Galicia

Garzón, 30 años después de la “operación Nécora”: “Todo estuvo a punto de irse al traste cinco horas antes”

La madrugada del 12 de junio de 1990 el magistrado de la Audiencia Nacional ponía fin a la impunidad de los narcos gallegos, una mafia que ya echaba raíces mientra se cargaba una generación de jóvenes a causa de las drogas

MADRID. Sito Miñanco, el "Pablo Escobar de la ría" es el narco más mítico de Galicia. Es de Cambados y llegó a comprar el equipo de fútbol local. Dicen que pagaba muy bien a los suyos y que no le gustaba la violencia. Ha seguido "trabajando" hasta la actualidad, que está en prisión.EFE/Archivo 1997
MADRID. Sito Miñanco, el "Pablo Escobar de la ría" es el narco más mítico de Galicia. Es de Cambados y llegó a comprar el equipo de fútbol local. Dicen que pagaba muy bien a los suyos y que no le gustaba la violencia. Ha seguido "trabajando" hasta la actualidad, que está en prisión.EFE/Archivo 1997MIGUEL RIOPAEFE

«Bueno, qué, ¿has cogido el bañador?». En la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional los agentes bromeaban con el destino de la inminente redada que, al parecer, les llevaba «de excursión» a Málaga. Era junio y, tras practicar las detenciones (aún no sabían de quién) igual podían darse un bañito en la playa. Salieron del complejo policial de Canillas en más de 40 furgones, hablando entre ellos y sin darse cuenta de la autopista que cogían. «Yo creo que fue llegando al peaje de la carretera de la Coruña que ya empezamos a decir «Uy, esto no va para Málaga”». Así lo recuerda hoy el comisario principal de la Policía Nacional Eloy Quirós, aunque entonces era inspector en el recién creado Grupo de Cooperación Internacional en materia de estupefacientes. El hoy máximo responsable de la Judicial dice que pararon a cenar en Ponferrada, muy cerca del pueblo que le vio nacer hace casi 65 años, y que antes del anochecer llegaron a la plaza de la comisaría de Santiago de Compostela. «Nos entregaron unos sobres cerrados en los que nos distribuían en distintos puntos. Salimos a las 3:00 de la madrugada, cada uno a su objetivo. A mí me tocó un empresario que tenía una gran flota de camiones. Esperamos hasta que salió, serían ya las 6 o las 7 de la mañana y, de ahí, a la comisaría de Vilagarcía, donde habían instalado el centro de mando. Me acuerdo del chalé que tenía este hombre, con vistas a toda la ría y una piscina impresionante... espectacular». Era a ostentación del narco. Aquella madrugada, Quirós y el resto de sus compañeros –unos 300 agentes de la Policía Nacional que llegaron desde Madrid para evitar filtraciones– aún no eran conscientes de que estaban haciendo historia. Bajo la batuta de un joven magistrado de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón y con la implicación del entonces fiscal antidroga Javier Zaragoza lograron dar un volantazo al peligroso rumbo que iba tomando Galicia a la misma velocidad que navegaban las planeadoras de Sito Miñanco por la ría. Fue el principio del fin de la impunidad y se llamó «operación Nécora».

