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30 años del atentado contra Aznar

"Un portero cotilla casi nos estropea la ekintza" (acción)

Los etarras que intentaron asesinar al entonces presidente del PP explicaron a sus jefes los motivos de su "fallo"

Aznar, momentos después del atentado Archivo(/Ep

“Un portero cotilla casi nos estropea la ekintza (atentado)”. El “comando” de ETA que cometió la acción criminal contra el entonces presidente del PP, José María Aznar, del que mañana se cumplen 30 años, explicó a los cabecillas de la banda las circunstancias por las que fallaron en su objetivo dd acabar con su vida.

El atentado presentaba una serie de dificultades, que son explicadas en documentos internos de ETA, que ya publicó LA RAZÓN hace dos años, y que, de alguna manera, permitieron que el presidente del PP saliera prácticamente ileso, aunque en la acción criminal falleció una mujer, Margarita González, de 73 años, a la que le cayó el muro de su casa encima en la calle Silva.

Lo primero que hay que hacer al hablar del atentado de Aznar, es contextualizar el asunto.

En ETA y su entramado mandaban los que tenían las armas y el dinero, punto. Pero dentro del principio del centralismo democrático de las organizaciones marxistas leninistas (las decisiones de los jefes se obedecen porque son los más preparados y los que tienen más información), como era ETA, tras tomar la decisión de extender los atentados más allá de los uniformados a otros objetivos de la sociedad, plantearon un falso debate interno para que su gente fuera socializando lo que iba a suceder.

Probablemente, la idea primigenia surgió tras la publicación, en uno de sus panfletos, llamado “Barne Bulletina”, de la aportación de un preso que consideraba que la estrategia que seguía la banda no era la correcta y que había que matar políticos. Venía a decir que hasta que los políticos no vieran metido en una caja de pino a uno de los suyos y no a los habituales uniformados, no se avendrían a negociar con ETA la independencia (sabían de sobra que no se les iba a dar) y lo que más les interesaba a ellos el acercamiento a cárceles vascas como paso previo a una nueva amnistía, algo que haan conseguido ahora. Hablaba, en términos duros, de caja de pino, lágrimas de cocodrilo.

Fuera este u otro el origen, lo cierto es que el “aparato político” de ETA encargo a Herri Batasuna la elaboración de la ponencia “Oldartzen” (agresor o agresión en euskera), en la que se hablaba de que había que “socializar el sufrimiento” y extender los atentados a diversos sectores sociales, no sólo los uniformados, como los políticos. Ya estaba dado el primer paso. Simultáneamente, la Coordinadora Abertzale Socialista (KAS), que agrupaba a todo el enramado etarra, incluida la propia banda y HB, elaboró un documento titulado 'Txinaurriak' (hormigas), en el que se proponía que se empezar a matar a los periodistas.

El falso debate ya se había realizado y no tardaron en pasar a la acción. El 23 de enero de 1995 era asesinado en San Sebastián Gregorio Ordóñez, presidente del PP de Guipúzcoa y teniente de alcalde de la ciudad, en una dinámica de terror que afectó no sólo al PP, sino también al PSOE y UPN. Días después del atentado La dirección de ETA, concedió una entrevista a “Euskaldunon Egunakaria” en la que aseguraba que, con la muerte de Gregorio Ordóñez, pretendía "atentar contra los políticos responsables de la prolongación del conflicto" en Euskadi. Y advertía que "los políticos profesionales han entendido que las consecuencias de la prolongación del contencioso afectarán a todos". Avisaban de lo que se avecinaba, el atentado de Aznar, que casi con toda probabilidad preparaba el “comando Madrid.

Los terroristas de esta célula ya estaban manos a la obra, con el “manual” utilizado contra Carrero en 1973: accionar la carga explosiva mediante un cable eléctrico enchufado a los detonadores de la bomba; para detonarlo, bastaba con unir los dos polos, cerrar el circuito y que se produjera la deflagración. Para analizar lo que ocurrió, resulta necesario referirse a los citados documentos internos que ha conocido este periódico.

Venían a decir, entre otras cosas, lo siguiente:

--al no poder trabajar de una manera habitual (mando a distancia) se nos plantearon varios problemas que se resumen en dos: discreción y referencias (para activar la bomba).

