Gobierno de España

Los otros pactos de la Moncloa que pueden venir

La mesa de negociaciones de los Pactos de la Moncloa. De izquierda a derecha: Adolfo Suárez, Fernando Abril Martorell, Francisco Fernández Ordoñez, Ramón Tamames, Santiago Carrillo, Tomás García (Juan Gómez) y Jordi Solé Tura. En el lado izquierdo, parcialmente, Felipe González.
La mesa de negociaciones de los Pactos de la Moncloa. De izquierda a derecha: Adolfo Suárez, Fernando Abril Martorell, Francisco Fernández Ordoñez, Ramón Tamames, Santiago Carrillo, Tomás García (Juan Gómez) y Jordi Solé Tura. En el lado izquierdo, parcialmente, Felipe González.larazon

La televisión pública ha prestado un buen servicio, y las demás han hecho lo propio, ofreciendo a los telespectadores el debate íntegro de la investidura para tener un presidente del Gobierno que no esté simplemente en funciones. Y para evitar unos terceros comicios consecutivos y conseguir una plusmarca mundial de ineficiencia política e incluso de alguna vesania intelectual.

En la pequeña pantalla hemos visto una muestra del talante de los diferentes partidos políticos, algunos de los cuales quieren convertir el hemiciclo de la carrera de San Jerónimo en un auténtico campo de batalla, en el que situarse para zaherir donde más le duele, al adversario. Y en ese sentido, estamos ante una legislatura que no se anuncia, precisamente, como un lago de estabilidad, salvo que el pacto prevalezca sobre la discordia indefinida y el fetichismo de los personalismos indefendibles.

Que yo recuerde, el PSOE no se ofreció a pactar con el candidato a ser investido, y trató de presentarse como una auténtica oposición frente al futuro gobierno. Y con toda lógica se le vino a decir que es difícil ser primera fuerza de la oposición cuando se contribuyó tanto a formar el propio ejecutivo, aunque sea con la mera abstención.

En realidad, fue Ciudadanos el grupo político desde el que se mencionaron los Pactos de La Moncloa de 1977. El gran episodio que permitió elaborar la Constitución con una cierta calma en lo económico y en lo social, por los acuerdos alcanzados. Y visto desde ahora, aquello fue una especie de «compromiso histórico», la vieja idea de Antonio Gramsci, aunque fuera más breve de lo deseable y menos productivo de lo posible.

El candidato sí que propuso, en numerosas ocasiones, pactar con PSOE y Ciudadanos, sin mencionar a Podemos, a los que debe considerar inconvocables, al manifestarse tantas veces contrarios al espíritu de la Transición y a la propia Constitución.

Tratando ahora de vislumbrar de alguna manera qué sucederá en la nueva legislatura, yo diría que el candidato, presidente del Gobierno ya, sigue pensando en algo parecido al entendimiento de coalición. Y de hecho hay razones para pensar que esa es la fórmula, porque en toda nueva fase legislativa y de decisiones importantes, el presidente tendrá que contar con cierto apoyo del PSOE, y mucho más de Ciudadanos, para sacar adelante cantidad de cosas. Con la particularidad de que C’s y PP ya tienen «150 compromisos para mejorar España», suscritos hace meses, y que al parecer se mantienen vigentes. En 1977, el autor de estas líneas participó en aquellos Pactos de La Moncloa, que indudablemente se vieron facilitados, porque tras casi cuarenta años de dictadura, prácticamente todos los diputados estábamos en la idea de asegurar la incipiente libertad, y la democracia en ciernes, que estaban amenazadas por fuerzas contrarias aún muy potentes. La clase política, como se dice ahora, se puso al servicio del pueblo y de sus intereses, a pesar de ideologías y pasados históricos tan diferentes.

Ahora, las cosas son distintas: ya no hay una cuasi unanimidad de propósitos, y resulta que al debilitamiento del bipartidismo han contribuido las tendencias populistas, que ya no buscan su propia legitimación en nuestra Ley de Leyes de 1978. Y además, el PSOE pasa por un momento de tristeza frustrante. Un panorama que tendrá que irse calmando, aviniéndose a pactos puntuales o incluso duraderos.

Más que un Moncloa-Bis, con visos de globalidad, se buscará una nueva versión de España, con sucesivos intentos de resolver una serie de cuestiones concretas. La primera de ellas, los presupuestos, ligados a la negociación que se mantiene con la Comisión Europea. Luego están los problemas perentorios de la situación de las pensiones en una España envejecida y de momento sin inmigración. Como también se sitúa en el candelero el asunto de la financiación de las comunidades autónomas, que para muchos es como intentar resolver la cuadratura del círculo. Hay otros pactos también posibles y deseables, como el de la educación, modificando aunque sea necesario el artículo 27 de la Constitución, el más largo de toda la Carta Magna, para evitar que siga en marcha el «velo de Penélope», de que cada gobierno hace su reforma educativa, llevándonos a una situación muy poco recomendable.

Llegarán otros pactos, incluso reformas del texto fundamental de 1978. Pero quizá lo más importante es que los tres partidos constitucionalistas se pongan de acuerdo en que el imperio de la ley no puede fracasar, y que la Constitución, se reforme o no, tiene que ser respetada a carta cabal, empezando por la soberanía nacional, que no puede admitir derechos a decidir en la senda del secesionismo.