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Cayetano Martínez de Irujo: "Mi infancia y adolescencia fueron muy tristes, un sinsentido"

Es propietario de la residencia de Arbaicenea, que aparece en el libro «Palacios y casas señoriales de España» (Turner). Él nos relata cómo es su vida allí y cómo se siente.

Cayetano Martínez de Irujo frente a la fachada del palacio de Arbaicenea, en San Sebastián. Al lado, de arriba a abajo, detalles de su interior. Foto: Alberto R. Roldán
Cayetano Martínez de Irujo frente a la fachada del palacio de Arbaicenea, en San Sebastián. Al lado, de arriba a abajo, detalles de su interior. Foto: Alberto R. Roldánlarazon

Es propietario de la residencia de Arbaicenea, que aparece en el libro «Palacios y casas señoriales de España» (Turner). Él nos relata cómo es su vida allí y cómo se siente.

Cayetano Martínez de Irujo, el deportista de la Casa de Alba, es la nobleza modernizada, la que va a caballo para ganar medallas en los JJ. OO. y no para ser inmortalizado por ningún Tiziano. Cayetano arrastra un orgullo de apellido y una tristeza de infancia, que lo empareja más a Machado que a Garcilaso de la Vega. A Cayetano, cuando se le pregunta por los cuentos de príncipes y los palacios encantados, se le dibuja una sonrisa que dice más que las palabras y en la que asoma más el hombre que el conde de Salvatierra o el duque de Arjona.

–¿Está idealizado vivir en palacio?

–Totalmente, pero por desgracia en este país se forjan etiquetas de las personas según lo que representan o donde han nacido o la idea que te sugieren. Te etiquetan y no sabes lo que cuesta salir de ellas. Después de 40 años, estoy poniendo mi vida en mi sitio, gracias a que dejé mi carrera deportiva y volví a la tierra, al mundo normal, porque los deportistas de élite vivimos en la estratosfera. He conseguido mi sitio en esta sociedad, como Cayetano, con lo que he hecho por mí mismo. Si nos referimos al palacio, tiene ventajas y desventajas, pero es más bien un sacrificio. En mi caso, y en general, deja un toque de soledad y, muchas veces, un poco de angustia. Aparte de la enorme responsabilidad que supone.

¿Cómo es crecer en palacio?

–La infancia y la adolescencia fueron muy tristes para mí, un sinsentido.Tuvimos unas nanis que se ocupaban de nosotros. En los últimos 40 años ha habido un cambio generacional y social más grande que en los 300 anteriores. Para lo que nosotros estábamos enfocados, ser la aristocracia o la nobleza, que en teoría es el ejemplo y espejo de la sociedad, se ha requebrajado. Hoy tienes que hacer las cosas por ti mismo, y lo de aristócrata solo es un plus, o no eres más que delirio del pasado más o menos lejano. En mi juventud apenas me explicaban nada. Quizá a mis hermanos mayores, sí... Pero Eugenia, que vivió más cerca de mi madre y de otra manera, y yo estábamos en un palacio, aislados, haciendo una vida diferente a la de los demás sin saber por qué. Imagina la sensación que se nos ha quedado. Pues de no entender nada. Después, uno emprende su vida y más o menos la manejas como puedes...

–Vivió aislado.

–La primera vez que viví con vecinos fue en 1989, en Holanda. Tendría 27 años y nunca había vivido con vecinos. Me había preparado para los Juegos Olímpicos en Barcelona y luego salí de España con los caballos. Aluciné allí, porque, además, las casas están abiertas. Me pasaba horas mirándolos. Después de montar me tomaba una cerveza y los observaba. Pensaba: «Es de locos». Era un mundo nuevo. Esta anécdota tiene gracia pero refleja a una persona que ha vivido de palacio en palacio. No tienes contacto con la vida normal. Esto es de otros tiempos. En 40 años el cambio ha sido tan salvaje que es muy difícil no haber quedado petrificado. Yo pienso que soy de los que se ha actualizado con mucho esfuerzo. Lo he pasado mal. 2014, 2015 y 2016 han sido los peores años de mi vida, con cuatro operaciones, en las que me jugué la vida. Aunque me han hecho salir más fuerte y resolver el paquete emocional que tenía. Estoy orgulloso de ser el duque de Arjona, que me lo he ganado por méritos propios, y conde de Salvatierra, que lo he recibido por herencia. Pero lo más importante es ser tú y lo que tú hagas por ti mismo.

–¿Qué piensa al ver películas con palacios?

–Que en el siglo XVIII y XIX tenían un sentido para la sociedad, pero a finales del siglo XX y la transición del XXI, todo eso ha cambiado. Tenemos que pensar en no perder las raíces, porque la estructura de la sociedad tiene sentido, pero hay que ajustarla porque cambia. La nobleza, la clase media... no se deben perder nunca las estructuras sociales. Igual que la democracia. Es el único sistema que te ayuda a progresar en la vida. No hay nada más triste que no tener ilusión y no poder progresar. Eso son las dictaduras. Has de darle la posibilidad a tus hijos de ser mejores que tú. Imagínate cómo es vivir dentro de un palacio. Ahí se ven las cosas muy diferentes. Nosotros somos un enigma para la gente. Cuando visitan el palacio nos miran, nos dicen cosas.... Si se abre al público el palacio de Liria, y se convierte en un museo, perderá el valor y la privacidad. Todo el esfuerzo de la reconstrucción de mi abuelo y de los 88 años de mi madre, en el momento en que sea un museo, se acabará. El enigma se sonserva cuando lo mantienes privado, si no pierde todo su valor.