Winston de batea

La escasez que sufrió la región los años de la posguerra propició los primeros contrabandos desde Portugal: café, jabón, medicamentos... Los conseguidores de aquellos productos de primera necesidad eran vistos con buenos ojos por un pueblo que rozaba la hambruna y que se sentía olvidado por el Estado. Pronto llegaría el contrabando de tabaco por las Rías Baixas y, con especial incidencia, por la de Arousa. El sistema de introducción era el mismo, solo cambiaba el producto a importar: el «rubio americano». Un producto que, a diferencia del café o el aceite, dejaba ganancias millonarias. La infraestructura ya estaba creada. Los autóctonos conocían como la palma de su mano la orografía de la ría, laberíntica y llena de escondrijos, lo que dejaba muy poco margen de maniobra a quien pretendía perseguirles sorteando bateas a toda velocidad. El dinero que se hizo aquellos últimos años de los 70 y principios de los 80 con el llamado «Winston de batea» –porque en estas plataformas escondían muchas veces el cargamento–, hizo de oro a «emprendedores» como Vicente Otero, «Terito», uno de los pioneros. Destinaban buena parte de los beneficios a mejorar el lucrativo negocio: invertían en las planeadoras más sofisticadas del mercado, sistemas de comunicación, compraban los lugares idóneos para guardar la mercancía y subían el sueldo a sus trabajadores. Dicen que el tabaco que se introducía por estas vías movía 100.000 millones de pesetas al año, lo que suponía una ruina para Hacienda y por eso cambió la ley. «El contrabando dejó de ser sanción administrativa en el 83 y pasó a ser delito», apunta el comisario.

Manuel Charlín, patriarca de "Los Charlines" tiene casi 90 años y no hace mucho que salió de prisión. No hablan bien de él: violento y poco de fiar. Cuando salió de prisión fue detenido por abusar de una menor discapacitada
Manuel Charlín, patriarca de "Los Charlines" tiene casi 90 años y no hace mucho que salió de prisión. No hablan bien de él: violento y poco de fiar. Cuando salió de prisión fue detenido por abusar de una menor discapacitadaLa RazónLa Razón

Fue cuando muchos se empezaron a animar a descargar otras sustancias. El riesgo sería similar que al descargar tabaco y las ganancias exponenciales. Se abría paso en España un mercado que apenas estaba explotado: la importación de hachís y cocaína. No todos lo vieron bien pero alguno comenzó a hacer las primeras descargas de hachís. El dinero que generaban era un insulto para quienes hacían 40 horas semanales. Sin embargo, los clanes daban trabajo a cientos de personas de forma directa o indirecta en las descargas y vigilancias y muchos negocios nacieron de aquel capital: la economía fluía como nunca en la comarca y se miraba para otro lado. Los kilos pasaron a ser toneladas. El patrimonio que los jefes empezaban a acumular era desorbitado y comenzaron a sacar el dinero de España, al tiempo que iban pisando la cárcel a pequeñas temporadas. Sus viajes a Panamá para lavar el dinero y sus contactos en la cárcel les hicieron fraguar amistad con colombianos del cartel de Cali y de Medellín, que pronto vieron en sus socios gallegos la entrada a Europa. Hubo quien nunca dio el salto a la cocaína, como el famoso Laureano Oubiña, pero a otros les fue imposible no sucumbir a la tentación. Fue el caso de Manuel Charlín o José Ramón Prado Bugallo, “Sito Miñanco”, aunque hubo muchos más.

A nivel logístico, funcionaban mejor que nunca y una sola descarga de cocaína equivalía a un mes descargando tabaco de madrugada. Empezó a entrar entonces un «veneno» que los jóvenes probaban sin saber siquiera entonces muy bien qué era. Mientras decenas de chavales morían antes de cumplir los 30 y familias enteras quedaban rotas, unos cuantos no se cortaban en hacer gala de su patrimonio: Ferraris Testarrosa paseando por pueblos, pazos dignos de portada del «Hola» y bolsas de basura repletas de billetes que nutrían unas cajas de ahorros que abrían ex profeso para sus clientes VIP. «No se escondían. Date cuenta de que Sito compró hasta un equipo de fútbol, el Cambados», apunta el comisario. Su patrimonio comenzaba a ser un escándalo y, aunque no estaba tan bien visto como el contrabando, los narcos gallegos impulsaban iniciativas sociales y hasta financiaban campañas políticas, por lo que contaron con la aprobación de buena parte de la sociedad. A nadie parecía importarle lo que estaba pasando en Galicia hasta que la declaración de un «trabajador arrepentido» de estos narcos, que cumplía condena en la prisión de A Parda, llegó a la Audiencia Nacional en un sobre cerrado. Cayó por reparto; es decir, por casualidad, en el Juzgado de Instrucción Central número 5, donde acababa de aterrizar en febrero del 88 un joven magistrado jienense. Era Baltasar Garzón, quien se convertiría en el principal artífice de «Nécora».

