Crónica
Los sábados de Lomana: Desde Suiza con ironía: presos ilustres y orgullos
"A Santos Cerdán uno no puede evitar imaginárselo como un personaje de «Los Miserables»"
Queridos míos, os escribo desde un rincón exquisito de Suiza, rodeada de montañas imponentes, silencio de verdad y una tranquilidad que hace que hasta el telediario parezca ficción. Aquí, uno podría imaginarse desconectado del mundo... pero no, amigos, el eco de nuestra España siempre llega. Esta semana, con dos joyas: la entrada en prisión de Santos Cerdán y el desfile del Orgullo en Madrid. ¿Quién necesita Netflix cuando tiene España?
Empecemos con el culebrón penitenciario. El señor Cerdán –sí, ese que era una pieza clave en el PSOE, aunque ahora parece que nadie recuerda ni el segundo apellido– ha ingresado en Soto del Real. A Santos Cerdán uno no puede evitar imaginárselo como un personaje sacado de «Los Miserables», aunque más Javert que Jean Valjean. La Prensa, naturalmente, ha querido saber cómo encaja esto el PSOE y la respuesta ha sido de manual de evasión: «No es asunto nuestro, ya no pertenece al partido». ¿Perdón? ¿Y qué es, entonces, un secretario de Organización? ¿Un administrativo de paso? ¿Un florero institucional?
La estrategia de negación recuerda a cuando uno se encuentra a su ex en el súper y le dice a su amiga: «No, ese no es mi ex, es alguien que conocí en otra vida». Pero claro, la foto de la boda aún está en Instagram. La realidad es que esto huele, y no a queso suizo, precisamente. Que alguien con tanto peso en el partido acabe entre rejas debería provocar algo más que un encogimiento de hombros institucional.
Y mientras Cerdán se adapta a su nueva rutina carcelaria , en Madrid se celebra el Orgullo. Una fiesta que, pese a algunos excesos, sigue siendo profundamente necesaria. Porque nadie debería tener que mendigar derechos básicos por ser quien es. Y aún hoy, en pleno 2025, sigue habiendo discriminación, prejuicios y miradas que matan más que las palabras.
Ahora bien, permitidme un matiz, dicho con todo el cariño del mundo: hay ciertos comportamientos durante el desfile que no ayudan. Ver a personas prácticamente desnudas sobre carrozas, realizando performances que parecen sacadas de un club «underground» berlinés, puede resultar chocante. No para mí, que una ha visto de todo y con educación se digiere mejor. Pero para ese señor de provincias que ve el desfile por televisión con sus nietos, pues igual no es la mejor carta de presentación del colectivo.
Porque el Orgullo debería ser una fiesta que abra puertas, no que levante cejas. Y muchos de los homosexuales que conozco (que son más que las cumbres suizas que he escalado) son gente perfectamente normal, aburridamente normales, incluso. Buenos, malos, gruñones, encantadores. Como todo el mundo. Ni héroes ni caricaturas. Y el respeto se gana también con dignidad, con saber estar, con abrir puertas sin romperlas.
Así que esta semana, entre las montañas suizas, viendo todo esto desde la distancia (que a veces da claridad), me he reído, me he indignado y me he emocionado un poco también. Porque España, con sus escándalos y sus fiestas, sigue siendo única. Un país donde un político puede pasar del escaño al talego sin transición, y donde una celebración callejera puede pasar del orgullo legítimo a la performance más delirante en cuestión de minutos. Os mando un beso enorme, con fular de cachemir y un té de jazmín humeante entre las manos.