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Hambre a la carta

La Razón
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No me las doy de listo, pero la verdad es que nunca le hice mucho caso a quienes de muchacho me decían que el de periodista era un trabajo trepidante, un oficio en el que las cosas había que contarlas casi sin tomarse un respiro entre los hechos y su relato, algo casi tan vertiginoso como el tenis. Nada más sentarme por primera vez en una redacción comprendí que la de periodista era una profesión apremiante que sin embargo dejaba cierto margen de maniobra para levantarte al baño, algo que, por ejemplo, les estaba vedado a los músicos de la Orquesta Sinfónica de Londres y a los agentes que dirigían el tráfico en las calles de mi ciudad. También se me había advertido que la que yo acababa de elegir era una profesión en la que con frecuencia los periodistas callejeros morían de infarto de miocardio. Conviví con esa angustia hasta finales de mes. Fue entonces cuando el cobrar mi salario comprendí que en el ejercicio del periodismo el riesgo de morir de un infarto era muy inferior al peligro de morir de hambre. Lo mío era vocacional, así que la remuneración me pareció algo secundario, incluso casi un aliciente, como si fuese cierto que no hay nada como el hambre para describir con elocuencia la suculencia de cualquier manjar. Gracias a esa actitud positiva soporté las privaciones a las que me obligaba una paga tan pequeña. Supuse que llegarían mejores tiempos para la profesión. En eso me equivoqué. Las cosas casi no han cambiado. En general las privaciones de los jóvenes periodistas son tan severas como entonces, sólo que ahora el mercado está más abastecido y mis colegas pueden renunciar a más productos de los que yo me vi obligado a prescindir, de modo que hasta habrá quien presuma de la variedad disponible para elegir sus penurias, como un extraño sibarita que pasase hambre a la carta. Yo no sé si el periodismo es ahora más trepidante que cuando a mí me lo advirtieron. A mí me parece que la esencia es la misma y que los colegas andan menos en la calle y se acuestan más temprano, así que lo más probable es que la muerte los encuentre acostados. A veces escucho a Pepe Oneto en Onda Cero y su aplomo bien informado me confirma en la idea de que en este oficio no se trata de escribir con angustia para el periódico de ayer. Las noticias siempre están hasta que acaba el día, igual que están las basuras al final del viento. Uno ya está un poco hecho en el oficio y sabe que esto es un periódico, no un tambor.