Un examen psiquiátrico

Aquel sobre contenía el testimonio de Ricardo Portabales, que contaba con pelos y señales cómo funcionaban las cosas por allí arriba. El ex magistrado, que capitanearía un operativo de unas dimensiones desconocidas en España hasta el momento, reconoce hoy que se quedó en shock. «Pedí que se le hiciera examen psicológico para saber si su testimonio era consistente o era un fabulador en busca de celebridad. El relato era tan potente que me pareció imprescindible tener ese informe psiquiátrico», confiesa ahora. Pero Garzón aclara que, de la mano de este testimonio, surgió otro problema: cómo proteger a este hombre. «No era una cuestión baladí, se estaba jugando la vida. Hablamos de crimen organizado y, aunque no hubo altos niveles de violencia, a lo largo de los diez años que se extendió «Nécora» en sucesivas operaciones, sí se produjeron asesinatos». No existía ningún estatus de protección porque, según el ex magistrado, se creó como consecuencia de todas estas investigaciones a finales del 94 para proteger a peritos y testigos.

La declaración de Portabales, a la que más tarde se sumaría la de otro «arrepentido», Manuel Fernández Padín, fue uno de los detonantes de «Nécora». En la Audiencia Nacional se pusieron manos a la obra y comprobaron –con mucho cuidado para no hacer saltar la liebre– la veracidad de aquellos relatos. Los hechos descritos coincidían con lo que se desprendía de las numerosas diligencias que iban llegando desde los juzgados gallegos, que ya se inhibían a favor de la Audiencia, y en Madrid comenzaban a hacerse una composición de lugar. Fueron muchos meses de discreta investigación hasta que decidieron cortar de raíz: yendo a por los capos.

El mismo vuelo de Iberia

Pero el sigilo con el que se investigó los meses previos a las detenciones a punto estuvo de saltar por los aires apenas horas antes de esa madrugada. «Me di cuenta cuando estábamos registrando la casa de Sito Miñanco. Ya sabíamos que él no iba a estar. Podía aparecer, sí, pero no se le esperaba. No obstante, había que hacer el registro. Y allí nos encontramos con un tal Guerra, un abogado panameño que le movía el dinero. Yo no le conocía pero sabía que me sonaba de algo... Hasta que caí: había volado con nosotros la noche antes», cuenta aún sorprendido el ex magistrado. Uno de los colaboradores de Miñanco había tomado en Madrid el mismo vuelo de Iberia que los responsables del operativo para llegar a Santiago a eso de las 23:00 horas del 11 de junio. Garzón, Zaragoza, el comisario general de Policía Judicial Pedro Rodríguez Nicolás y el jefe de la Unidad Central de Estupefacientes, Alberto García Parras, iban en asientos separados y, afortunadamente, el panameño no reconoció a ninguno de ellos entre los 484 pasajeros que volaron aquella noche a una Galicia que estaba a punto de cambiar para siempre. Cuando aterrizaron en Santiago, fueron directos a la comisaría para ultimar todos los detalles de la operación. «Ya había poca gente porque era muy tarde y fuimos al bar de enfrente para cenar algo. Tomé pulpo a feira y enseguida volvimos a la comisaría porque había que ultimar muchos detalles». En apenas unas horas comenzaba la mayor redada contra el narcotráfico gallego.

