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Falsificaciones

La Razón La Razón

Lady Gaga ha pasado por España con su aureola de provocación y escándalo, pero al final el escándalo gordo lo protagonizaron las entradas falsas que se vendieron como rosquillas. ¡En pleno siglo XXI retorna el apogeo del timo de la estampita! Uno diría que este engaño podría ser también un nuevo signo de este siglo, propio a la vez de la naturaleza de la cantante, que en sus inicios parecía un patito feo con guitarra hasta que le llegó el rutilante triunfo combinando los excesos con el artificio, salpicado con imaginativos trucos de desmadre deslumbrante. En ese escenario desmelenado de mentiras arriesgadas las entradas de pega sólo son una prolongación del espejismo. Lo que extraña es que en estos tiempos de tan sofisticada electrónica, donde existen mecanismos que controlan implacablemente cualquier falsificación, haya gente que todavía compre ingenuamente sus entradas por internet, algo que indica o bien un encebollamiento general del público, o una fe ciega en la red que a este paso nos puede hacer caer en más de una trampa.

Proliferan otra vez las trapacerías, siguiendo nuestra tradición picaresca, sin saber si al trufador se le acaba siempre pillando. Ahí tenemos también el escándalo del dopaje de nuestros atletas de élite, con el personal iluso rasgándose las vestiduras ante los ídolos caídos. ¿Y de dónde pensaban que venían los sorprendentes éxitos deportivos de los últimos años? ¿De nuestra casta bonita? Caen mitos como Marta Domínguez y el público se siente engañado porque quiere récords, pero no saber cómo se consiguen. Atención ahora a lo que pueda decir el vilipendiado Eufemiano Fuentes, que ha dejado caer que si suelta la lengua tendríamos que renunciar hasta de la Eurocopa y el Mundial. A Lissavetzki no le debe llegar la camisa al cuerpo atlético. Hay quien equivocadamente afirma que todo es una cortina de humo del gobierno, cosa dudosa, porque a ver a qué gobierno interesa que se le escombren las glorias deportivas. El problema, me temo, es que vivimos en una falsificación general, donde, por no haber, ya no hay ni moneda verdadera.