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Francia

Brigitte: ni hombre, ni mujer, lo que no quiere es ser "cosa"

Los acusados se amparan en la libertad de expresión en un contexto de sátira. El tribunal tendrá que dirimir entre el discurso de odio y acoso y la protección de la libertad de expresión

Brigitte Macron en una imagen de archivo Gtres

Brigitte Macron nació con el privilegio de ser hija de chocolateros, que en la Francia de los cincuenta era tanto o más que poseer un título o un castillo en la campiña. Se permitió crecer elegante, estilosa y con convicciones que aún sostiene. Ni siquiera el desplome de Emmanuel Macron ha conseguido empañar su brillo. Tampoco el escrutinio al que se vio sometida por enamorarse de un hombre 25 años menor quebró esa serenidad que, sin duda, ahora es su forma más elevada de resistencia.

Esta semana ha asomado por vez primera su fragilidad. Ha sido a través de su hija menor, la abogada Tiphaine Auzière, en el juicio contra los diez acusados de acoso cibernético contra la primera dama: «Este torbellino que nunca cesa está teniendo un impacto cada vez mayor en sus condiciones de vida. No puede abstraerse de todos los horrores que se dicen de ella, ni un solo segundo». Pensar en lo que sus nietos escuchan le produce ansiedad. Y sabe que vista como vista, haga lo que haga, su imagen será distorsionada.

El bulo, profundamente misógino y transfóbico (se decía que habia sido un hombre) toca algo muy íntimo: su cuerpo, su biografía, su maternidad. El testimonio de Tiphaine ha sonado genuino, pero es también la única vía que tienen los Macron para ganar. Saberla vulnerable activa las redes cerebrales vinculadas con la empatía. Ella cavila estos días mientras pasea por los jardines del Elíseo siguiendo el arte de la «flânerie» (caminar sin propósito), que también practicaban Mitterrand y Baudelaire. Al contrario que algunas de sus antecesoras, que parecían incómodas, Brigitte se siente feliz en su traje de primera dama.

Defender su honor es defender la autoridad moral de la República. «No es solo una ofensa personal; es el síntoma de una cultura digital enferma», advirtió su esposo en una entrevista. El 5 de enero el tribunal dará a conocer su veredicto. Los instigadores son la médium Amandine Roy, el galerista Bertrand Scholler y el novelista Aurélien Poirson-Atlan. Los demás han sido calificados por el magistrado como «seguidores» desde la comodidad de sus sofás. Es un juicio complejo. Los acusados se amparan en la libertad de expresión en un contexto de sátira. El tribunal tendrá que dirimir entre el discurso de odio y acoso y la protección de la libertad de expresión. En la jurisprudencia los estándares para limitar la expresión son altos, pero empieza a verse severidad con el acoso digital. El caso raya en el debate filosófico: ¿dónde acaba la sátira y empieza la difamación organizada?