Ni un gramo de cocaína

La madrugada del 12 de junio de 1990, el ruido de un helicóptero de la Policía Nacional despertaba a los vecinos de la comarca pontevedresa de O Salnés y sorprendía a los principales capos gallegos en pijama y con el pie cambiado. Los coches camuflados se dirigieron a sus respectivos puntos para hacer una entrada coordinada. «Recuerdo que le decía a Alberto (el jefe de Estupefacientes): “Yo no se... cuando vean 70 coches a estas horas por la carretera va a salir todo el mundo corriendo”», recuerda Garzón. Afortunadamente, no fue así. No, Sito no estaba. Ni «Terito». Tampoco se cogió un gramo de cocaína. Pero tampoco era ese el objetivo. Se trataba de un disparo a la cabeza de un gigante que no podía seguir creciendo. Ese día se produjeron 16 detenciones en Arousa y 2 en Madrid aunque se fueron sumando más imputados a lo largo de sucesivos golpes policiales. La imagen del helicóptero de la Policía aterrizando en el pazo Baión, propiedad de Oubiña, se convirtió en el símbolo de «Nécora». «Hasta ese día no se había podido mirar una cuenta bancaria porque podía conducir a una filtración. Preparé todo para que, realizadas las detenciones, se libraran las órdenes para que la mañana del día 12 las cuentas quedaran bloqueadas y todos los bienes embargados. Todo había que hacerlo en cuestión de 4 o 5 horas. Era la primera vez que se hacía un operativo de esta embergadura en España».

Una partida de ajedrez

Y todo salió según lo previsto. «Se obtuvo el éxito que se pretendía. No buscábamos droga, ya teníamos investigaciones simultáneas de la misma organización que sabíamos que estaban trayendo cocaína pero se llevaban de forma paralela. Esta solo era la primera acción. Un mes más tarde cayeron 500 kilos de cocaína de Alfredo Cordero (enlace de los gallegos) y Antonio Cebollero (enlace de los colombianos) que, por ejemplo, fueron detenidos más tarde: fuimos escalonando como en una partida de ajedrez todas las acciones que había que hacer, pero en el momento adecuado. Muchos dicen como crítica: “No había droga”. “No, mire, es que jamás se fue a buscar un gramo de droga: se iban a por las caletas, los documentos, las cuentas...”. El esfuerzo era demostrar que había crimen organizado y teníamos datos para implicarles en varios delitos. Hubo una acción sistemática a todos los niveles y entre el 89 y 93 conseguimos desarticular en gran medida el crimen organizado en el tráfico de cocaína, hachís y heroína», resume el abogado, que asegura que, cuando llegó a la Audiencia no se conocía ni ese concepto.

Érguete

Pero aquella mañana del 12 de junio el objetivo era dar «un potente mensaje a la sociedad: no estáis solos». Todos los detenidos fueron llegando a la comisaría de Vilagarcía y ante sus puertas, de forma espontánea, se fueron concentrando todas esas madres afónica de denunciar lo que estaba pasando con sus hijos. Eran Carmen Avendaño y otras mujeres que habían formado la asociación «Érguete» (Levántate, en gallego) para plantar cara a los poderosos señores que habían introducido la droga que mataría a sus hijos y que, además, se paseaban con descaro gastando millones de pesetas en una noche. Garzón recuerda el momento con especial emoción. «Estaba muy cansado, llevábamos 48 horas sin dormir y aún teníamos por delante 72 horas de trabajo pero hubo un momento en que me asomé por la ventana de la comisaría y vi allí a toda esa gente celebrando. Sentían que tenían de parte al Estado y para mi fue una recompensa moral», dice ahora desde la distancia... «¿Ya han pasado 30 años? Parece que fue ayer». Un tiempo más que prudencial para analizar todo con perspectiva. «¿Se pudo hacer mejor? Seguro que sí. Ahora se harían las cosas de otra manera pero para que los problemas no crezcan hay que actuar aun a riesgo de cometer errores. Y eso se hizo y se consiguió». Y se hizo, además, con unos medios muy limitados. El abogado recuerda que no había fondos para nada y tuvo que comprar los bocadillos para los detenidos mientras estaban en calabozos. Eran otros tiempos, sí, pero allí estaban detenidos la plana mayor del narcotráfico gallego.

