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Teatro de Operaciones

El salto al futuro con la nueva plataforma de desembarco naval no tripulada

Navantia sigue demostrando que puede mantenerse entre las más punteras del mundo con desarrollos futuristas capaz de funcionar como enjambres autónomos

Uno de los vehículos submarinos remotamente tripulados desplegados en el ejercicio Armada

Si existe una imagen paradigmática sobre un desembarco masivo de tropas de infantería en una batalla, la más recordada internacionalmente es la del Desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944. Allí, las fuerzas aliadas se enfrentaron a la Alemania nazi en uno de los enfrentamientos anfibios más grandes de la historia.

Jugaron un papel clave las embarcaciones de desembarco, conducidas por humanos, que cargadas de tropas desplazaron a miles de personas hasta las playas francesas. Ahora, una sociedad pública española está desarrollando una de las naves más avanzadas del mundo y que funciona de manera completamente autónoma.

Navantia, concretamente su filial en Australia, está preparando un vehículo de desembarco que bien podría parecer fruto de un filme de ciencia ficción. Conocida como la «Uncrewed Landing Craft» (ULC), no es una embarcación destinada a mover personal y vehículos a tierra, sino que además no cuenta con tripulación, por lo que es un agente robótico independiente.

Desde su concepción, está pensado para percibir, pensar, actuar y colaborar en los entornos más peligrosos del planeta sin personal a bordo. Para ello, desde Navantia Australia han desarrollado un ecosistema en tres partes interdependientes: el cuerpo (que se encarga de llevar a cabo la propulsión), el cerebro (que ofrece la navegación autónoma) y las manos (un sistema de misión modular).

El cuerpo: sigilo, movilidad y maniobra El armazón del ULC es una plataforma naval de 27 metros y una capacidad de transportar hasta 90 toneladas de carga.

Sin embargo, su punto fuerte no radica en este aspecto, sino en otro que también resulta crucial: su silencio. La plataforma es rápida y sigilosa gracias a su sistema de propulsión híbrido-eléctrico, alimentando dos potentes hidrojets a 1.600 kW. Esto le permite operar en dos modos distintos, algo muy común en la actualidad en este tipo de ingenios.

Primero, el modo de viaje, alcanzando velocidades superiores a 20 nudos con carga completa y 30 nudos con carga ligera. El segundo, el modo sigiloso: el ULC puede apagar sus motores diésel y funcionar únicamente con sus motores eléctricos, pudiendo así aproximarse a playas hostiles sin ser detectado tanto por los observadores como por los sensores acústicos que protegen los litorales modernos.

De esta manera, el enfoque multimisión es amplio, permitiendo que pueda servir para trasladar grandes cargas o equipos de operaciones especiales que necesitan mantener un perfil muy bajo. En este sentido, todo debe complementarse con una precisión milimétrica. Se trata de un barco autónomo, y por ello debe seguir los distintos puntos de ruta marcados con pericia. Por ello incorpora un propulsor de proa retráctil de 450 kW para permitir la existencia de microajustes que ayudan a lograr que las embarcaciones consigan alcanzar sus objetivos.

Llega incluso a ser capaz de conseguir un varado autónomo en una playa y de conectar físicamente en el mar con distintas ULC para formar un embarcadero o puente improvisado. El cerebro y las manos: un sistema altamente avanzado. El ULC, al ser totalmente autónomo, tiene que tener un centro neurálgico sobre el que funcione todo. En este caso es el «Navantia Autonomous Integrated and A-supported Decisions» (NAIAD), que permitirá que este mecanismo funcione a la perfección y consiga navegar de forma autónoma e inteligente, manteniendo la seguridad del personal y las cargas.

Para ello, incorpora un conjunto de sensores de alta tecnología con una fusión sensorial que le permite crear una imagen 3D coherente del entorno.

Es un concepto muy similar al de los coches modernos que permiten la conducción autónoma. Se genera una especie de mapa de todo el entorno para entender cuánto le rodea y así puede evitar obstáculos y enfrentarse a otras eventualidades que puedan ocurrir en el transporte. Se apoya en tres sensores clave: para empezar, el radar, que detecta los obstáculos en cualquier condición meteorológica. Sin embargo, con esto sería insuficiente, así que también incorpora un sensor LIDAR que emite pulsos láser para crear nubes de puntos 3D de alta resolución, permitiéndole así entender también las pendientes o inclinaciones naturales. Finalmente, estarían las cámaras infrarrojas y de alta definición, que permiten identificar visualmente los objetos y también ver a los supervisores humanos el trabajo que está desempeñando la embarcación de manera autónoma.

La inteligencia artificial (IA) es fundamental para que todo esto funcione. Y es que el NAIAD incluye una capacidad de aprendizaje automático que le permite sobreponerse a cualquier problema. En vez de tener un guion prefijado por operadores humanos, aprende de cada misión para tomar las rutas más inteligentes.

El sistema «Cube» es el encargado de desarrollar las acciones más importantes. Puede organizar los distintos módulos de desembarco, hacer que se relacionen entre sí para formar puentes o desplegar las cargas, así como minar los mares para realizar actividades ofensivas. Todo esto lo reviste de unas capacidades que lo vuelven un auténtico todoterreno marino.

Navantia en la vanguardia tecnológica. Ya sea Navantia o su división australiana, la sociedad pública española se está configurando como una de las compañías más importantes del mundo. Hablamos de una empresa que está desarrollando auténticas piezas de tecnología punta, como los submarinos «S-80», que se configuran como uno de los sumergibles no nucleares más avanzados del mundo. Sin embargo, está claro que la situación no se queda exclusivamente en sus nuevos submarinos, sino también en dispositivos como sus lanchas de desembarco inteligentes, que demuestran que su software también puede ser avanzado y colocarse en la vanguardia tecnológica de España y también del mundo.