
Familia de artistas
Pérez de Castro, la saga vinculada a Goya, que vive de los lienzos
Por primera vez, esta numerosa familia de artistas reúne sus obras en Madrid en una exposición colectiva que explora dónde nace el talento

La imagen de la familia Pérez de Castro Méndez que acompaña a este texto, mirando a la cámara, no es la de talentos descansando de su creatividad, sino una rara concesión para ilustrar la entrevista con LA RAZÓN y para presentar su trabajo «Una mirada compartida». Un privilegio, teniendo en cuenta que las mentes geniales solo conciben el mundo como un lienzo en blanco donde desatar su agudeza.
La joven artista Carlota Pérez de Castro se encarga de las presentaciones. Ella es hija de Diego Pérez de Castro, director de la escuela de diseño IADE –fundada por su abuelo Antonio–, y de la pintora Teresa Calderón, su maestra. A su abuela Mercedes Méndez la anuncia como una sabia del color y dice que de ella ha heredado «su paleta emocional». A su lado, sus tíos Antonio, escultor, y Mercedes, ceramista e interiorista; sus primos, que trabajan en diferentes disciplinas; su novio, Borja Colom, arquitecto y pintor; y sus hermanas Maia y Julia. Esta última, bailarina, es su musa y protagonista de muchas de sus performances. Y si retrocediésemos en el árbol genealógico, nos encontraríamos con Evaristo Pérez De Castro, su tatarabuelo, un político liberal que firmó «La Pepa» y retrató a Goya.
Tributo a su legado
La exposición reúne la obra de tres generaciones de artistas como un tributo a su legado. Mientras posan, despiertan la duda de si las ondas alfa que disparan sus cerebros en reposo son iguales para el resto de los mortales. Si es así, todos deberíamos ser creativos. Extremadamente creativos. Y aquí vuelve la duda que ellos querrían resolver. ¿Qué porcentaje de genética hay en su arte? ¿Cuánto de ilusión contagiosa? ¿O es más un aprendizaje? Sospechamos que es un batiburrillo de todo ello.
«Vivimos en un mismo edificio de Madrid, cuyo sótano es un gran taller donde cada uno improvisa su espacio. Tuvimos infancias muy felices, auténticas y con mucha libertad. Construíamos cabañas y nos manchábamos con pintura. No queríamos más juguetes que cajas de cartón, pinceles y pinturas. Era maravilloso», explica Carlota. Unos llevan consigo un cuaderno para capturar el espíritu creativo cuando surge. Otros transforman un amasijo de hierro en un mueble de diseño. Y la pieza puede acabar siendo la representación del mismísimo Dios con un golpe de gracia o una explosión de color. Nadie juzga, nadie ahoga su ingenio.

Con esta escuela y con Picasso, Modigliani y Matisse como referentes, Carlota nunca conoció esa ansiedad que llaman «síndrome del lienzo en blanco» o miedo a quedarse sin ideas. «Mi madre nos dejaba pintar el fondo de sus cuadros, la ropa, nuestros propios cuerpos… La conexión entre todos nosotros es mágica. Hablamos el lenguaje del color, la libertad y la soledad constructiva, que nos permite escuchar las voces silenciosas de nuestras mentes».
Perder el miedo a mancharse desde niña disparó su imaginación y hoy es la base de su obra. Nos lo explica con su último trabajo, que tiene como hilo conductor la empatía. Teje la trama con hilos oníricos y la empapa de una belleza sobrenatural. Explora el cuerpo, la feminidad y el espacio desde una estética poética y una atmósfera surrealista. ¿Qué nos muestra? «Lo íntimo y lo emocional. Fundo pintura, performance, danza, escritura automática y sensibilidad. El resultado es un espectáculo que ignora cualquier convencionalismo estético».
Más allá de las palabras, con su performance quiere explorar la capacidad de ponerse en la piel del otro. «Necesitamos conectar con quienes nos rodean, entender sus emociones, sus luchas y alegrías», dice. Es una llamada a la acción: «Sentir con el corazón del otro, ver con sus ojos y caminar, aunque sea por un instante, en su piel».
Crear en estado de trance
Carlota consigue hacer danzar la pintura, como ya hizo en «La huella del flamenco», su anterior trabajo. «Cada gesto y sentimiento deja un rastro tangible en el lienzo y la emoción compartida acaba siendo una obra que perdura en el tiempo», explica.
Tal y como aprendió de su abuela Mercedes, trabaja cada pigmento del color hasta alcanzar el matiz emocional que guiará su obra. Con sus movimientos, el bailarín funde su cuerpo con la pintura y va dando los trazos. Una vez que la performance termina, la artista vuelve a su lienzo en blanco y durante una semana le devuelve todo lo que la experiencia le inspira, casi en estado de trance.
Su trabajo sobrecoge por la crudeza visual. Crea con la mente receptiva sin ordenar el pensamiento, integrando lo que le llega al cerebro sin necesidad de hacer conexiones. «Solo desde el arte abstracto puedo interpretar el pensamiento. Trasciendo la estética y evoluciono hacia un ámbito dinámico donde el color y la forma entablan un diálogo continuo con la emoción y el movimiento».
Carlota fue la artista más joven en exponer en Cibeles. Aquel talento emergente es hoy una artista consagrada. En plena pandemia, creó en Madrid el movimiento «Exposición Andante» y en 2023 presentó su colección «La Rayada». Ha exhibido en ciudades como Nueva York, Seúl, Milán, Valencia, Menorca y Madrid. Es pura fuerza y nos hace creer que el mundo está aún a medio construir. La exposición familiar representa un sueño cumplido.
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