«No me gusta la violencia»

Esta sería también la primera toma de contacto de Quirós con quienes a lo largo de los años se convirtieron en sus principales objetivos. El comisario principal ha sido el quebradero de cabeza muchos narcos a lo largo de su carrera y hasta puede decirse que el principal desafío para Sito Miñanco, con quien ha hablado en dos ocasiones «por si quería pasarse al lado bueno», bromea. Mítica es ya una de las detenciones del de Cambados que, en cuanto le vio, le dijo: «Qué, Eloy, de esta te hacen comisario». «Miñanco cuidaba mucho a su gente y pagaba muy bien» reconoce. En otra ocasión, que había sido sorprendido con las manos en la masa, llegó todo ofendido: «Tú ya sabes cómo soy yo, Eloy, que no me gusta la violencia ¡Y ha entrado un GEO y me ha puesto la bota en la cabeza!», se quejaba. «Después de Nécora vinieron muchas operaciones, quizás más importantes y con mayores aprehensiones, pero aquella fue la primera vez que se destapó el narcotráfico en Galicia con nombres y apellidos. Sirvió para concienciar a la gente del gran problema que había allí».

El juicio

El macrojuicio de «Nécora», celebrado en la Casa de Campo de Madrid tres años después, sentó en el banquillo a 52 personas. Aunque 17 resultaron absueltos, ninguno se retiró, y han seguido dedicados a este negocio toda la vida, incluso desde dentro de prisión. «Con independencia de las sentencias, fue una buena operación y supuso un antes y un después no solo para Galicia sino para los responsables políticos, que se concienciaron del gran problema que había con el narcotráfico. No es solo la droga: es el blanqueo, los ajustes de cuentas...», señala el comisario Quirós. «Hay quien dice: a los grandes nunca les cogéis. No es verdad. Toda esta gente ha estado entrando y saliendo de prisión toda la vida», zanja Quirós, en referencia a Oubiña, Miñanco o Charlín. Pero, ¿por qué siguen trabajando si disponen de patrimonio para varias generaciones? «Es el ego, el decir “Yo tengo contactos en Colombia que me ponen 4.000 kilos aquí”. Eso es su vida: ir con la planeadora a toda leche por la ría con los fardos. Es un negocio que no va a acabar nunca», reconoce. De hecho, aseguran que gente que en aquellos años eran de «cuarto o quinto nivel» dirige ahora el narcotráfico en Galicia.

La imagen del helicóptero aterrizando en el pazo Baión, propiedad de Laureano Oubiña fue el símbolo de "Nécora". Dicen que le llevaba las cuentas su mujer Esther Lago, ya fallecida. Él solo traficó con hachís. EFE/DGP
La imagen del helicóptero aterrizando en el pazo Baión, propiedad de Laureano Oubiña fue el símbolo de "Nécora". Dicen que le llevaba las cuentas su mujer Esther Lago, ya fallecida. Él solo traficó con hachís. EFE/DGPDGPEFE

