Opinión
Una de las dos Españas ha de helarte el corazón
Y cuando lo que tú ofreces en sí mismo no es atractivo y válido para generar ilusión y debes recurrir al miedo, olvidas que la ilusión siempre vence al miedo
«Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Quién diría que ha pasado más de un siglo y cuánta razón, querido Antonio. Esas dos Españas hoy vuelven a los pasajes menos heroicos y gratificantes de nuestra historia. La democracia española no es tan longeva y aún desconocemos si podrá aguantar los tirones y jirones que está padeciendo.
Siempre he creído que gobernar es transformar la vida de las personas a mejor, diseñar un futuro en igualdad y más justo. Eso me ha llevado a defender la política con mayúsculas y a no cuestionar jamás la legitimidad de la aritmética parlamentaria, incluso cuando a pesar de tener el apoyo social fui desalojada del gobierno en mi tierra, con el coste personal y político que hemos sufrido desde entonces. Y todo ello lo recuerdo al contemplar atónita cómo quien aspira a liderar este país, desde una posición contraria a la mía, en lugar de utilizar los cauces constitucionales que ofrece la Carta Magna para presentar una alternativa califica de mafia a la otra media España y llama a los ciudadanos a clamar en las calles porque él no se atreve a plantearlo en el Congreso de los Diputados.
Siempre he defendido que gobernar jamás debe ser un fin en sí mismo, la oposición tampoco debe ser irresponsable y a costa de todo. Cada día que creemos haber llegado al máximo de crispación y enfrentamiento en la política española comprobamos que la zanja que nos separa se ensancha. Cualquier elemento sirve para encanallar aún más el clima de polarización irrespirable en el que nos encontramos. Aquellos que hemos defendido y defendemos el diálogo y los consensos resultamos ser rara avis, incluso corremos el riesgo de ser considerados extraterrestres, en un momento crítico donde la política se hace desde las vísceras y las entrañas. El horizonte de este país no puede ser más desolador.
El camino emprendido es peligroso, ya no se trata de convencer sobre argumentos y valores, más bien lo que importa es frenar o destruir al otro.
Y cuando lo que tú ofreces en sí mismo no es atractivo y válido para generar ilusión y debes recurrir al miedo, olvidas que la ilusión siempre vence al miedo. Las élites políticas han conseguido trascender a la gente no con sus ideas de convivencia democrática y defensa del bien común, lo han hecho destacando las diferencias como algo insalvable que nos sitúa a unos y otros en las antípodas, sin que se puedan construir puentes de entendimiento.
Cuántas veces he visto comenzar un lunes, después de un derbi, con bromas y sarcasmo de los vencedores contra los vencidos en el césped de Sevilla, pero ni eran hirientes ni pretendían ofender, solo el regocijo de quien pertenecía a un escudo que en el lance dominical salió victorioso, conocedor de que dentro de pocas fechas habrá otro derbi y, por tanto, ni la victoria es eterna ni la derrota es para siempre.
Hoy no, hoy pertenecer a unos escudos es sinónimo de «o estás conmigo o contra mí», o defiendes hasta lo que no compartes o eres un resentido. Ni se te ocurra como cualquier vecino aplaudir una medida del Gobierno o realizarle una crítica, los de un escudo y los de enfrente se pueden levantar con un ánimo violento que da miedo porque ya no nos aguantan ni nuestros propios pensamientos. La violencia verbal y la incontinencia por insultar que se ve en las Cortes se ha trasladado a la vida cotidiana, tu escudo te exige respuestas contundentes, no es necesario que des argumentos sesudos, solo busca un buen insulto o una descalificación hiriente de tu adversario. Y mañana (cuando escribo este artículo aún se está celebrando esa manifestación frentista) valorarán si fueron cientos, miles o decenas de miles quienes fueron a cavar una trinchera más grande de la que ya existe entre unos y otros. Porque no fueron llamados para defender una política del entendimiento por el bien de España. No, ese no era el tema, era identificar que en pleno siglo XXI sigue siendo una realidad los versos de Machado, y lo peor, que se puede cumplir que unos y otros nos hielen el corazón.
No puedo evitar preguntarme si es inevitable esta ruptura o si solo es fruto de la inmadurez de unas élites que no han sabido entender que solo tienen el usufructo de una democracia constitucional que deben preservar para las generaciones venideras, pero que no tienen la propiedad ni el derecho a destrozarla. Si de algo me pueden acusar es de decir siempre lo que pienso, y no está España para seguir cavando trincheras ni para ahondar en lo que diferencia a esas dos Españas que nos señaló Machado.
La vivienda, la pobreza laboral de quien trabaja, pero no llega a final de mes, el envejecimiento de nuestra población y las necesidades de más cuidados, los nuevos modelos de dictadores en el mundo globalizado y sus amenazas belicistas, nuestra infancia y su futura educación, las necesidades de nuestra sanidad, y la felicidad de la gran mayoría; esas deberían ser las causas y los lemas de manifestaciones en la calle. Lo demás, por desgracia, solo es ruina para nuestro futuro e intuyo que muchos españoles no quieren quedar aplastados entre los hooligans de un escudo y los del contrario. En ese punto estamos ya frente a un puente que debemos cruzar, y la decisión es nuestra; o rompemos con esta dinámica o alguna de las dos Españas nos helará el corazón.