Terrorismo
Los hechos y las conspiraciones
Es habitual que, tras grandes atentados o magnicidios, como el de Carrero, surjan teorías que desvían la atención de los auténticos autores
El 7 de agosto de 2020 fue finiquitado en Teherán en el entonces número 2 de Al Qaeda, Abu Mohammed al-Masri. Fue una acción atribuida a un comando del Mossad a petición de los EE.UU. Antes de morir, había dejado escrito en árabe un largo libro en el que explicaba con todo detalle los atentados del 11-S, de los que lo sabía todo. Dedicaba un capítulo a desmontar, a veces con un cierto aire de burla, las teorías conspiratorias que se habían difundido sobre aquellos terribles hechos. Los autores habían sido ellos, los terroristas, y en el panfleto se dan datos que ofrecen pocas dudas al respecto.
Esto de montar historias alternativas cuando se produce un gran atentado o un magnicidio es algo que se repite. En esta nuestra España de futuro incierto hasta va a haber una comisión que va a investigar parlamentariamente los crímenes yihadistas de 2017 y eso por no hablar de todo lo que se montó en torno a los atentados, también yihadistas, del 11-M en Madrid. No hace muchos meses, una persona me confesaba su absoluta certeza de que los autores habían sido terroristas de ETA. Traté de convencerle de su error, pero me di cuenta de que era una pérdida de tiempo.
Ahora, con motivo del 50 aniversario del triple asesinato de la calle Claudio Coello de Madrid, ocurre lo mismo y, por diversos artículos, desfilan la CIA, los enemigos dentro del régimen que tenía el almirante Carrero Blanco, los propios servicios secretos españoles y un largo etcétera. Me ha extrañado que no hayan aparecido los “técnicos mineros” del IRA en la construcción del túnel donde se alojó la bomba, en algún artículo saldrán.
Por lo que se sabe y escribieron los propios terroristas, fueron miembros de ETA, agrupados en el “comando Txikia”, los autores del atentado. ¿Por qué se les va a dar credibilidad? El terrorista, cuando tiene éxito en su empresa criminal, es como el escorpión, tiende a ufanarse del éxito de su acción dañina. Por el contrario, cuando les sale mal, al menos de cara al exterior, tratan de mentir. Alguna vez se les ha pillado, como ocurrió con el fallido regicidio de don Juan Carlos I en Mallorca.
Lamentablemente, la acción criminal contra el almirante Carrero fue un "éxito" para ellos. Es verdad que los etarras se movieron durante meses por la capital, alquilaron pisos con documentación falsa, robaron en armerías, compraron efectos policiales y un largo etcétera. Y que el túnel fue excavado a poca distancia de la Embajada de los EE.UU. Algo imposible hoy. Entonces, los servicios de seguridad, pese al férreo control que ejercían sobre la población, no habían interiorizado, pese a algunas advertencias policiales, la posibilidad de que ETA atentara en Madrid. No figuraban entre las prioridades de los investigadores, más atentos a los movimientos clandestinos obreros y a las personas que consideraban contrarias al régimen.
Pasados los meses. Los etarras se jactaban en el sur de Francia de que había quedado claro que el magnicidio lo habían cometido “aldeanos vascos”. En la narración que ellos mismos hacen de los hechos, en los que meten algunos gazapos para despistar a las Fuerzas de Seguridad, se sorprendían de la poca seguridad que tenía Carrero cuando aún no era presidente y de que su teléfono y la dirección de su casa figurasen en la guía telefónica, algo que era cierto.
Que tuviera que ser un misterioso hombre, en un hotel de Madrid, el que informase a los etarras de que Carrero iba a misa todas las mañanas a la misma iglesia y a la misma hora, algo que veían cientos de madrileños y era fácilmente comprobable (ya sabían dónde vivía) puede que sea verdad, pero hay que tener en cuenta que contaban con el apoyo de la comunista Genoveva Forest, que les facilitó en gran manera todo lo necesario para el atentado. Podía ser uno de su grupo.
La amnistía de 1977 impidió que los autores materiales y colaboradores fueran llevados a juicio, por lo que este atentado, como el de la cafetería Rolando, en la Puerta del Sol (que, sin duda, preparó el mismo “comando”), forman parte de los más 300 asesinatos sin resolver, sobre los que acaban de publicar un documentado libro los periodistas María Jiménez y Florencia Domínguez (Espasa).
Los hechos son como son y, a veces cuesta creer la sencillez con la que se han desarrollado pese a su aparente complejidad. De lo que no hay duda es de los instintitos criminales de los inductores y autores del triple asesinato de la calle Claudio Coello, del que ahora se cumplen 50 años.
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