El embrión

Pero la lucha contra los grandes capos gallegos no comenzó solo por dos «chivatos». Los investigadores de la época llevaban años peleando contra estos gigantes. Muchas de esas operaciones que serían el gérmen de «Nécora» fueron desarrolladas por la Guardia Civil. El sargento primero Ángel Luis Fortúnez, hoy en la reserva con 60 años, era hace 30 el jefe del primer Equipo de Investigación y Atestados de la Comandancia de Pontevedra, lo que hoy vendría a ser el responsable de la Policía Judicial de la provincia. Es la primera vez que habla con un medio de comunicación a pesar de que fue uno de los personajes clave al ser el primero en tomar declaración al «arrepentido» Manuel Fernández Padín y le tocó ir a declarar como testigo al macrojuicio de la Casa de Campo. Cuando llegó a este destino en Pontevedra, en el año 87, los contrabandistas de tabaco ya llevaban un tiempo moviendo hachís y empezaban con la cocaína. Fortúnez también destaca la falta de medios, que dificultaba aún más unas investigaciones que hoy, en la época de la tecnología, suenan al Pleistoceno. Ni móviles para posicionar por GPS, ni cámaras de seguridad que les puedan situar, ni balizas en el coche ni dinero para confidentes: la herramienta más valiosa con la que contaban era su olfato policial, trabajar con los cinco sentidos. Para él, el punto de partida de lo que más tarde derivaría en Nécora, sería una descarga de 7.000 kilos de hachís en Baiona (Pontevedra) en el año 89. Aunque, en realidad, aquella historia comenzó con un camión holandés que quedó atascado a las tres de la madrugada haciendo una maniobra en una calle de la localidad. Tuvo que ser rescatado por una patrulla de Seguridad Ciudadana y, tras socorrerle e identificarle, los agentes echaron un ojo a la cabina. Estaba vacía pero esa pericia policial de la que hablábamos antes les llevó a mirar en el «thermo king», el aparato utilizado para refrigerar la carga. Allí se encontraron con 300 kilos de hachís. ¿De dónde había sacado tal cargamento? Al detenerle (no entendía nada de español «y si entendía hacía como que no», apunta el sargento), le intervinieron también una emisora pocket, tipo «walkie talkie», y Fortúnez ordenó una diligencia expresa de para saber la frecuencia que llevaba grabada. El holandés declaró que le habían recogido con una furgoneta cerca del parador y le habían llevado hasta un galpón en Baredo (a cinco minutos de Baiona). Allí, el equipo de Fortúnez se incautó de 3.500 kilos de hachís de una partida de 7.000 que había introducido en una planeadora 15 días antes el clan de «Los Charlines», aunque lograron salir absueltos de aquella. Era la primera vez que se encontraban ante un alijo de tantos kilos. Pero aquel holandés también habló de un coche que había llegado con las luces apagadas pero él no había visto a la persona que conducía. Tras hacer indagaciones, los agentes lo encontraron en un taller de Renault de Vilagarcía. Se trataba de un Alpine V6 tubo color champagne (fue uno de los primeros errores de los narcos: llamar la atención), un vehículo que había estado merodeando por la zona varias noches. Aquel vehículo, sin saberlo aún los agentes, fue la joya de la corona: les aportó información valiosísima porque, además de llevar bien escondida una emisora de radio que, ¡bingo!, llevaba la misma frecuencia que el pocket del holandés, se incautaron de una libreta que era oro puro. Allí estaba anotada a boli toda la infraestructura de la organización, nombres y apellidos, vías de entrada... «Venía todo muy bien explicado. No había ni que interpretar», recuerda el sargento. Aquella libreta supuso un gran avance en la investigación.

«¿Qué hace aquí el jefe?»

