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El tesoro que no se despega de los Franco

La subasta de unas joyas familiares el pasado miércoles vuelven a poner de actualidad el gusto de Carmen Polo por las piedras preciosas.

Carmen Polo luciendo alguna de las joyas
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Algunas piezas de joyería que dejó en herencia Carmen Franco tienen un valor cuantioso, pero parece que la fortuna se ha vuelto esquiva con los deseos de la familia de deshacerse de ellas. La razón de la urgencia de los descendientes de Carmen Polo en convertir sus alhajas en dinero contante y sonante parece estar vinculada a la ola de reclamaciones de quienes exigen que no se venda nada hasta que no se aclare su origen y procedencia. Pero la sorpresa auténtica ha sido que las expectativas de la familia quedaron totalmente frustradas el pasado miércoles cuando los exigentes clientes que acudieron a la subasta de la casa Christie’s en Londres solo compraron un collar de esmeraldas de una «importante familia española». No especificaron el nombre, pero se sabía que era de los Franco. El precio fue de 80.000 libras, una cifra bastante inferior a los 120.000 que calculaban los expertos.

La alhaja apareció por primera vez en el cuello de doña Carmen Polo en diciembre de 1959 durante la cena oficial que se ofreció en Madrid al presidente Eisenhower durante su visita a España. Iba acompañado de unos pendientes a juego que también se subastaron el pasado miércoles por una cantidad también inferior a la esperada: 35.000 libras. El aderezo de grandes esmeraldas y diamantes, montado en platino, fue lucido después por la hija de Franco en la boda de la Infanta Elena en Sevilla en 1995. La última que lo ha lucido en público ha sido la mujer de Luis Alfonso de Borbón, Margarita Vargas, en octubre de 2016 en una fiesta de una revista de sociedad. El que se quedó sin comprador fue un espectacular solitario de diamantes con una gema central de casi 20 quilates y con otros seis montados en los laterales. Salió con un precio de 110.000 libras y se estimaba que podía subir hasta los 180.000, pero nadie pujó por la sortija más valiosa y también la más desconocida de los Franco. Ese diamante podía ser el que Francis citó en uno de los capítulos de su libro «La naturaleza de Franco» cuando trataba de desmontar el desmedido afán de su abuela por las alhajas y resaltar el carácter sencillo y poco despilfarrador de su abuelo. El nieto cuenta que Franco se negó en redondo a que su mujer cambiara una serie de piezas de joyería que había recibido como regalo en sus bodas de oro por un diamante que había visto en una de sus tiendas favoritas porque tenían que poner nueve millones de pesetas más para hacer el trueque. En la discusión del matrimonio, según Francis Franco, su abuelo le dijo a su mujer: «Nosotros no tenemos posición para comprarnos ese diamante». Pero, al aparecer, visto el valioso solitario de la subasta de Christie’s, doña Carmen se las arregló para obtener la preciada sortija. Lo que está fuera de duda es que la esposa del dictador tuvo un afán desmedido por las alhajas, algo que está más que probado por las fotos que se pueden contemplar en los periódicos y, sobre todo, en las revistas de sociedad de la época. Como muestra, la boda de Carmen Franco, en la que la joven lució una tiara de perlas y brillantes espectacular. También en la de la nietísima, Carmen Martínez Bordiú, cuando la novia llevó una diadema de brillantes y esmeraldas. Se dice que doña Carmen llegó a coleccionar una ingente cantidad de joyas gracias a la generosidad de los españoles porque desde el Palacio del Pardo aconsejaban hacerle ese tipo de regalos.

Una de las joyas de la familia Franco
Una de las joyas de la familia Francolarazon

La cámara del tesoro

La nota más curiosa: aunque no está probada su veracidad, el periodista y tertuliano Jimmy-Giménez Arnau, ex marido de Mery Martínez Bordiú, cuenta en su libro «Yo, Jimmy» la impresión que le causó una auténtica cámara del tesoro que le enseñó una persona de la familia en su primera visita a la casa de Hermanos Bécquer, en la que vivía doña Carmen. Giménez-Arnau describe una habitación de puertas enteladas que guardaba decenas de cajones cuajados de alhajas atesoradas por la abuela de su novia. También dice que a ella le gustaba conservar esos regalos y no renunciar a ninguno. De ello da cuenta una anécdota que ocurrió un 16 de julio. En su Santo recibía decenas de ramos de flores, tantos que algunos se los enviaba a sus mejores amigas porque ya no cabían en las estancias del Pardo. Una de las mejores era Pura Huétor, con la que se iba de compras a las joyerías. A ella le mandó un espléndido centro floral a su casa y dentro del ramo, una pequeña alhaja. Llamó enseguida al Pardo para agradecerle el doble regalo pero su decepción fue enorme cuando la mujer de Franco le dijo que le devolviera la joya por no estar incluida en el obsequio, que se limitaba a las flores. Según otras fuentes, a doña Carmen le encantaba (cuando estaba en Galicia) irse de viaje con una amiga al vecino pueblo portugués de Varzim para comprar joyas sin despertar la atención.