–No le gusta esa idea.

–El enigma de vivir en un palacio desaparece. Mi madre se sentía muy sola, por eso se quiso casarse una tercera vez. Le daba miedo la soledad ahí dentro. Yo también entiendo, aunque no comparto, que el hijo de mi hermano debería vivir ahí, porque si no vives ahí, si vives fuera, luego es muy difícil hacerlo, por el miedo, porque es enorme, por esa soledad que se ve en las películas. Estás rodeado de gente, es verdad. Tocas un timbre y salen, pero estás solo... y si eres responsable, no te quiero decir. El esfuerzo de mi abuelo por reconstruir ese palacio no lo ha hecho ninguna familia en el mundo. Y menos con su propio dinero, porque nunca nos han dado un euro. Los demás palacios son diferentes, pero este es el buque insignia de la familia, lo que le da sentido a que nosotros seamos tan importantes.

–¿Y el resto?

–Dueñas era el gran templo de mi madre y ella ha representado mucho. Es un personaje histórico del siglo XX y XXI en España. Entiendo que las personas quieran ver la parte de abajo, donde bailaba y lo que era ella. Es justo compartirlo con la gente... Ahora, si abres Liria, que es donde está la carta de Colón, la Biblia, el arte... te cargas todo el esfuerzo en el que hemos estado implicados, los sacrificios, el no tener ni un lujo. para que en el siglo XXI siga en poder de uno. Nos hemos sacrificado en todo porque todo se lo ha llevado este palacio. Otra cosa son las visitas controladas: historiadores, investigadores. O Abrir Dueñas o Monterrey

–¿Tanto ha supuesto?

–Nadie piensa en ese esfuerzo. Reconstruir este palacio, del que quedaron solo las cuatro fachadas, supuso dejarse gran parte del capital de liquidez que había. Pero es que traerlo hasta el siglo XXI ha liquidado el resto. Nosotros no hemos heredado ni un euro líquido. Mi madre no escatimó, lo dejó impecable. Un diez en conservación, manutención y ampliación. No había palacios en el mundo parecidos a estos. Esto ha supuesto que nunca tuviéramos ni un lujo. Desde luego no nos ha faltado de nada, pues teníamos, entre comillas, las espaldas cubiertas, aunque sin barra libre. Pero lujos, cero; todo se lo han llevado los cuatro palacios, las casas y el patrimonio.

–Restauraciones, impuestos...

–Impuestos no se pagan. La Fundación exime de impuestos a los palacios principales, porque si no sostenerlos sería casi imposible, por lo que cuestan... Cuando entré en esta casa, Liria, a gestionarla, había fontaneros, electricistas, tapiceros, pintores todo el año. Cuando estabas dentro, te preguntabas: ¿Y este hombre? Yo estoy arreglando esto, te contestaba. Tuve que pararlo, porque era un pozo sin fondo. En la época de mi madre, había tapiceros, pintores... La convivencia con ellos era diaria. Eran uno más. Vivían de la familia. Claro, todo estaba impecable. Eso se acabó. Nadie puede imaginarse la relación de gastos: espeluznante. El fontanero vivía ahí, y tenía su ropa. Además del servicio, teníamos esta armada de pintores, tapiceros.

–Y el patrimonio.

–El restaurador de los cuadros ha estado trabajando 12 años. Se ha jubilado aquí. Tenía su cuarto y el estudio arriba. Y los jardines. Ahora hay una contrata externa, que sale mejor que tener cinco o seis jardineros. ¿Sabe eso de que las cosas en palacio van despacio? Pues eso. Este palacio ha estado sin alarmas hasta no hace mucho tiempo. Y aquí había un patrimonio... Ahora contamos con la mejor tecnología, sistemas de seguridad y digitalización. Todo ha llegado más tarde.

–Al principio hablaba de cómo se sentía en palacio. ¿Qué echaba de menos?

–Mi gran carencia fue la humanidad, el sentimiento humano, el calor. Yo, de pequeño, me sentí solo, desprotegido y ahora trato de hacer lo contrario. Todos los hermanos somos partícipes de lo que hay. Mi casa está abierta a todos. La voy a defender. Mi madre me la dejó porque sabía que la iba a defender. Pero está abierta a cada uno de ellos para cuando quieran venir y por el tiempo que quieran estar. Toda la generación de hermanos hemos construido este legado con un sacrificio y una austeridad enormes inculcados por nuestra madre para que todo esto llegue hasta aquí. Todo los inmuebles se le han destinado, junto lo correspondiente al mayorazgo, al mayor con el fin de mantener el palacio de Liria.