--la discreción era necesaria en una acción de este tipo. Ni el objetivo ni la contrainformación, ni las personas que vivían en esa zona, se percatasen o, mejor dicho, llegasen a relacionar nuestra actividad con una ekintza (atentado). Es decir, no había que romper la normalidad de la zona y, por lo tanto, nuestra actividad debía dar la sensación de normalidad.

--Es importante tener esto en cuenta para comprender que el hecho de colocar un cable de 200 metros en una calle se trataba de un hecho, en principio, normal. Por lo tanto, tanto la colocación como la posible recogida tenían que ser rápidas e impersonales; es decir, nos debían ve el menor número de personas posibles. El cable iba entre las ruedas de los coches y el bordillo de la acera.

--Al llegar a la calle Agastia, giraba y se enrollaba en una farola y tras cruzar la calle llegaba a unos contenedores. Para hacerlo con rapidez, lo hicimos con un carrito con un rodillo. Estos carritos se venden en cualquier hipermercado y están destinados a las mangueras. A la hora de enrollar un cable de las dimensiones, es esencial que el rodillo sea ancho para evitar bucles al extenderse. Y para no ser vistos por la gente, el único secreto era ir temprano.

--Las dos terminaciones del cable eran bastante problemáticas. A una la colocamos un enchufe de macho normal y la dejamos junto a un contador de luz. Había personas que siguieron el cable hasta ese extremo, pero, al llegar al contador, lo dejaron estar.. El otro extremo era peor, ya que llegaba hasta el coche y como os podéis imaginar. ¿qué hace un cable de 200 metros llegando a un coche? Afortunadamente, nadie se hizo esa pregunta y, si la hizo, lo dejó estar.. De todas formas, hay que decir que lo disimulamos con unas hojas de forma que, si alguien tiraba del cable, no se pudiera ver. Y nadie tiró de él. Otro elemento que nos perturbaba la discreción era que, al estar el cable tendido la gente del lugar lo iba a ver. Además, había cuatro salidas de garajes, de las cuales la primera y la última eran las más delicadas. La primera al estar a unos metros del coche bomba y la última porque en esa casa había un portero, además de ser extraordinariamente cotilla, se conocía cada palmo de acera. De hecho, siguió el cable hasta el contador de la luz.

--A pesar de todas estas pegas, jugábamos con una baza a nuestro favor. Hacía muchos años que no se utilizaba este método y la gente no le daría la menor importancia. Y así fue. A todo el mundo le pareció normal ver un cable no identificado en la calle. La propia idiosincrasia de una ciudad grande nos ayudaba en este punto.

--como anécdota, al día siguiente de la ekintza, se dio la orden de que se comunicara a las patrullas y a la Policía de avisar de cualquier cable sospechosos. Se bloqueó la centralita al cuarto de hora de hacer efectiva la orden.

A diferencia A diferencia de lo ocurrido en el atentado de Carrero, los etarras no tenían una referencia exacta y tuvieron que activar la bomba a la vista; lo hicieron una décima de segundos antes de sus intenciones. La bomba alcanzó la zona del motor y Aznar salvó la vida.

Si se analiza el documento etarra, se deduce cómo los miembros del “comando” jugaron a su favor con un factor común en nuestras ciudades: la gran cantidad de obras, cables tendidos, cajas eléctricas, etcétera. La calle Silva, con la presencia de un centro hospitalario por el que pasan todos los días cientos de personas, no es de las menos transitadas de Madrid; y, sobre todo, como ellos mismo subrayan, utilizaron un método no muy habitual en ETA desde que disponían de telemandos para accionar a distancia las bombas.

Después, los etarras (se desconoce quiénes fueron, ya que este atentado es uno de tantos cuya autoría no está aún aclarada, huyeron en un Fiat Uno con matrícula falsa de La Coruña, a cuyo volante les esperaba un tercer terrorista. El “comando” dejó abandonado este automóvil en un descampado de la calle de Mauricio Lejendre, cerca de la estación de Chamartín. El vehículo, provisto de un artefacto incendiario de tres o cuatro kilos de explosivos, se autodestruyó alrededor de las nueve de la mañana, con lo que quedaron borradas las huellas de los terroristas.