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Adiós a Cristina de Borbón: “Demasiado sensible para este mundo”
Artista y dedicada a la cocina, falleció a los 44 años. Así la recuerda su madre, la condesa Beatriz
Cristina, hija de Francisco Borbon, primo del Rey Juan Carlos y de Beatriz von Hardenberg, falleció el jueves pasado en el hospital Puerta de Hierro. Tenía 44 años, una familia que estaba pendiente de ella y recuerdos de una niñez y adolescencia feliz. Este sería el retrato a vuela pluma de Cristina que por nacimiento tenía en su árbol genealógico antepasados reyes, príncipes, condes. Este organigrama familiar nunca influyó en su manera de ser y por carácter era muy parecida a su madre, la condesa Beatrice Wihelmina Von Hardenmberg Furstenberg.
Así figura en el ghota (el almanaque de la aristocracia internacional) la ex duquesa de Sevilla aunque siempre se la conoció en España con el sobrenombre de la duquesa de las ranas por su afición a coleccionar estos animales. Desde bolsos, a ropa, esculturas, zapatos, menaje de cocina,...que inundaban la casa de Madrid, el chalet de Marbella y el apartamento de Miami. Cuando los duques de Sevilla se divorciaron, la madre dejó España y se trasladó a Estados Unidos con Cristina y Francisco, sus hijos menores. Olivia, la primogénita, se quedó en Madrid con su padre. Esta separación no afectó de una manera llamativa a los hermanos porque todos los veranos volvían a compartir juegos en la Costa del Sol.
Su hija Cristina no heredó esa querencia por el batracio pero sí por los animales en general. En la casa familiar de Las Rozas había cerdos vietnamitas que perfumaba con su colonia. Perros y gatos que convivían en armonía, hurones que dormían en los armarios. Cuando tenía 9 años se llevó un gran disgusto al desaparecer un cerdito que paseaba como si fuera una mascota con su collar y su correa.Las malas lenguas de aquel verano contaban que algún malvado lo robó para cocinarlo. Nunca más se supo y Cristina lo recordaba a los que habían vivido la historia.
Era inteligente y aparentemente buena estudiante. Su madre Beatriz contaba en aquellos años que “lo que tiene es una memoria de elefante, ingenio y, lo más importante, cae bien”. Lo que no fallaba en esta explicación materna era su dulzura y quizá esa manera ingenua de ver la vida que la hizo muy vulnerable.
En Miami fue donde empezó a gustarle la cocina, que años después sería su medio de vida, ya que montó una empresa de catering de alta cocina a domicilio. Pasó por Cordon Bleu en París donde además de tener dinero para la matrícula era imprescindible aprobar las evaluaciones el primer trimestre. También por una de las mejores escuela de cocina de Nueva York, que sirvió para que la seleccionaran en conocidos restaurantes de Madrid.
De los tres hermanos siempre fue la más sensible, la más artista y quizá por eso la más indefensa ante las complicaciones que presenta la vida. Su biografía vital analizada desde el exterior podría definirse como el de una persona privilegiada. Desde que era muy pequeña disfrutaba de unos veranos eternos en Marbella en la villa familiar rodeada de una pradera de césped, columpios, piscina con tobogán y dama de noche que daban color y olor a esos días interminables del estío.
Hasta que llegó la separación de sus padres, en apariencia disfrutaba de una vida sin complicaciones. Además de su amor por las ranas, la duquesa de Sevilla era una mujer innovadora en todos los sentidos. Cuando dirigió “Vogue España” apostó por diseñadores que aún no eran referentes como Manuel Piña, Agatha Ruiz de la Prada, Jesus Del Pozo, Francis Montesinos y los hacía desfilar en el recinto exterior del actual museo del Traje. Allí estaban las dos niñas rubias Olivia y Cristina observando a las modelos cómo bajaban la escalera del museo y a la madre vestida de blanco con una tela de malla en la parte posterior, creación de Piña que la hacía parecer la abeja reina.
Cristina heredó esa sensibilidad y esa creatividad que plasmaba en sus platos que resultaban diferentes a los demás en la textura y la presentación. Estos últimos años lo había dejado y prefería cuidar a sus perros en su casa de campo.
No será olvidada
Su madre, Beatriz, transmitía estas palabras a quien esto firma: “Cristina era alma con luz. Aquí en esta casa en la que pasaba temporadas estoy más cerca de ella y la siento. Se que no voy a poder hablar por teléfono como hacía a diario pero si lo haré cada vez que mire el mar del que tanto disfrutaba. Cristina era demasiado sensible y buena para ser de este mundo. Los ángeles tienen que estar en el cielo”.
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