Puente de La Almudena

La eterna sevillana: la Infanta Elena, felicidad gourmet y zapatillas Adidas

Huevos a la turca, ensaladilla de calabacín, roast beef y una torrija compartida entre cinco. Sevilla, otra vez, como lugar donde la hermana de Felipe VI recuerda quién es sin protocolo ni pose institucional

La Infanta Elena y Luis Astolfi
La Infanta Elena y Luis AstolfiCortesía

En la iconografía de la Monarquía española hay una ciudad que funciona como terapia de choque, como cuarto propio, como exilio consentido y feliz: Sevilla. Y la Infanta Elena lo sabe desde hace décadas. Este fin de semana, sin ruido, sin estrategia, sin discurso, volvió a escaparse. Equitación, homenaje, y después -lo que de verdad importañ la mesa.

La hermana de Felipe VI estuvo estos días en la capital andaluza para participar en un concurso de veteranos y asistir al homenaje al jinete Luis Astolfi este domingo: Ayuntamiento de Sevilla y Real Club Pineda reconociendo a uno de los grandes. Pero lo que se ha quedado grabado en el imaginario popular no es la pista ecuestre: es la cena del viernes.

Un clásico entre los jinetes

La Grulla. Avenida Cádiz, 25. Uno de esos restaurantes sevillanos que hacen sistema: mesas llenas, vínculo con el mundo del caballo, parroquia monárquica por tradición estética más que por ideología. El chef, Marcos Valcárcel, lo cuenta como lo cuentan los que están acostumbrados a que ciertos rostros formen parte del paisaje: "Siempre que hay concurso hípico en Sevilla viene a cenar a nuestro local".

La Grulla estaba llena. Pero para la Infanta se mueven mesas. Se construye un hueco. Llega a las 21.00 con los amigos de siempre, saluda a todo el mundo, se mete en la cocina. Y, según el chef, "se lo pasó bomba". Esa frase -que parece de un chotis pero es sevillana- es la más importante de la noticia.

Porque hay algo precioso en ver a una Infanta comiendo como un ritual de fidelidad íntima a la carta de un restaurante. Fiel a tres platos: ensaladilla de calabacines, huevos a la turca, roast beef con puré de patata. Y de postre: torrija con helado de vainilla y tarta de limón para compartir entre cinco. Ahí está la novela: compartir. La realeza española comiendo tarta a cucharas entre amigos en un comedor donde todo el mundo la conoce.

El outfit dice otra cosa, también esencial: zapatillas Adidas grises, pantalón, chaqueta blanca, foulard y cortavientos. Nada de ostentación: una estética soft athleisure que traduce en textil el mismo mensaje del menú. Cero pose, cero barniz.

La foto con el cocinero dentro del local y también fuera, sonrisa abierta. La Infanta Elena no tiene que demostrar nada. Ha alcanzado esa edad -y ese rango emocional- en la que la realeza deja de ser espectáculo y pasa a ser presencia. Y Sevilla, para ella, es lo mismo que para todos los que aman esta ciudad: un refugio donde volver a ser uno mismo. Ahí donde la felicidad tiene el sabor cálido de una torrija con helado de vainilla.