han votado mal. Ahora dicen lo que pensaban pero callaron en campaña: que Galicia es una tierra cateta y clientelar. Y apuntan que si el PP ha ganado es porque los populares son la derecha nacionalista gallega, por lo que en el fondo dan a la razón a Sánchez con la necesidad del Estado plurinacional.

Mientras los sanchistas y sus terminales exhalan estas excusas, Sánchez sigue minando la credibilidad del PSOE. Al tiempo que asegura estar metido intensamente en la reflexión autocrítica por la derrota está negociando con Puigdemont. Sánchez piensa que el éxito con Junts tapará el fracaso en Galicia y los batacazos que vengan después. Dame presupuestos y llámame tonto. Agarrar el poder con las manos conseguirá callar una vez más a los que no han repetido el argumentario de Moncloa. Es más; logrará otra foto suya aplaudiendo a rabiar al amado líder.

La seña de identidad del PSOE hasta Sánchez había sido el patriotismo de partido por encima de la lealtad a la democracia o al país. Entre la fidelidad a los principios y el poder, siempre habían optado por lo segundo. No quiero salpicar con historia, pero los socialistas apoyaron la dictadura de Primo de Rivera hasta que exprimieron el último limón, y solo entonces se pusieron a conspirar para traer un régimen propio, la República. En la historia han tenido líderes desleales, guerracivilistas, antidemócratas, corruptos, golpistas y demagogos, claro, pero a ninguno de sus dirigentes se le ocurrió sacrificar el partido al altar de su ego. Guardaban a las siglas un respeto de adolescente pidiendo la paga. Está en su naturaleza.

De hecho, ni siquiera la generación antisanchista del socialismo, los González, Guerra y compañía, ha dejado de votar a su iglesia.

Hoy ya no queda en el PSOE ni ese patriotismo de partido que lo sustentaba en cada provincia contra viento y marea. Solo hay lealtad a Pedro Sánchez. No hay nadie capaz de reclamar el respeto a las federaciones, a su historia en la Transición, y mucho menos una rectificación a la política nacional.

El líder socialista ha llevado a su organización territorial al matadero mientras impulsa la subversión suave del régimen constitucional y toma la polarización como arma política. No es la primera vez en el socialismo español. Lo original es que en este viaje liquide al partido y no pase nada.