Historia
Esta es la ciudad más grande de España que no es capital de provincia
Es también la urbe europea que más creció en el siglo XX y sus calles disfrutaron de la movida más famosa en los 80
Desde lo alto del monte del Castro, Vigo se despliega en un anfiteatro de tejados que descienden hacia el Atlántico. Los primeros rayos de sol arrancan, normalmente, destellos en la ría, iluminando las grúas del puerto y las Cíes, que custodian la entrada a la ciudad desde el Atlántico. Con cerca de 300.000 habitantes, la urbe gallega ostenta un récord singular: es la ciudad más poblada de España que no ostenta rango de capital provincial.
Vigo, no obstante, ha forjado su grandeza al margen de títulos administrativos. Muchos se han preguntado cómo una metrópoli de tal importancia industrial y cultural no es capital, máxime teniendo la vecina Pontevedra apenas 80.000 habitantes. La respuesta se esconde en el relato de la historia: durante el efímero Trienio Liberal, en 1822, Vigo fue nombrada capital de una nueva provincia gallega, pero la restauración absolutista anuló aquella división al año siguiente.
En la reforma definitiva de 1833 Vigo perdió la capitalidad en favor de Pontevedra, algo que en su día se achacó a maniobras de caciques e intereses políticos. Lejos de hundirla, esa “injusticia” espoleó a Vigo a crecer por sí misma, convirtiéndola en un gigante sin corona cuya vitalidad se siente en cada esquina.
Historias de mar y fuego
El carácter de Vigo se forjó a golpe de historias marineras y resistencia. En sus calles aún parece resonar el eco de antiguos ataques de piratas: en 1585 Francis Drake intentó asaltar la villa y fue rechazado por los vecinos, aunque pocos años después regresó y la incendió, obligando a la ciudad a levantar murallas defensivas.
La estratégica ría de Vigo también fue escenario de batallas de leyenda. En 1702, en la famosa batalla de Rande, una flota anglo-holandesa persiguió hasta la bahía a galeones españoles cargados de tesoros de América; tras un feroz combate, muchos navíos acabaron hundidos con su cargamento en la ensenada de San Simón.
Aún hoy se fantasea con aquel oro sumergido que dio nombre a una Vigo Street en Londres y fascinó a escritores: Jules Verne visitó Vigo en 1878 buscando los restos de Rande, escenario que el capitán Nemo explora en 20.000 leguas de viaje submarino.
En la Guerra de la Independencia, Vigo protagonizó uno de sus capítulos más heroicos. A comienzos de 1809, los vigueses se alzaron contra la ocupación napoleónica y lograron expulsar a las tropas francesas el 28 de marzo.
Por esta gesta, Fernando VII otorgó a la villa el título de “Ciudad fiel, leal y valerosa”, distinción que luce con orgullo en su escudo. Décadas después, en 1898, Vigo sumó el apelativo de “siempre benéfica” al acoger y cuidar a cientos de soldados heridos repatriados de la guerra de Cuba.
Bajo este prisma, pocas ciudades pueden exhibir un lema tan elocuente que refleja un pasado de valor y solidario, forjado poco a poco entre el salitre del mar y el fuego de las guerras.
Industria y modernidad
Pero Vigo mira al mar no sólo con nostalgia, sino también con dinamismo. Su puerto, activo desde época romana, ha sido lugar de entrada y salida para miles de vidas. A finales del XIX partían de sus muelles los barcos hacia Buenos Aires, La Habana o Nueva York, llevando emigrantes gallegos que buscaban un futuro mejor.
Aquella Puerta del Atlántico dejó huella en monumentos y en la memoria colectiva. Ya en el siglo XX, el puerto se convirtió en uno de los mayores centros pesqueros del mundo, con la lonja de Vigo subastando pescado que viaja fresco a toda España y media Europa.
A su abrigo creció una poderosa industria naval y conservera; nombres como Barreras o Vulcano (astilleros) y Pescanova (congelados) se hicieron globales, al igual que lo hizo la automotriz Citroën, hoy Stellantis, que desde 1958 fabrica coches en Balaídos. De este modo, Vigo se convirtió también la ciudad europea que más creció en el siglo XX, pasando de pequeño pueblo de pescadores a urbe económica gallega.
La economía viguesa se caracteriza por esa diversificación dinámica: construcción naval, automoción, pesca industrial y zona franca portuaria coexisten con un pujante sector servicios, comercio y turismo.
Lejos de iconos monumentales tradicionales, Vigo exhibe un skyline de grúas y silos, símbolo de una prosperidad labrada a pie de muelle. Sin ser capital administrativa, la ciudad ha actuado como capital económica de su provincia e incluso de Galicia en varios ámbitos.
Cada día medio millón de personas viven, trabajan o estudian en Vigo y su comarca, atraídas por su actividad. En los últimos años, curiosamente, hasta el alumbrado navideño vigués –una explosión de luces festivas promovida con entusiasmo por su alcalde– se ha vuelto fenómeno turístico. Ya sea por la industria o por la magia de unas luces de Navidad visibles desde el aire, Vigo no deja de reinventarse mirando al océano.
Cultura, noche y vida entre sus calles
La identidad de Vigo se percibe también cada jornada. Entre el bullicio de sus mercados y el aroma a marisco fresco, la ciudad conserva la autenticidad de lo gallego mezclada con una influencia cosmopolita propia de las grandes urbes.
En el casco viejo, bajo los soportales marineros del Barrio del Berbés, uno puede saborear ostras y albariño, evocando versos medievales como las cantigas de Martín Códax que ya mencionaban las olas del mar de Vigo siglos atrás.
Al caer la tarde, la urbe se transforma: la zona de Churruca y los alrededores de la calle Hernán Cortés se convierten en zona de encuentro y diversión. No es casualidad que en los años 80 Vigo viviese su propia movida, un efervescente movimiento cultural y nocturno paralelo a la movida madrileña. De aquella era quedaron legendarios locales de rock y una arraigada cultura musical que aún anima su vida nocturna.
Pero Vigo no es sólo fiesta. Sus habitantes, venidos de todas las comarcas gallegas, han tejido una sociedad abierta y trabajadora. La ciudad, que alberga una universidad joven pero dinámica, ha sabido humanizarse: donde antes las empinadas cuestas dificultaban el paseo, hoy existen escaleras mecánicas y ascensores públicos como el Halo que facilitan recorrer el centro.
Amplias avenidas peatonales, parques en antiguas fortificaciones como el Castro o el monte de A Guía, y una notable oferta cultural de museos y festivales, han mejorado la calidad de vida. De hecho, Vigo fue destacada en 2021 como la ciudad española con mayor calidad de vida. Quizá sea el aire atlántico, la lluvia fina que pule su piedra o el espíritu tenaz de sus vecinos, pero esta urbe marinera ofrece una calidad humana y un pulso urbano difíciles de igualar.
Y ya con la noche bien entrada, desde el mirador del Castro, Vigo brilla sin necesitar más título que su propio nombre. Las luces del puerto se reflejan como estrellas en la ría y las colinas que las flanquean parecen un firmamento oscurecido. En esa quietud, la ciudad más grande de España que no es capital de provincia duerme con un ojo abierto, al ritmo pausado de su mar. A fin de cuentas, sabe mejor que nadie que al día siguiente volverá a amanecer sobre la ría.