África

El Cairo

La jet-set egipcia observa con distancia la revolución

Hassan ya está a menos de diez metros del hoyo y necesita cambiar de palo. Con gestos de impaciencia llama a su «caddie», un muchacho que acude corriendo, cargado de bultos, y tropieza en un montículo de hierba. En el barrio pudiente de Zamalek, a media hora andando de las protestas de la plaza Tahrir, la jet-set cairota se relaja en uno de los mejores centros recreativos de Oriente Medio.

Varios socios en la sala de lectura del más exclusivo club cairota
Varios socios en la sala de lectura del más exclusivo club cairotalarazon

La cuota para hacerse socio del club Gezira asciende a 150 mil libras egipcias (unos 20 mil euros), más otras 1.000 libras anuales de «mantenimiento». Desde este exuberante oasis se ven con otro prisma los problemas de un país en el que el 40 por ciento de la población vive con menos de dos dólares al día. En sus bonitos jardines se desenvuelve la vida social de un puñado de privilegiados, familias que habitan mansiones construidas con mármoles y granitos de Italia, maderas de Escandinavia, piscina olímpica, perreras para decenas de animales, cine privado y gimnasio.

«Aquí no viene gente rica, sino muy, muy rica. Te rodea lo mejor de la sociedad. Por supuesto, muchos no quieren que se vaya Mubarak, pero otros se han dado cuenta de que es necesario que desaparezca para que el país prospere y se modernice», explica detrás del humo de su puro Hussein El Habrouk, editor jefe del diario gubernamental «Al Ahram», que se entretiene observando cuántos de quienes le rodean tienen en las manos su periódico y cuántos se informan con la competencia. Son las dos de la tarde y en las abarrotadas mesas de la terraza decenas de hombres leen con semblante serio las noticias, mientras sus mujeres (muchas de ellas con «hijab») charlan o se ocupan de los niños.

«Una vida digna»

El presidente Hosni Mubarak lleva tres décadas sosteniendo su régimen sobre los pilares del Ejército y de una élite económica que ahora parece haber dejado de confiar plenamente en él. «Coincido con que se tiene que ir, aunque el proceso de transición debería no alargarse para no arruinar la economía. La gente que ha empezado las revueltas son como nuestros hijos, jóvenes inteligentes y con estudios», dice una ex actriz de 63 años, antes de entallarse en un chándal rojo carmín. «A mí no me importa quién gobierne, mientras le pueda dar a mi familia una vida digna», comenta un empresario del sector turístico, Ahmed, cuyas hijas de 13 y 14 años hablan inglés con acento americano. «Han estudiado en EE UU», admite su padre. Alrededor suyo, cientos de adolescentes se divierten jugando al fútbol, al squash o al tenis, montando a caballo, o almorzando en el atestado Mc Donald´s y otros restaurantes de comida occidental.

Dentro de los muros del club, no hay rastro de las revueltas. La cajera de la oficina bancaria cambia dólares y euros sin pestañear, algo que todavía resulta complicado en una ciudad que vuelve poco a poco a la normalidad. El único signo de lo que ha ocurrido en el país en los últimos días lo lleva en la cabeza Ahmed, uno de los porteros del Gezira. Su venda blanca cubre heridas de guerra. «Me golpearon con una piedra en la plaza. Fui a defender a Mubarak, nuestro líder. Fui a pelear por él, que es el benefactor».

Cerca de las pistas de tenis, un joven ingeniero que dice simpatizar con los manifestantes se queja de que todos los sectores de la economía están controlados por nueve familias cercanas al «rais». «Además tengo un problema personal con Mubarak. Cada vez que el presidente sale de casa lo hace con una escolta de 64 coches, incluida una de las ambulancias más caras del mundo, que parece una nave espacial. ¡A veces ni siquiera va en ninguno de esos autos, sino en helicóptero, pero bloquea la calle y yo llego tarde al trabajo!».

Cálculos publicados la semana pasada por la Prensa anglosajona estimaban el patrimonio personal de Mubarak entre los 40 y los 70 mil millones de dólares. «La corrupción ha llegado a niveles imposibles de soportar. El país no puede seguir así, esto es demasiado, por eso mucha gente de clase alta quiere que se marche, aunque estén algo preocupados por lo que pueda venir después», resume El Habrouk.