Diva

Lola Flores: arrebatada antes que Shakira

Fotografía de archivo datada el 1 de enero de 1960 de la cantante Lola Flores junto a su marido el cantaor y guitarrista Antonio Gonzalez "El Pescailla".
Fotografía de archivo datada el 1 de enero de 1960 de la cantante Lola Flores junto a su marido el cantaor y guitarrista Antonio Gonzalez "El Pescailla".EFEAgencia EFE

De Lola Flores se ha celebrado la genialidad de su baile, el azogue de su nervio y una entrega voraz a ese arte tan suyo, mientras se mantenía difusa su prodigiosa vitalidad y alegría de vivir. Incluso en aquella conflictiva relación de dependencia amorosa con Manolo Caracol, Lola logró escapar de esa callejuela sin salida con la fuerza de un ciclón y retomar su vida con mayor denuedo.

La niña de fuego nunca volvió a querer de forma tan ciega ni se abandonó a nadie como lo hizo durante esos nueve años de amorosa esclavitud al macho poderoso de su querer. Se contaba, como se relata en la biografía de Lola Flores «El volcán y la brisa», que Arenaza, el amante que compró sus carnes morenas por diez mil duros y le produjo «Zambra», al entrar en su camerino pilló a Lola Flores a cuatro patas desnuda ante Manolo Caracol. Con su natural fachenda, Caracol le dijo: «No se preocupe, don Adolfo, es que a estas jacas jerezanas hay que domarlas antes de salir a escena».

Pese a esos amores devastadores que parecían anularla: «Me duelen los ojos de mirar sin verte / Reniego de mí», que cantaba en «Pena penita pena», Lola fue siempre indomable. Pues era ahí, en su rebeldía, donde residía su fascinante entrega al público. Superaba el dolor asumiendo el desgarro como signo elocuente de su vitalidad y desenfreno en su vida y en su arte.

Ella supo como ninguna otra artista española, entre la copla y la flamenquería, unir la ternura con ese torbellino de revuelo de bata de cola, encabritamientos súbitos y el dolor al borde del llanto de su voz cantando coplas de agonía. En «La Zarzamora», el amor que la embruja «que la trae y que la lleva, por la calle del dolor», con un pesar que la devora, parece que vaya a anularla, pero era ahí, en el delirio amoroso, donde Lola Flores encontraba la fuerza vital para salir del trance.

Lola Flores siempre supo que era la dominadora. Ella dominó su carrera y superó amores y desgracias con esa voluntad que la llevó a triunfar en todas las facetas de la vida. Como empresaria de sí misma. Como artista mundialmente reconocida. Como mito. Como insaciable enamorada. Como madre. Y siempre como persona que se comía la vida a dentelladas, entre risas y una congoja doliente que dotaba a su voz y a su arte de una exultante sensualidad. Lola arrebatada.