Biografía

Antonio García, el tendero padre de Ana Obregón que fabricó La Moraleja

Cumple 96 años apoyado por sus hijos tras la pérdida en poco tiempo de de su nieto Alex y de su mujer Ana María

Ana Obregón con su padre Antonio García
Ana Obregón con su padre Antonio GarcíaInstagram

El corazón de los García Obregón se paró el 14 de mayo de 2020, la fecha en que falleció Álex Lecquio, en una clínica de Barcelona. Desde entonces, la vida sigue pero sus padres, Ana Obregón y Alessandro Lecquio viven el luto de haber perdido a su hijo a la temprana edad de 27 años. Con su muerte, la tristeza inundó por completo la vida de toda la familia, en especial la de sus abuelos, Antonio García Fernández y Ana María Obregón, que sufrieron de manera muy especial la ausencia de su nieto predilecto. Antonio, más si cabe, ya que ha tenido que hacer frente a la muerte de su mujer Ana María, fallecida en mayo de 2021, justo un año después de sentir morir a su nieto. Además, ha superado la Covid hace un par de meses. Un sobresalto tras otro que el patriarca de los García Obregón encara a duras penas, enfrascado en el laberinto de sus recuerdos y ajeno, a ratos, a la difícil realidad de pérdidas que atraviesa la familia. Antonio, que este viernes cumplía 96 años, estaba especialmente unido a Álex. Reconocía en él, de forma muy especial, su mismo espíritu emprendedor, aquel que le había guiado durante sus muchos años de empresario al frente de Jotsa, la empresa constructora que había levantado de la nada el patriarca de los García Obregón en mayo de 1957.

Ana Obregón, junto a sus padres y su hijo Aless
Ana Obregón, junto a sus padres y su hijo AlessAna Obregon InstagAna Obregón Instagram

De tendero a gran constructor

Antonio Obregón fundó la empresa con la idea de levantar un negocio familiar, dedicado al negocio de la construcción en el que trabajar codo con codo con sus hijos, con la idea de que lo heredaran en un futuro. Antonio García es, como se suele decir, un hombre hecho a sí mismo. Nacido en Madrid, en 1926, desde que era apenas un adolescente tuvo claro que con trabajo y esfuerzo podría llegar lejos. Con 13 años, poco después de haber terminado la Guerra Civil, un joven Antonio comenzó a trabajar en una tienda del centro de la ciudad barriendo, fregando y llevando la cesta de los pedidos a los clientes. Cuando terminaba de trabajar, ya de noche, se dedicaba a estudiar para sacarse el título de delineante proyectista. A los pocos años consiguió el propósito licenciándose con matrícula de honor y empezó a trabajar como calcador. Con 22 años terminaba la carrera de aparejador como número uno de su promoción en toda España. Poco después haría realidad otro de sus anhelos: convertirse en arquitecto técnico. Para entonces ya había conocido a la que sería la mujer de su vida y la madre de sus 5 hijos, Ana María Obregón Navarro, hija única de Carmen Rubio Arrabal y del conocido empresario Juan Obregón Toledo. Lo suyo fue un flechazo a primera vista, y la pareja pasaría rápidamente por el altar. Animado por su suegro, monta, con su ayuda, su primera inmobiliaria. Juan Obregón apuesta por él aportando el cincuenta por ciento del capital de la sociedad. El negocio era arriesgado, pero Antonio García nunca dejó de creer en el proyecto, que luego le daría fama internacional.

Ana Obregón y su padre
Ana Obregón y su padreInstagram

El Conde de los Gaitanes

El gran «pelotazo» de la empresa le llega en 1969, cuando el conde de los Gaitanes, buen amigo de Antonio, le ofrece la compra del 95% de las acciones de Niesa, la sociedad dueña de los terrenos de lo que hoy es la Urbanización La Moraleja, situada en la localidad de Alcobendas, a solo cinco kilómetros de Madrid. La oportunidad era única: urbanizar una finca privada de más de 1.000 hectáreas, propiedad de José Luis de Ussía y Cubas, conde de los Gaitanes, conocido por ser amigo personal de Don Juan de Borbón. Unos terrenos que, hasta el momento, solo habían servido como coto de caza, para Carlos III, primero, y el general Francisco Franco, años después.

Multiplicó beneficios

Antonio García, tenía claras dos cosas: que la ciudad de Madrid miraría al norte en cuanto a desarrollo urbanístico, lo que le ofrecía una oportunidad de negocio clara, y que no podía hacer frente solo a un negocio inmobiliario de tal magnitud. Para ello realizó la compra, en nombre de la sociedad Prosa, con la ayuda de la compañía belga Tractebel y la constructora Vías y Construcciones. La operación, que rondó los 4,2 millones de euros, resultaría a la postre un completo éxito. El tiempo le dio también la razón: parcelas que se adquirieron por seis millones de pesetas (36.000 euros) valen hoy día más de un millón de euros.