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Felipe de Edimburgo, Meghan Markle y el príncipe Andrés: otro “annus horribilis” para Isabel II

Es probable que haciendo balance de este fatídico 2021 les haya dado a todos definitivamente por perdidos, asumiendo, como decía Simon de Beauvoir, que la familia es un nido de perversiones

In this undated photo issued on Thursday Dec. 23, 2021, Britain's Queen Elizabeth II records her annual Christmas broadcast in Windsor Castle, Windsor, England. The photograph at left shows The Queen and Prince Philip taken in 2007 at Broadlands to mark their Diamond wedding anniversary. (Victoria Jones/Pool via AP)
In this undated photo issued on Thursday Dec. 23, 2021, Britain's Queen Elizabeth II records her annual Christmas broadcast in Windsor Castle, Windsor, England. The photograph at left shows The Queen and Prince Philip taken in 2007 at Broadlands to mark their Diamond wedding anniversary. (Victoria Jones/Pool via AP)Victoria JonesAgencia AP

“1992 no será un año que recordaré con placer porque se ha convertido en un annus horribilis”. Han pasado casi tres décadas de aquel discurso de Isabel II en el que emergía su dolor al contemplar, junto al resto del mundo, la destrucción mutua de Diana y Carlos, a la vez que Sarah Ferguson embarraba aún más la imagen de la monarquía exhibiendo su crisis conyugal junto a su amante. Desde entonces, seguramente la reina ha comenzado cada nuevo año con el deseo de que la tropa que tiene por parentela dejase de amargarle la vida, o que al menos fuesen discretos mostrando sus inquinas. Es probable que haciendo balance de este fatídico 2021 les haya dado a todos definitivamente por perdidos, asumiendo, como decía Simon de Beauvoir, que la familia es un nido de perversiones.

Malos augurios llegaron con el comienzo de aquel enero que se hizo notar más frío que nunca en Buckingham cuando el príncipe Enrique habló con su abuela para decirle que él y Meghan ya no podían seguir soportando lo que creían una campaña mediática contra ellos y que se marchaban lejos para salvar su matrimonio y su salud mental. Lo que trascendió entonces en un comunicado oficial es que los duques de Sussex querían volar solos, la reina los comprendía y les deseaba lo mejor: “Aunque estamos muy tristes con su decisión, el duque y la duquesa siguen siendo miembros muy queridos de la familia”.

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En realidad, ya no lo eran tanto. Felipe de Edimburgo, el príncipe Carlos y su hijo Guillermo intentaron, con duras discusiones e incluso amenazas de por medio, que Enrique no humillara a la institución con una huida que ellos consideraban vergonzosa. Cuando los Sussex se instalaron finalmente en Canadá la distancia con el resto de la familia ya era mucho más amplia que el océano que les separaba. Solo Isabel, en este caso más abuela que reina, se negaba a romper todos los lazos con su nieto preferido. Pero sería él quien acabaría por cortarlos.

El impacto dela entrevista que Enrique y Meghan concedieron en marzo a Oprah Winfrey solo es comparable al que provocó la princesa Diana cuando en 1995 (otro funesto año real) expuso en televisión las miserias de su matrimonio fallido. De hecho, ambas entrevistas tuvieron el mismo propósito: desenmascarar a una familia desestructurada en la que el desprecio, la hipocresía y la soberbia no dejan espacio a los afectos.

Cortejo fúnebre en el funeral del duque de Edimburgo. Hannah Mckay/PA Wire/dpa
Cortejo fúnebre en el funeral del duque de Edimburgo. Hannah Mckay/PA Wire/dpaDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

Isabel, enfurecida, comenzó a asumir que sus últimos años serían amargos. Y no hay mayor amargura que la que se vive en soledad. Solo un mes después de lo que consideró había sido la traición de los Sussex, fallecía Felipe de Edimburgo, su único amor, el hombre que durante 73 años fue el más leal de los consortes y el más infiel de los maridos. Se necesitaban, más aún en estos tiempos de tormenta, a pesar de haber sido una extraña pareja, antagónicos en sus personalidades, pero siempre unidos al menos por el deber.

Durante su funeral, convertido en una espectacular coreografía militar y religiosa, la reina mantuvo una frágil compostura. Tristes días esos en los que el dolor de la pérdida se agrava por un entorno roto. Enrique deambulaba entre su padre y su hermano disimulando la intención de ignorarse. Cerca de ellos, el príncipe Andrés era otra alma en pena en un cortejo que sería el último acto público en el que se le viera junto a su familia. Desde ese momento ha sido el invisible Andrés, del que todos quieren mantenerse lejos porque de él emana el hedor de su relación con el pederasta Jeffrey Epstein. En septiembre se formalizó la acusación de Virginia Giuffre, una de las menores de las que abusó el magnate norteamericano y que, según afirma, fue obligada a mantener sexo con el príncipe. La vista del juicio donde Andrés tendrá que declarar será en julio, pocas semanas después de que se celebren los 70 años de reinado de su madre con cuatro días de festejos a los que no está invitado. Aunque es probable que la reina tenga pocas ganas de homenajes, con la salud ya tan delicada como su ánimo. Se conformará con que 2022 le depare menos disgustos.