Estaban ante el clan de «Los Charlines» y, entre las detenciones que se practicaron a raíz de aquella descarga, estaba el patriarca Manuel Charlín Gama (hoy de 87 años), que entonces fue arrestado en la puerta de la cárcel porque cumplía condena por otro asunto y ya salía de permisos. Fortúnez recuerda que mientras le ingresaba en los calabozos él iba diciendo «¡Eso son cosas del Gobernador!», tratando de eludir su responsabilidad. Fue entonces cuando uno de su cuadrilla, también detenido, escuchó su voz y dijo: «¿Pero qué hace aquí el jefe?», lo que vino a confirmar lo que los investigadores decían: aquello era una organización de traficantes. Los arrestados fueron puestos a disposición del juzgado de Instrucción número 1 de Vigo, «pero tenían que inhibirse a favor de la Audiencia Nacional al tratarse de asuntos de narcotráfico y los detenidos quedaban en libertad», recuerda el sargento. Ese año previo a «Nécora», Fortúnez investigó otro asunto que tuvo como protagonista al que más tarde sería uno de esos «arrepentidos»: Manuel Fernández Padín. Tras contar con voz distorsionada en un programa de televisión lo que se descargaba en las rías gallegas, fue interceptado por el Servicio de Vigilancia Aduanera haciendo de mula en un Renault 12 camino de Vilagarcía de Arousa. Se dice que fue un chivatazo de sus jefes como venganza por haber ido a hablar a la tele. Los agentes inspeccionaron el maletero y el interior del vehículo a conciencia pero no encontraron nada porque llevaba la carga escondida delante, al lado del motor. Padín siguió su camino y llegó al párking del centro comercial A Barca, en Poio (Pontevedra). Allí debía entregar una bolsa a un matrimonio mayor de Madrid (nunca se supo quiénes eran) pero se dio cuenta de que el vigilante de seguridad le miraba, se puso nervioso y se dirigió a la zona de descarga del centro comercial. Allí, entre unos palés, dejó abandonados los tres kilos de cocaína que tenía que haber entregado.

Cambio de look

El vigilante dio parte y enseguida se personó allí la Guardia Civil. Fortúnez y sus hombres le encontraron poco después en una peluquería de Vilanova, tratando de cambiarse el look para no coincidir con la descripción que haría de él el hombre de seguridad. Por aquel entonces ya no estaba en sus plenas facultades porque había consumido tal cantidad de cocaína, metanfetamina, heroína y LSD (este podría ser el detonante de su enfermedad) que apenas se le entendía al hablar. A veces incluso le seguían sus jefes porque no se fiaban de él. «De aquella empezó a funcionar la figura de testigo protegido, se lo ofrecieron y finalmente aceptó», explica Fortúnez, que estuvo tomando declaración a Padín de 20:00 a 6:00 de la madrugada, recuerda el sargento. «Vino a confirmar toda la investigación de la descarga de hachís de Baiona porque él había participado». Sin embargo, aquella cocaína que dejó tirada en el centro comercial procedía, según su declaración, de una descarga de 700 kilos en el cabo Touriñán (Muxía) de Melchor Charlín (el hijo del patriarca), donde se emplearon barriles estancos de pvc. Según Fortúnez, fue a raíz las descargas de Baiona y Touriñán que se creó la EDOA (Equipo de Delincuencia Organizaba y Antidroga).

El relevo

Tras los narcos «fundadores», llegarían otros. Destacó sobremanera un abogado extremeño que se afincó en Galicia: un hombre que sabía bien cómo lavar el dinero, cómo moverse en los círculos de poder, que llegó a ser secretario de la Cámara de Comercio de Vilagarcía y que acabó organizando él las entradas. Se trata de Pablo Vioque; para Fortúnez, el mayor narcotraficante que ha habido. «Fue el máximo importador de cocaína para Europa», zanja. Investigarlo, recuerda el sargento, era complicado: para hablar con el narco, cogía el coche y se iba desde Vilagarcía hasta Orense, a una cabina, tras dar vueltas en las rotondas. Vioque falleció en 2008 por cáncer de colon aunque el hijo reconoció que no le pidieron ningún certificado médico para incinerarlo en Majadahonda. Este hecho y el rumor de que obtuvo una nueva identidad como testigo protegido tras declarar contra la mafia rusa llevan a pensar a algunos que no está muerto y la leyenda al respecto sigue viva. Son las cosas de esta tierra de meigas... En cualquier caso, todos los expertos coinciden en que el narcotráfico no va a desaparecer nunca. Garzón, muy activo en esta lucha, aboga por «reformular el sistema de persecución del tráfico de drogas y quitarle a las organizaciones que este sea un producto interesante para generar delitos. Hay que ir al núcleo: solo quitándole el valor económico que ese producto tiene se puede conseguir algo. Es complicado porque hay muchos intereses cruzados que lo impiden».