Naturaleza
El castigo de Valverde: así nació una de las lagunas más misteriosas de Galicia
Una condena divina, una familia generosa y una ciudad desaparecida bajo el agua marcan el relato de este humedal lucense que hoy es un increíble refugio natural
Cuentan los vecinos más viejos de Cospeito que, en las noches tranquilas del verano, cuando el viento se queda dormido entre los juncos y el agua apenas sí parece respirar, todavía se pueden oír el tañido triste y lejano de las campanas hundidas. Son las campanas de Valverde, la villa que, según la leyenda, fue devorada por las aguas como castigo divino a la soberbia y la falta de compasión de sus habitantes. Bajo el manto azul verdoso de la laguna reposarían los cimientos de aquella ciudad, los tejados, las chimeneas e incluso la torre de su iglesia. Así nació, afirman, la laguna de Cospeito, uno de los parajes más misteriosos y hermosos de la Terra Chá lucense.
El relato, transmitido de generación en generación, habla de un pobre caminante que pidió cobijo en la antigua villa de Valverde. Nadie quiso acogerlo, salvo una familia humilde que vivía en una ladera cercana. Aquella noche sacrificaron su única ternera para darle de cenar.
El mendigo ordenó después que separasen los huesos grandes de los pequeños y los guardasen en distintas cuadras. Al amanecer, dijo al dueño: “Tan cierto es que tenéis vacas y becerros como que la villa de Valverde se hundió en las aguas”. Y así fue. Cuando salieron, la aldea había desaparecido bajo un manto líquido, mientras en sus cuadras pastaban nuevas reses nacidas del milagro.
Desde entonces, sobre la colina que domina la laguna se levanta la ermita de la Virgen del Monte, a la que acuden en romería los vecinos cada año, como recordatorio, tal vez, de que la caridad abre las puertas de los milagros y el egoísmo puede sepultar pueblos enteros.
De leyenda a refugio natural
Más allá del mito, la laguna de Cospeito existe y late con su vida. A apenas 25 kilómetros de Lugo, este humedal forma parte de la Reserva de la Biosfera Terras do Miño y de la Red Natura 2000, además de estar protegido como Espacio Natural en Régimen de Protección General por la Xunta de Galicia. Su origen es geológico: suelos arcillosos y escasa pendiente favorecieron el encharcamiento de las aguas del río Guisande, afluente del Támoga y, a su vez, del Miño.
Durante siglos, la laguna fue un mosaico de vida, con dos grandes masas de agua que ocupaban más de 70 hectáreas. Pero en los años sesenta se intentó su desecación para ganar terrenos agrícolas, y el ecosistema se resintió. No fue hasta principios del siglo XXI cuando comenzaron los trabajos de restauración ambiental que devolvieron el esplendor a este enclave. Hoy, la laguna central conserva más de cinco hectáreas y vuelve a ser el corazón de uno de los ecosistemas hídricos más valiosos de la Península Ibérica.
Paraíso para aves y caminantes
Cospeito es también un paraíso para los observadores de aves. En invierno llegan especies migratorias procedentes del norte de Europa: avefrías, patos cuchara, ánades silbones, cercetas o garzas. Es uno de los pocos lugares de Galicia donde todavía cría la avefría europea. En primavera, las cigüeñas sobrevuelan el humedal y las nutrias juegan en las orillas del Guisande, mientras las ranas de San Antonio inician su concierto nocturno.
En los alrededores, una red de senderos permite recorrer el entorno y detenerse en los distintos miradores y casetas de observación. Desde ellos se contempla un tapiz vegetal dominado por carballos, abedules, sauces y alisos, que conforman un bosque de ribera de enorme valor ecológico.
Entre las plantas acuáticas destacan especies raras y amenazadas como el Eryngium viviparum, un pequeño cardo cuya población en Cospeito es la más importante del mundo.
De este modo, la laguna no sólo guarda agua, sino también memoria. En cada reflejo, dicen, hay algo del antiguo Valverde. Los ancianos del lugar aseguran que, cuando el nivel baja en los veranos secos, pueden intuirse las sombras de las casas y la torre hundida.
Sea o no verdad, la laguna de Cospeito resume la unión entre naturaleza y leyenda que tanto caracteriza a Galicia: un paisaje en el que las aves migratorias conviven con los ecos del pasado, esa zona vivida en otra época en la que, entre juncos, brumas y campanas que acaso suenan bajo el agua, la villa de Valverde continúa existiendo en nuestros días.