Familia

Alimentos que no son lo que parecen, ojo a las etiquetas

Niklas Gustafson, Experto en Nutrición y cofundador de Natural Athlete

La UE obligará a detallar en las etiquetas de los alimentos los niveles de azúcar, sal y grasas
La UE obligará a detallar en las etiquetas de los alimentos los niveles de azúcar, sal y grasaslarazon

Todos los que nos preocupamos por nuestra alimentación conocemos este principio básico: comprar fresco y comer siempre productos naturales. Mientras menos precocinados y preparados artificiales empaquetados mejor. Pero también es cierto que es difícil evitar estos productos por completo, y que todavía hoy hay una gran confusión y muchas dudas sobre si esos envasados son ultraprocesados (aunque a veces estén camuflados de saludables) o han pasado por un proceso ecológico y limpio antes de llegar a nosotros.

Así, todos tenemos la percepción de que una galleta de chocolate o una salsa como el ketchup no existen en la naturaleza y por tanto tienen un gran componente de aditivos, conservantes, aromatizantes, saborizantes, etc. Es decir, son ultraprocesados y por tanto productos a evitar. Pero, ¿qué pasa, por ejemplo, con unas legumbres en bote?, ¿un pescado preparado?, ¿la leche? Parecen alimentos sanos, de los que tenemos clara su procedencia, y sin embargo no siempre es así. Siguiendo con el ejemplo de la leche, está comprobado que no toda la que compramos envasada (no hablamos de leche fresca) es ‘solo leche’.

¿Cómo evitamos que ‘nos la cuelen’? Con información y formación. Aunque muchas veces parecen jeroglíficos egipcios, es fundamental aprender a leer las etiquetas (sí, también de la leche). Todo lo que nos venden envasado ha de tener, por normativa, una que explique sus componentes y también su calidad nutricional, e incluso a veces, temas relacionados con su manipulación.

Cantidad y procedencia de los ingredientes

Muchos fabricantes especifican las proporciones de ingredientes según la ‘ración individual’ -que no en todos los casos es igual- o por cada 100 gramos de producto -lo más habitual-. Con esta referencia debemos calcular cuánto, de verdad, vamos a comer de eso y de todos los ingredientes que incluye según el peso neto de producto.

Por ley es obligatorio que en la etiqueta aparezca el porcentaje de cada ingrediente, y deberán estar ordenados en función de la presencia que tengan en el producto, de más a menos, así que tenlo en cuenta a la hora de comprar. Si es un producto cárnico, por ejemplo, debería contener un porcentaje de carne cercano al 100% (comprueba los que tengas en casa, te sorprenderá comprobar que algunos pueden llevar solo el 60% de carne, o incluso menos).

Un porcentaje importante es lo que se llama Valor Diario (%VD), y nos muestra el porcentaje de ese nutriente en concreto presente en el producto con relación a lo que se recomienda comer en promedio en un día. Aunque todo esto es muy relativo y no necesariamente negativo, ya que cada persona, en función de su estilo de vida, condición física, edad, etc. tendrá unas necesidades diferentes respecto a otra persona. Todo depende de nuestro objetivo de alimentación (por ejemplo un deportista puede buscar aumentar la ingesta de proteínas), pero es importante saberlo.

Así, el peso y las cantidades porcentuales pueden ser una referencia, pero no es lo único que debemos mirar. También veremos siempre en la etiqueta las calorías o valor energético, que suele expresarse en kilocalorías. Es algo sobre lo que todos creemos tener cierto conocimiento pero no siempre es tan importante saber ‘cuántas’, como ‘de dónde’ vienen esas calorías (si proceden de nutrientes más o menos sanos). Lo mismo sucede con los hidratos de carbono (no son iguales, aunque contenga la misma cantidad, los que proceden de un bollo o de un plátano, ¿verdad?). También los azúcares o la fibra aparecen en la etiqueta. En cuanto a la primera, como siempre decimos, hay que evitar el consumo de azúcar a toda costa, ya que no aporta nada positivo al organismo y puede provocar diferentes enfermedades como diabetes, hígado graso o hasta cáncer (hablamos en todo caso de los azúcares refinados, que suelen ser, por otra parte, los presentes en los alimentos ultraprocesados). Y, respecto a la fibra, hay que tener en cuenta si es añadida de forma artificial o si la aporta el alimento en sí de forma natural, y cuidado con la primera’.

Está todo ahí y, sin embargo, además de no saber siempre interpretarlo, uno de los principales problemas que nos encontramos actualmente los consumidores frente a la industria alimentaria es el marketing. Pasear por el supermercado es enfrentarse a reclamos de todo tipo que tratan de hacer el producto más atractivo a nuestros ojos. Si la tendencia actual es, afortunadamente, comer mejor y más sano, nos encontramos con todo tipo de variantes de ‘light’, ‘producto casero’, ‘con más vitaminas’, ‘bajo en azúcar’, etc., cuando en realidad, la mayoría de esos productos son ultraprocesados. Otro ‘truco’ que suelen utilizar es disfrazar los nombres de los ingredientes con otros que parecen más saludables, como cambiar ‘azúcar’ por ‘jarabe de maíz’ o ‘glucosa’, o separar en azúcar en varios ingredientes distintos como azúcar de caña, fructosa o glucosa para que los valores únicos sean menores y pasen al final de la lista de ingredientes.

De nuevo, la información es poder, y la formación la herramienta con que contamos los consumidores para hacer frente a estos mensajes equívocos y para poder decidir lo que comemos sin engaños.