
Una histórica decisión
Carlos de Inglaterra quita a Andrés el título de príncipe y lo expulsa de Windsor
El duque de York se llamará a partir de ahora Andrew Mountbatten Windsor: la corona se posiciona con las víctimas
Buckingham Palace ha ejecutado una de las decisiones más duras de la historia reciente de la monarquía británica. Carlos III despojó ayer a su hermano menor, el príncipe Andrés, de todos sus títulos, estilos y honores. Desde ahora, será simplemente Andrew Mountbatten Windsor. Además, deberá abandonar el Royal Lodge, la mansión en Windsor donde vivía desde hace más de veinte años y que, hasta hoy, había sido su último refugio simbólico dentro del sistema real.
No se trata de un asunto familiar, sino de un acto de autoridad institucional. Carlos III ha consumado una purga largamente esperada: ha borrado a su hermano del relato oficial de la monarquía. Es un movimiento que, más allá de los lazos de sangre, marca un punto de inflexión político y moral. Con esta decisión, el monarca reafirma su voluntad de depurar la institución, distanciándola del escándalo y de las sombras que la persiguen desde hace años.
Su amistad con Epstein
La caída del que fuera duque de York -quien siempre se dijo era el preferido de Isabel II- es el resultado de un lento derrumbe que comenzó mucho antes de que su nombre quedara ligado al del pedófilo convicto Jeffrey Epstein. Lo que empezó como una amistad inconveniente terminó convertido en el mayor escándalo reputacional de la Casa de Windsor. Su entrevista con la BBC en 2019, una defensa torpe y arrogante ante las acusaciones de Virginia Giuffre, la mujer que dijo haber sido abusada siendo menor, selló su destino. En apenas 48 horas, perdió todos sus patrocinios y funciones públicas.

El acuerdo extrajudicial alcanzado en 2022 con Giuffre, por unos 12 millones de libras, «sin admitir culpa», fue interpretado por la opinión pública como una confesión encubierta. Desde entonces, Andrés se convirtió en un fantasma dentro de su propia familia, apartado de los grandes actos oficiales y confinado en su mansión de Windsor.
Pero la publicación póstuma del libro de Giuffre , tras su suicidio en abril, revivió este mes el escándalo como nunca. La presión política y mediática se hizo insoportable. En Westminster, las críticas se multiplicaban. El primer ministro, Keir Starmer, habló de la necesidad de un «escrutinio adecuado» sobre las finanzas del ya ex príncipe, mientras el portavoz conservador Robert Jenrick fue aún más tajante: «El público está harto de él. Ha avergonzado a la familia real una y otra vez».
Ante esa tormenta, el Palacio no podía seguir en silencio. El comunicado de ayer, breve y contundente, lo deja todo dicho: «Su Majestad ha iniciado un proceso formal para eliminar el estilo, los títulos y los honores de Andrés. Se ha servido aviso para la entrega del Royal Lodge. Su Majestad y la Reina desean expresar que sus pensamientos y simpatías están con las víctimas de cualquier forma de abuso». El mensaje es inequívoco: la Corona británica se alinea con las víctimas, no con los privilegios. La protección dinástica ya no sirve de escudo. El rey Carlos III, que desde su llegada al trono ha defendido una «monarquía reducida» (slimmed-down monarchy), ha querido dejar claro que la sangre no exime de responsabilidad ni garantiza impunidad.

La operación es tanto simbólica como política. El caso de Andrés encarna todo aquello que el nuevo monarca quiere desterrar: el nepotismo, el lujo sin control y la opacidad en momentos delicados. Mientras el país atraviesa una crisis económica y las encuestas reflejan un creciente desapego hacia la familia real tras la muerte de Isabel II, el rey entiende que la única forma de sobrevivir es purificarse a toda costa.
Refuerzo de la monarquía
El contraste con su madre es evidente. Isabel II gobernó desde el silencio, priorizando la estabilidad sobre la confrontación interna. Carlos III ha optado por el pragmatismo implacable. Su reinado, de transición, pretende dejarle a su heredero una institución más ágil, transparente y moralmente blindada. Y en esa tarea, Andrés era un obstáculo visible.
El hermano caído en desgracia llevaba años viviendo como un aristócrata sin causa. Durante su etapa como representante de comercio internacional, entre 2001 y 2011, se le acusó de aprovechar su posición para tejer contactos lucrativos y cerrar acuerdos privados. Las investigaciones periodísticas revelaron vínculos con empresarios rusos, banqueros suizos y magnates kazajos.
Todo ello construyó una imagen que la sociedad británica ya no tolera. En una era donde el escrutinio público es constante, la monarquía no puede permitirse un símbolo de privilegio decadente. Por eso, el gesto del rey Carlos III con Andrés va más allá del castigo personal: es un acto de supervivencia institucional.
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