San Martín

Y de repente otro Brueghel

El Ministerio de Cultura podría adquirir una obra perdida del maestro flamenco después de restaurarla. Apenas se conservan 40 obras de Brueghel «El Viejo» en el mundo, en España sólo una, y la que ahora guarda el Prado es la de mayor tamaño conocida.

Detalle de la obra desconocida
Detalle de la obra desconocidalarazon

Es algo que probablemente no vuelva a pasar nunca más, ni en otro tiempo ni en otro lugar, por muchos desvanes polvorientos que se peinen. Al Museo del Prado le ha tocado la lotería porque, aunque todavía no está cerrada la operación para su compra, guarda en su enfermería un cuadro especial: «El vino de la Fiesta de San Martín», la obra de mayor tamaño conservada de uno de los grandes maestros de la pintura flamenca: Peter Brueghel. Apenas han llegado a nuestros días otras 40 obras del conocido como «nuevo Bosco», y sólo una de ellas podía admirarse en España.

La historia del cuadro está llena de sombras, como las que cubren su maltrecha superficie hoy, tras cinco siglos de avatares. Pilar Silva, jefa del Departamento de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte, apunta a una peripecia que terminase con la tela en el olvido, tras pertenecer desde 1702 a los Duques de Medinaceli en su corte de Nápoles, y, después, a una familia coleccionista.


Restauradores de altura
Se negoció con los propietarios hace un año. «Aseguraban que era un Brueghel, pero no se podía saber por su estado. Además, es una obra que no estaba documentada», relató Silva. La pintura, bastante dañada, era imposible de subastar y tampoco había pruebas concluyentes de que fuera auténtica. Por eso, los propietarios, que no han dado a conocer su identidad, se pusieron en contacto con la casa Sothebys, que también vende piezas fuera de subasta. Hacía falta un equipo de altura en la restauración y así llegó al Prado, a las manos de la restauradora Elisa Mora.

Ahora, la obra no puede salir de España sin el permiso de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Artístico Español. Es decir, que deberá ser vendida en el país y por eso su precio nunca será tan alto como el de una subasta internacional en una de las grandes casas. Se calcula que rondará entre la mitad y tres veces menos de su valor de mercado. Algunos expertos estiman que podría alcanzar los 25 millones de euros, por lo que el Ministerio de Cultura podría pagar por él en torno a siete. «Haremos un esfuerzo razonable», dijo la ministra, Ángeles González-Sinde, que rechazó cualquier elucubración sobre las cifras antes de cerrar la operación para no encarecerla, pero afirmó que harán «lo necesario por una obra tan excepcional». Su departamento se guarda una «ventajosa opción de compra» de la que tampoco dio más detalles. Aunque otro comprador español podría adelantarse –«es una obra excepcional que despierta mucho interés», dijo González-Sinde–, ayer los responsables del museo se atrevían incluso a avanzar que «dentro de un año» podría colgarse en una de las salas de la pinacoteca.


Señas de identidad
El último Brueghel subastado, una pequeña tablilla de 18 centímetros, alcanzó los cinco millones de euros en subasta. Su valor es excepcional porque, además de la indiscutible calidad artística, el maestro apenas pintó durante diez años de su vida. La rareza de sus tablas ya era contada en su época y perseguidas por los coleccionistas. Curiosamente, la colección Medinaceli tasó la obra en 1702 en 8.000 reales, frente a los 3.000 en que apreció a «Las hilanderas» de Velázquez, cuyo valor hoy es incalculable.

Será al final de un largo y minucioso proceso de curas, una vez eliminada la capa de poliéster, un barniz que oscurecía los colores y ocultaba hasta el trazo de las pinceladas originales. Una radiografía y una reflectografía de infrarrojos empezaron a alumbrar buenos augurios. «Tras las pruebas, ya se podía ver con cierta seguridad que era auténtica, por la pincelada, la ausencia de correcciones y el plegado de las figuras, señas de identidad de Brueghel», explicaba Silva.

La pintura empezó a ganar en profundidad al librarse de la espesa capa oscura, pero quedaban algunas dudas. Todas se despejaron al examinar la esquina inferior izquierda del lienzo, que estaba estirado y recogido en la parte posterior, en una vieja operación para enmarcarlo. Las pruebas de la radiografía permiten adivinar con bastante claridad las iniciales del autor. Ahora, tras la lupa, queda devolverle el esplendor de sus colores.

«Es un cuadro ambicioso, grande, de figuras de gran tamaño, es algo muy original y rarísimo para el siglo en el que fue pintado», afirmaba Gabriele Finaldi, director adjunto de Conservación e Investigación del Museo. La composición es complicadísima y recuerda lejanamente a la parte central de «El carro de heno» de El Bosco. «Debió de hacer cientos de dibujos antes para encajar tantas piezas en torno al tonel de vino», añadió Silva, que empezó a apreciar el cuadro cuanto más se fijaba en los detalles: los rostros, los animales, la cantidad de escenas simultáneas que se narran en la pintura con forma de crítica a ciertos usos sociales.

La obra fue ayer mostrada «en su peor estado de conservación. Se le ven todas las vergüenzas, porque se le han retirado los añadidos y residuos posteriores, pero a partir de ahora irá mejorando». La pieza ha sufrido «pérdidas graves pero recuperables» y ayer, en el «búnker» de rehabilitación del Prado, lucía maltrecha ante las cámaras. «Aunque la veremos mucho mejor, volverá a tener luz», contaba Silva ayer con cierta esperanza.


Una bacanal del norte
Brueghel retrata a un centenar de personas tratando de llegar al contenido de un inmenso tonel de vino, una torre de babel de bebedores de baja extracción social. Campesinos, ladrones, ciegos, una caterva a la que el pintor tenía aversión. Beben el vino que se les regala de vasijas, zapatos, gorras, cuencos. La iconografía ni es religiosa ni es una pintura de género, porque el santo, San Martín, aparece partiendo su capa, como suele representársele, pero de espaldas a la fiesta, la primera vendimia del año, que en Centroeuropa es más tardía, y que se reparte al pueblo. Brueghel, reformista, y seguidor del humanismo de Erasmo, «despreciaba las fiestas y por otro lado el culto a los santos, la limosna, las obras de caridad. Así que está censurando una actitud», contó Silva.


EL DETALLE
No hay duda: «Es original»
Los mayores expertos en pintura flamenca han pasado en secreto, en los últimos tiempos, por el Prado. Las máximas autoridades han confirmado que no hay duda, según dicen los responsables de la pinacoteca. «Se han marchado felices y entusiasmados». En la imagen, la firma del autor, que eliminó las primeras dudas.