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Cuando Michael J. Fox perdió la fe

El actor, que sufre parkinson desde hace tres décadas y fue operado de un tumor en la médula, perdió el optimismo tras una grave caída

Michael J. Fox
Michael J. FoxJordan StraussGTRES

Le diagnosticaron parkinson con apenas 29 años. Después de tres décadas de lucha en el sentido más brutal de la palabra, Michael J. Fox tuvo que ser intervenido de un tumor en la médula espinal. Y a pesar de todo seguía diciendo que lo único patológico en su vida era su inquebrantable optimismo. O, al menos, así lo pensaba, hasta que un día de 2018, sin saber cómo, se cayó en la cocina. Más que los 19 clavos y la placa metálica que tuvieron que instalarle en el brazo, le dolió el ánimo, le fallaron, por primera vez, las ganas. Parecía estar curándose de tan infrecuente dolencia: se estaba quedando sin aliento para seguir vivo. Por primera vez. «No soy ningún héroe. He pasado por momentos duros y por experiencias difíciles, pero siempre me las he arreglado para aceptar la vida tal y como ha venido. Hasta ahora, sus condiciones siempre me han parecido aceptables. Pero estoy como entumecido, cansado. El optimismo, como marco mental, ya no me sirve», cuenta el actor en «No hay mejor momento que el futuro» (Libros Cúpula), el volumen de memorias que acaba de aparecer en castellano. El actor, una leyenda por «Regreso al futuro» y «Enredos de familia», se enfrentó a la escritura del libro desde la amargura.

Quijote del golf

El actor canadiense inició una fundación con su nombre movida por el idealismo de encontrar mejoras en el tratamiento de la enfermedad que le había sido diagnosticada como una sentencia. De lo quijotesco de sus empresas en general da buena muestra que, con 40 años y la enfermedad de parkinson aflorando, se enganchó a jugar al que quizá es el deporte que requiere mayor precisión y control de movimientos, el golf. Muchas veces necesita quince intentos solo para colocar la bola en el «tee» (la pieza que la sustenta antes de cada golpe) mientras bromea con los buenos resultados de la terapia ocupacional a la que asiste habitualmente. Así es como el actor se enfrenta a diecisiete pesadillas con tal de tener un hoyo bueno que llevarse de recuerdo. «El golf se ceba con tus puntos débiles y te avergüenza por tener la temeridad de levantar un palo», explica el actor, pero también dice: «Para jugar al golf se requiere la misma fortaleza mental que yo empleo para hacer frente al parkinson. (…) Ambas realidades se solapan en todo lo que se refiere a arrogancia y humildad, engaño y deseo, futilidad y capacidad de aguante». ¿Saben qué palabra se define para hablar de la categoría de un golfista? Hándicap, que en inglés también significa discapacidad. Con ese tipo de descarnadas comparaciones, Fox siempre ha sido capaz de hacer frente psicológicamente a la adversidad, una capacidad que ha desarrollado con el tiempo.

El actor Michael J. Fox
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Sin embargo, su penitencia es absoluta. Padece neurofibromialgia, cuyos síntomas son «flojera en las extremidades, intenso dolor en el nervio ciático y sensación de quemazón en el abdomen, como vestir un jersey de lija», un trastorno que afecta a cómo el cerebro percibe las señales de dolor. Habla de los ingresos en el hospital, de las vacaciones interrumpidas, de las frustraciones diarias y de cómo Tracy, su mujer, siempre pone su lado bueno incluso en los sucesivos reveses de la vida reciente del actor. «Es posible que esté con un pie a un lado y al otro del mismo vacío. Seguramente soy la única persona de la historia que ha salido en el mismo año en la portada de la revista ‘’Rolling Stone’' y de la ‘’AARP’' (la asociación geriátrica de EE UU). No en vano, tengo ya 58 tacos», escribe con sentido del humor. Su mundo hace tiempo que dejó de expandirse, sino que se contrae, en todos los sentidos. Le invade la culpa y también la decepción por estar en peores condiciones que su propia madre octogenaria. Las secuelas de su accidente doméstico son terribles. «Los dolores han empeorado y las caídas han aumentado y se han hecho más peligrosas. La última lesión ha sido desastrosa. Tendré que aprender a caminar de nuevo», escribe hundido. Y continúa: «Uno de los problemas del parkinson que no había considerado, y menos aún, hablado de él, es la alteración cognitiva: pérdida de memoria, desorientación, delirios y demencia». En su relato, el actor le dirige una preguna a una persona que está a su lado. Pero resulta que esa persona no está ahí. Los calmantes para su intervención quirúrgica y su medicaicón habitual para el parkinson le provocan alucinaciones que le atenazan: «Mi versión de las psicosis del parkinson no ha podido ser más real». Por si fueran pocos demonios, el actor se enfrenta a la progresiva incapacidad para recordar los diálogos en las producciones en las que sigue obteniendo papeles, como la serie «The Good Fight» y «Sucesor designado». «Decido que ha llegado el momento de mi segundo retiro. Si este es el final de mi carrera, que así sea».

El olor de la «maría»

Durante esos meses, el relato de Fox es el de un hombre vencido, derrotado quizá para siempre. Pero como en toda buena historia americana, llega la redención cuando menos lo esperábamos. Las revisiones del tumor extirpado son muy satisfactorias. Eliminada la presión de la columna, su movilidad mejora sorprendentemente. Con un enorme esfuerzo, recupera capacidades. «Me di cuenta de que el miedo me había secuestrado. El peso de la angustia me estaba arrastrando», dice rehecho. El actor ha perdido el olfato y casi por completo el gusto: «En el contexto de todas las pérdidas que he sufrido a lo largo de los años, es el menor de mis problemas. Aun así, para un tipo que está en los 58 tacos en pleno concierto de rock, poder disfrutar del olor de la ‘’maría’' sería agradable, aunque solo fuera por nostalgia. No fumo, pero quién sabe, quizá me pille un viaje por proximidad mientras espero a que entren en acción mis propios medicamentos psicotrópicos. En realidad, estoy agradecido por todo. Por cada fractura y cada giro equivocado».