Negocio

Imperio Mallorca: el sueño millonario de un huérfano al que le tocó la lotería en 1930

Icono de la repostería madrileña más elegante acarician los cien años de vida con la saga Moreno al frente

De izquierda a derecha: Jacobo Moreno, Borja Sánchez-Cabezudo, M. Carmen Moreno, Rodrigo Álvarez de Lara, Olga Moreno, Julio Moreno y Carlos Arévalo. M. Carmen, Olga y Julio pertenecen a la tercera generación y el resto, a la cuarta.
De izquierda a derecha: Jacobo Moreno, Borja Sánchez-Cabezudo, M. Carmen Moreno, Rodrigo Álvarez de Lara, Olga Moreno, Julio Moreno y Carlos Arévalo. M. Carmen, Olga y Julio pertenecen a la tercera generación y el resto, a la cuarta.Cedid

Las pastelerías Mallorca están situadas en las zonas más vips de la capital. Bajo una misma bandeja se citan tradición y modernidad, icono de la repostería madrileña que ha sabido envejecer y conquistar desde aristócratas a nuevas fortunas pasando por gente de a pie gracias a que una enorme saga de cuatro generaciones sigue al pie del cañón. Carmen Moreno forma parte de la tercera generación de la empresa Mallorca y es ella la que nos cuenta su trayectoria empresarial y familiar. La fundaron sus abuelos Bernardino y María hace noventa y cuatro años. El origen del negocio siempre fue una repostería artesanal. La primera tienda la abrieron en la calle Bravo Murillo 7, se mantiene operativa y ha sido uno de los puntos de reunión de la gente del barrio no solo para llevar el producto a casa sino para degustar en el establecimiento. Más tarde abrieron en las aristocráticas calles de Velázquez y Serrano y fueron expandiendo el negocio hasta convertir el nombre en un clásico de la gastronomía de Madrid con clientes internacionales que consideran a la firma como el «Harrod’s de la capital». La innovación y el desarrollo han marcado la línea empresarial. A los locales de siempre surgieron los Mallorca Café, que cuentan con cocina propia y están abiertos como el resto de los locales desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. En la actualidad hay doce locales abiertos, más uno en México y otro en Japón.

Una historia generacional

El destino llamó a la puerta de esta saga en forma de segundo premio de la lotería de Navidad de 17.000 pesetas allá por 1930. El abuelo era «levaduro», que así se conocía a estos profesionales al trabajar con el ingrediente base de los pasteles y bollería. Bernardino Moreno perdió a su madre al nacer, había llegado a Madrid con once años desde un pueblo de Toledo llamado Calera y Chozas para trabajar en una pastelería en la plaza de Santa Ana. Vivía en el obrador y aprendía el oficio. Conoció a María y se casaron. El matrimonio pasó la guerra y la posguerra y a pesar de la carestía de los productos pudieron mantener abierto el negocio. Trabajaron duro y esa determinación tan valiente ha marcado a las cuatro generaciones que llegaron después y que forman parte de la gran saga de la familia Mallorca, pionera en revolucionar el mundo de la pastelería. Cuenta Carmen Moreno que la generación anterior, sus padres y su tía Juana, fueron grandes innovadores. «Mis padres viajaban por el mundo viendo cosas y aprendiendo. Primero, solos y después, con nosotros. Tenían un Citroën dos caballos y se iban a Francia, a Italia, a Viena para ver que era lo que se vendía y para traer después los productos a España. En esas rutas lo primero que hacíamos era visitar las pastelerías y si había tiempo las catedrales». La regla de las tres generaciones describe el fenómeno de las empresas familiares que suelen perder la estabilidad a medida que el negocio pasa de padres a hijos y en la tercera desaparece. Este mito del que se desconoce su origen no sirve para la familia Moreno. No solo ha sobrevivido, sino que la cuarta generación está activa y lo más interesante es que todos funcionan como el ensamblaje de un reloj suizo. Dicen que son los más perfectos. No solo el trasvase se ha dado en el árbol genealógico sino también en el aspecto laboral como nos cuenta Carmen Moreno: «Dentro de la empresa hay generaciones de familias. Trabajó el abuelo y luego hijos y nietos».

De izquierda a derecha, Manuel Moreno, Juana Moreno y José Moreno, segunda generación. Detrás, de izquierda a derecha los miembros de la tercera generación: Olga, Julio, José María, Susana, Manolo, Maite, Miguel y M. Carmen
De izquierda a derecha, Manuel Moreno, Juana Moreno y José Moreno, segunda generación. Detrás, de izquierda a derecha los miembros de la tercera generación: Olga, Julio, José María, Susana, Manolo, Maite, Miguel y M. CarmenCedida

Durante los casi cien años del origen de Mallorca, el trasvase y cambio generacional ha sido y es sincronizado. Y uno de los puntos clave de esta trayectoria empresarial es la unidad de todos sus miembros. Abuelos, padres, hijos, nietos, sobrinos, primos forman una unidad familiar potente, con mismos intereses, educación, valores y tradición. Disfrutan compartiendo la vida alternativa al trabajo. Este punto de unión que comenzaron Bernardino Moreno y María García se ha mantenido a lo largo de los años. «Hemos convivido mucho en un mismo edificio. Nosotros vivíamos en un piso, mis primos, en otro y mi tía que era soltera, enfrente», explica Carmen Moreno. Como anécdota señalan que en el caso de los clientes también hay la herencia Mallorca que no es otra cosa que las consecutivas generaciones acuden a las tiendas para surtirse de torteles, cruasanes suizos, pastelería salada, productos gourmet, platos cocinados y la posibilidad de desayunar, almorzar y merendar en el propio local.

Primer Mallorca en la madrileña calle Bravo Murillo
Primer Mallorca en la madrileña calle Bravo MurilloCedida

Las fiestas familiares eran y son comunes, las vacaciones en Gandía y los fines de semana en el campo de Toledo, pero esto no opacaba en ningún momento la profesionalidad de todos ellos. A partir de la tercera generación son todos licenciados, estudiaron en Estados Unidos y Suiza, y a ninguno de ellos se le pasaba por la cabeza no trabajar en Mallorca. «Han podido estudiar lo que cada uno quería». Hay economistas, arquitectas, abogados, cocineros, programadores. Tienen idiomas y en la cuarta han tenido que trabajar antes en otras empresas relacionadas con la hostelería», detalla.

Solo un 1 por ciento como ellos

Y añade que ya en su generación comenzaron a llegar los asesores: «También, los protocolos y nos decían que era imposible que pudiéramos salir adelante con tantos miembros trabajando dentro de la firma. Pertenecemos al raro uno por ciento de empresas familiares que estamos en cuarta generación. Tenemos el concepto de familia única. Una de las obligaciones era trabajar cuando estábamos estudiando. En fechas señaladas como Navidad o Semana Santa no nos planteamos estar en otro sitio que no fuera en las tiendas y obedecer a quien nos mandaba que, por supuesto, no tenía por qué ser familia. Mis padres, igual que antes lo hicieron mis abuelos y ahora, nosotros y nuestros hijos, tenemos muy dentro lo que significa sacar adelante la empresa familiar», detalla con orgullo.